Construyendo un mundo sin niños

Ayer hablé con un niño. Bueno, en realidad tenía cuerpo de niño y pensaba como niño, pero su alma me reflejaba el…

Ayer hablé con un niño. Bueno, en realidad tenía cuerpo de niño y pensaba como niño, pero su alma me reflejaba el rostro de un anciano desgastado. Él se quejaba de la vida, ocultaba su sonrisa, maldecía hasta a la madre y se irritaba a mares.

Quise comprender qué pasaba, pero escapaba a mi entendimiento. Talvez el trabajar desde temprana edad le ha conferido el derecho a quejarse del mundo, talvez ser maltratado por la sociedad le ha otorgado el derecho a ocultar su sonrisa, talvez el ser agredido le ha dada permiso ilimitado para maldecir, y talvez el cansancio de la lucha constante le otorga el derecho a irritarse contra la madre que lo trajo al mundo, el padre que lo abandonó, la sociedad que lo castiga y el mundo que le excluye.

Hoy lloro por Pablo, el niño de diez años que limpia los cristales de los carros en la calle. Lloro por Ana, la niña de 16 años que escapa de casa con un hombre mayor. Lloro por Claudia, la niña de 6 años que es víctima de la depresión.  

Lloro por Andrés, el niño de 12 años que cometió su primer asesinato; lloro por Diego, por Juan y por Rodrigo, lloro por María, por Laura y por Elena. Lloro por cada uno de los niños que no saben reír, que no saben jugar, que no imaginan, no crean, no viven, no sueñan.

Lloro a mares por la niñez que he destruido con mi indiferencia, porque fui la madre que contrató al televisor como nana, fui el padre que no escuchó a sus hijos, fui la sociedad que marginó al infante. Porque di la espalda a quien clamaba mi ayuda, porque volteé la mirada a quien lloraba con angustia, porque seguí mi camino y nunca me detuve. Hoy entierro al niño que murió, y lloro.

Lloro por la sociedad que he creado, que me ha creado; lloro porque no escucho la risa tonta de un niño, la alegría irreverente por la nada; lloro por los rostros que no se maravillan, por los ceños fruncidos, por los juguetes sin dueño.

Lloro por este mundo de adultos, por este futuro sin niños, por los días sin inventos, por aquellos a los que les robamos los sueños. Lloro por los niños desaparecidos, por la infancia mutilada, por la inocencia pérdida, porque que este mundo va a la deriva.

Lloro por mi sociedad destruida, mi mundo hecho pedazos, lloro por los efectos colaterales de mis actos, porque he sido la madre, el padre, la abuela, la amiga; he sido el verdugo de mi mismo, y me han llamado sociedad.

 

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