Camus en Estocolmo (2 de 2)

Toda la historia del mundo es la historia de la libertad.ALBERT CAMUS Un adolescente, oriundo de Mondovi, comarca de la Argelia francesa, hijo de ‘pieds-noirs’ y huérfano de padre antes de cumplir los tres años, tuberculoso perenne…

Toda la historia del mundo es la historia de la libertad.
ALBERT CAMUS

Un adolescente, oriundo de Mondovi, comarca de la Argelia francesa, hijo de ‘pieds-noirs’ y huérfano de padre antes de cumplir los tres años, tuberculoso perenne y constelado de enigmas desde las primeras vacilaciones, decide buscar el significado de la vida a través de la confrontación entre ‘el silencio irracional del mundo’ y la incesante búsqueda del ser humano.

Su marcha lo guiará, luego, a renegar de la fe en la realidad como un transcurso inteligible, con una intención ideal y un orden moral objetivo. Entenderá, así, la existencia como irrazonable y sin ningún propósito determinado. “El absurdo no existe en el mundo –dirá— sino que surge del abismo que nos separa de él”.

Ese adolescente (siempre lo fue) se hará adulto y sus desasosiegos abarcarán entonces la justicia social, la paz, la eliminación de la violencia y, de modo predominante, la libertad y el compromiso con la verdad. Dueño ya del lenguaje más henchido de razones y de belleza que alguien conozca, en su voz resonarán ecos de Platón y de Schopenhauer, de Spinoza y del raciocinio furioso de Nietzche.

Al revivir sus palabras en la ceremonia del Premio Nobel de Literatura de 1957, rindo tributo a la inteligencia y a la insobornable condición humana del gran Albert Camus.
Albert Camus
Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura
Estocolmo, Suecia; 10 de diciembre de 1957
Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.

No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado, en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso.
Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero, aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis dudas y también a mi difícil fe, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando en el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a si mismo, silenciosamente, todos los días. 

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