Cuando el qué dirán define tu vida

Algunos pobres se mudan de noche, pues les da vergüenza que los vecinos vean sus tiestos, sus féferes, que en realidad son un fiel reflejo de indigencia e infortunio. En una camioneta destartalada, con un letrero que anuncia “mudanza y acarreo”,&#82

Algunos pobres se mudan de noche, pues les da vergüenza que los vecinos vean sus tiestos, sus féferes, que en realidad son un fiel reflejo de indigencia e infortunio. En una camioneta destartalada, con un letrero que anuncia “mudanza y acarreo”, se observan los colchones deformes, las sillas descascaradas, las ropas desteñidas, la estufita de museo y las pailitas sin pretensiones de hervir algo fino y caro. Todo es tristeza, como un traslado de una prisión mala a otra peor.

Se van en la oscuridad, temerosos de que en el barrio se enteren qué tienen y de qué carecen, como si desconocieran que todo su entorno también es pasto de miseria y nido de un ingrato porvenir colectivo.

También entre los ricos (los aparentes y los reales) el qué dirán es el pan de cada día. Muchos se desviven por esconder lo que son y enseñar lo que anhelan ser, tanto en cuestiones trascendentales como en nimiedades. En estos casos la apariencia es parte esencial de la cotidianidad, pues la define. Esa socialité respira y actúa pensando en la opinión del otro, porque ese otro es el que determina sus pasos.

He contemplado a damillas vestidas con glamur criticando las bachatas que alguien coloca dizque porque son vulgares, pero de manera inconsciente, mientras se burlan de la melodía, tararean las letras, meneando sus pies con ritmo y todo. ¡Ah, la hipocresía!

Hace meses no pude escapar de un grupo que solo hablaba del tipo de vehículo que cada cual tenía; ahí escuché embustes expresados con naturalidad, empezando por un conocido que dijo que andaba en un Mercedes del año, cuando en realidad se desplazaba en taxi. De pronto me encontré en una tertulia de allantosos.

Ser auténtico es despojarse de complejos, y quien lo logra trasciende en un mundo que no es ajeno a la mediocridad, a la zancadilla y a la envidia, aunque los corazones nobles sean mayoría. Admiro a las personas que se respetan a sí mismas, con criterios definidos, pues ellas son las que mejor se aman y aman al prójimo, y son dignas referencias a seguir, seres útiles, que dejan huellas positivas cuando caminan.

Quien se valora a sí mismo, enfrenta gallardamente los obstáculos y tiende a vencer, y su conducta contagia voluntades, y de su cuerpo resplandece un aura que hasta puede tocarse. Debemos fortalecer nuestra personalidad en vez de debilitarla. Hagamos lo correcto, siendo sanamente libres, sin tomar en cuenta lo superficial o la opinión interesada del esclavo de espíritu. Seamos los panaderos de nuestras propias vidas y no la masa que moldean otros a su antojo. No vivamos del qué dirán, seamos nuestros propios protagonistas.

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