Ayunar, ¿una forma de acercarse a Dios?

El ayuno es una práctica de abstinencia de alimentos mientras el cristiano ora y medita en la palabra de Dios. Usualmente, las personas que ayunan tienen un motivo o un enfoque especial que presentan en oración. La Biblia enseña que…

El ayuno es una práctica de abstinencia de alimentos mientras el cristiano ora y medita en la palabra de Dios. Usualmente, las personas que ayunan tienen un motivo o un enfoque especial que presentan en oración.

La Biblia enseña que el ayuno se haga sin la persona llamar mucha atención a su acto para así evitar buscar gloria para sí mismo. En el libro sagrado vemos que las  personas ayunaban bajo distintas circunstancia y por diferentes razones.

Por ejemplo, en el libro de Daniel vemos que él ayunó por lo menos dos veces. La segunda vez lo hizo por 21 días limitándose a comer legumbres solamente. Él quería saber en qué tiempo terminaría el exilio de Israel en Babilonia.

Al finalizar, Dios le respondió con una gran visión mostrándole la historia del mundo y de los reyes de ese tiempo. Otro ejemplo lo vemos en Jesús, quien antes de empezar su ministerio se retiró al desierto y ayunó por 40 días. Este ayuno era uno de preparación y fortaleza.

En Mateo 17: 14-20 Jesús dice que algunas batallas espirituales solo se vencen con el ayuno. Hechos 13 empieza con los apóstoles orando, buscando dirección antes de salir hacia Chipre. Otros, como la profetisa Ana, en Lucas 28, ayunaba para mantener una comunión constante con Dios.

Un ayuno puede durar varias horas, un día entero de 24 horas, unos cuantos días o unas cuantas semanas.

La persona puede dejar de comer por completo o puede hacer un ayuno parcial. El ayuno parcial es cuando la persona come solamente para sobrevivir y el consumo de alimentos es limitado.

Esto depende de la condición de salud de la persona. Para que un ayuno sea sincero debe de costarle algo al que esté ayunando. Por ejemplo, si normalmente no comes carne, pues no vale la pena hacer un ayuno de carne.

Para Omar Arbaje de Moya, médico y seminarista del Seminario Diocesano Santo Tomás de Aquino, el ayuno, por definición, consiste en dejar de ingerir alimentos y/o líquidos de manera voluntaria y si es impuesto, no sería un ayuno; tiene que haber una voluntad personal para ser considerado como tal, y ha de tener conciencia para que dé los frutos deseados. Un ayuno sin oración es dieta.

“Desde la prehistoria los seres humanos  han considerado el ayuno como parte importante del crecimiento personal y comunitario. En la India, en la China, entre judíos, entre musulmanes, entre cristianos… en todos momentos se ha dado el ayuno.

El cristianismo lo ha visto como una recomendación de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt. 6, 1-18) a partir de las obras de misericordia que ya eran practicadas entre los judíos: oración, limosna y ayuno, dice el religioso”, comenta Arbaje.

Arbaje de Moya expresa  que mucha gente ha querido acomodar los ayunos afirmando que se puede ayunar del chateo, de la televisión, del celular o de las fiestas. Esto es un error.

Abstenerse de esas cosas es un sacrificio, pero el ayuno es con alimentos y bebidas. De no ser así, no llamaríamos al primer alimento del día “des-ayuno”. El ayuno, por lo tanto, ha querido ser relativizado y olvidado, sin darnos cuentas de lo necesario que es dejar de comer por alcanzar un fin espiritual.

El ayuno es tan importante, que la Iglesia católica lo contiene dentro de sus mandamientos (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2041-2043), y lo pone como práctica obligatoria en Cuaresma. No es sólo en Semana Santa, sino todos los viernes de Cuaresma y el miércoles de Ceniza.

Podría afectar la salud
“Si el ayuno produce más daño que bien, no es un verdadero ayuno. Es inconcebible que Dios quiera que sus hijos mueran poco a poco ´por amor´. Ni los enfermos, ni los niños, ni los ancianos deben ayunar. Sólo los hombres y mujeres saludables deben someter su cuerpo a ese sacrificio, pero no con un fin dañino, sino como lo dice la palabra ´sacrificio´: ´sacro´, sagrado; ´facere´, hacer, dice Arbaje”.

La idea es que podamos hacernos sagrados con Dios porque sabemos que “el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (cf. Mt. 4, 4), y así podemos ser menos dependientes de las situaciones que nos rodean —diría san Pablo: “Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener sobra como a no tener nada” (Fil. 4, 12)—, y además ser misericordioso con quienes no tienen.

El ayuno puede ser personal o comunitario. Como la iglesia es la “Gran Familia de Dios”, ella ha puesto un ayuno para todos: la abstinencia de carne. En nuestras comunidades puede haber otros ayunos, y a nivel personal se puede hacer cualquier otro ayuno.

“No es recomendado hacer ayunos muy fuertes y prolongados, menos sin la orientación espiritual necesaria. Por ello hay que tomar en cuenta ciertas cosas como: nunca hacerse daño físico, ni moral ni ser irresponsable con sus deberes (dejar de compartir en familia porque se está ayunando); nunca podrá ser en detrimento del hermano, sino en su beneficio, especialmente de los más necesitados (entiéndase aquí que lo que ahorramos en el ayuno debe ser destinado para los que menos tienen); y tercero, tiene que haber una intención buena con el ayuno, que nunca será una egoísta, y que no rompa con el ayuno establecido por la Madre Iglesia (rebajar, tener una figura estética más bonita, ahorrar o  dinero).

No libra de pecados
El ayuno no nos perdona los pecados, sino que nos hace más propicios a acercarnos a Dios y a pecar menos. Sólo por la confesión sacramental pueden los pecados ser perdonados, y el ayuno doblega los placeres corporales para que nos demos cuenta de que Dios y los hermanos son más importantes que cualquier gusto personal que quiera la persona darse.

Si en el proceso del ayuno la persona se vuelve cada vez más antisocial y se aísla más de sus responsabilidades personales, familiares y sociales, no es un ayuno adecuado, debe suspenderse. l

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