Cortesía forzada

La semana pasada en el salón de belleza presencié cómo una clienta reclamaba furiosa a la maquilladora por haber llegado minutos más tarde de lo acordado y luego la maquilladora pedía excusas que a fin de cuentas no sirvieron para evitar que…

La semana pasada en el salón de belleza presencié cómo una clienta reclamaba furiosa a la maquilladora por haber llegado minutos más tarde de lo acordado y luego la maquilladora pedía excusas que a fin de cuentas no sirvieron para evitar que la clienta proliferase varios insultos disonantes en la voz de una mujer.

Días más tarde en un evento social me pareció ver una cara conocida. Era una mujer bien vestida, con costosas prendas y un comportamiento de dama elegante. Por lo que proyectaba me costó trabajo reconocer a la mujer que había protagonizado la escena del salón.

En la misma semana fui a un restaurante y conocí a un joven agradable, educado y con un trato exquisito para todos los presentes, cualidad que despertó atención, pero no tanta como el momento posterior en que de forma grosera y escandalosa devolvió su Vodka Tonic al camarero por haberle puesto más Tonic y menos Vodka de lo que entendía ideal.

Me fui a casa un poco distraída porque pensaba en cómo Stevenson dio en el clavo cuando, a través de Jekyll y Hyde, representó vívidamente el desdoblamiento de la personalidad que puede ocurrir en algunos humanos. A raíz de mi distracción, frené de forma un poco abrupta cerca de un vehículo, y aunque no pasó más que un susto, estuve a punto de disculparme cuando el conductor me hizo una seña universal y, cual Goofy en Motor Mania, arrancó articulando palabras de forma tan clara que pude identificar cada improperio. Noté que se trataba de un conocido empresario, dueño de una sólida imagen de caballerosidad y sofisticación.

Con esas tres situaciones pensé que, o estas personas constituyen el Darth Vader, el Profesor Bacterio y el American Psycho del siglo XXI, o simplemente, la dama elegante, el joven exquisito y el caballero sofisticado nunca fueron tales, sino una construcción forzada y acomodaticia de una imagen de cortesía y buena educación.

Noel Carrasco tenía razón cuando dijo que una regla fundamental de la cortesía es la resistencia al primer impulso. Estoy convencida de que quien es cortés lo es siempre y no únicamente con el dueño de un restaurante, el colega empresario o los socialités de un evento.

En la industria de los cruceros hay frase: un crucero es tan seguro como lo sea el puerto menos seguro de todos aquellos que toca en una ruta. Algo similar debería decirse de los niveles de cortesía presentes: una persona es tan cortés como lo es con todos aquellos que trata de peor manera.

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