Bitácora de una soberana respuesta

Expresiones como las vertidas por el primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonsalves, en su discurso ante el pleno de la CELAC no podrían ser más desacertadas. Esto así, sobre todo si se toma en cuenta que, hace un…

Expresiones como las vertidas por el primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonsalves, en su discurso ante el pleno de la CELAC no podrían ser más desacertadas.

Esto así, sobre todo si se toma en cuenta que, hace un mes aproximadamente, en el marco de la II Cumbre Extraordinaria ALBA-TCP–Petrocaribe que se celebró en Caracas, los presidentes de República Dominicana y de Haití, Danilo Medina y Michel Martelly ,respectivamente, decidieron volver a la mesa de diálogo para tratar temas de interés común en torno a la controversia surgida a raíz de la sentencia 168-13 del tribunal constitucional dominicano.

Uno de los factores determinantes en cualquier proceso de negociación debe ser la ecuanimidad de los actores, traducida en constancia y en buen tacto.

Justamente este factor – reconociendo por demás que, por la formación y la destreza diplomática de los negociadores haitianos, aun trayendo consigo altas dosis del mismo – lo dejan (estratégicamente) guardado en algún lugar y eso produce que, intermitente o esporádicamente, las negociaciones con nuestro más cercano vecino, se conviertan en una especie de “montaña rusa”… altibajos, curvas, pendientes pronunciadísimas, vueltas al mismo punto, y a veces, sobrecalentamiento de los rodajes, lo que provoca la paralización total del motor de impulsión hasta otro tanto.

En cierto modo, los dominicanos están acostumbrados a ese comportamiento, aunque no signifique esto que la molestia no se presente tan intermitente como haya que enfrentar este tipo de comportamiento en las negociaciones.

Pero que un tercer país o bloque, que dicho sea de paso debería ser un “tercero imparcial” que ha sido invitado a participar como observador en las negociaciones entre República Dominicana y Haití, tenga un comportamiento repetitivamente irrespetuoso, no solo de la soberanía de uno de los países cuya negociación observa, sino también de las decisiones constitucionales y legítimas de los poderes del Estado e incluso de la propia investidura del presidente de turno, es un acto censurable, inaceptable y repudiable en toda la extensión de la palabra.

Por ese motivo, justo antes de iniciar la II Cumbre de la CELAC en Cuba, en medio de una entrevista para un canal de televisión, nos hacían la pregunta sobre el escenario difícil que podría presentársele al presidente Medina en el marco de esta actividad con respecto a los descontentos surgidos a partir de la precitada sentencia, y fuimos muy enfáticos en responder que este es el tipo de escenario idóneo, aun a costas de que el mandatario tuviera que pasar un mal momento, para rebatir y clarificar aspectos que de otra manera resultaría más complejo y menos efectivo.

O sea, tener en un mismo escenario a representantes al más alto nivel de 33 estados podría ahorrarte en unos minutos el trabajo de años de esfuerzos y de recursos diplomáticos.

De manera que, la posición agresiva contra la República Dominicana reiterada de nuevo en la Cumbre de la CELAC  por el primer ministro sanvicentino, Ralph Gonsalves, le ofreció al presidente Medina el escenario propicio –me inclino a pensar que lo estaba esperando- para hacer uso comedido de las herramientas que tenía a su favor y, luego de “poner en su sitio” al agraviador, establecer una posición clara como país, no solo ante San Vicente y las Granadinas y el Caricom, sino ante todos los Estados que conforman América Latina y ante los ojos del mundo que estaban atentos a lo que allí sucedía.

Este episodio, empero, no debe tener efectos negativos en el diálogo que llevan a cabo ambas naciones, pues justamente, el discurso ofrecido por Martelly apunta a que el propio Haití difiere de lo expresado por Gonsalves. Lo que sí demuestra este incidente es la tácita descalificación del CARICOM como tercero imparcial u observador del proceso de diálogo, toda vez que, las expresiones “manidas” de quien lleva la presidencia de ese bloque, están cargadas de prejuicio y de repulsa expresa hacia una de las partes.

Lograr una imagen de República Dominicana como país xenófobo y racista podría provocar que algunos turistas varíen sus destinos de vacaciones a otras islas del Caribe –las del Caricom por ejemplo- algo que podría estar incidiendo en el comportamiento hostil hacia la isla.

Además, un dato interesante es que para el año próximo se celebran elecciones en San Vicente y Granadinas, y para un líder que se ha reelecto tres veces, una campaña política con un enemigo externo y una lucha ideológica contra la “opresión y la desigualdad colonialista” podría nuclear a su pueblo y hacerle olvidar, al momento de votar, el desgaste natural de liderazgo luego de cerca de 15 años gobernando.

A todo esto, ¿qué dice el Derecho Internacional?
El derecho internacional es enérgico al hablar sobre el respeto a la soberanía de los Estados. De hecho, tanto la Carta de la ONU en su artículo 2.1; la Carta de la OEA en su artículo 10; la resolución 2625 de la ONU; el Convenio de Montevideo sobre Derechos y Deberes de los Estados; el preámbulo de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas entre otros instrumentos internacionales más, establecen la existencia de la igualdad soberana de los Estados y el respeto que, desde la óptica de la libre determinación de los pueblos, deben mostrar los Estados a este principio evitando la injerencia o intervención en asuntos internos de otros iguales.

El respeto a la soberanía no depende del poderío que tenga o no un país para resguardar sus derechos, sino que es algo consustancial a la propia existencia del Estado como personalidad jurídica, pasible de cumplir ciertos deberes y facultado para asumir obligaciones.

En las relaciones internacionales contemporáneas los espacios de crisis son aprovechados por múltiples actores para vulnerar alegremente la soberanía de los pueblos. No solo son Estados a otros Estados, también están las multinacionales, las megacorporaciones, el FMI, las potencias, y en muchas ocasiones países que parecen hermanos, vestidos de oveja pero que sirven de punta de lanza de otros intereses o de otros países…

En definitiva, es bueno que sepan que, parafraseando al presidente, “…República Dominicana no acepta irrespeto a su soberanía, de ningún país, sea este grande o chiquito…” l

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