La danza de Zorba (y 2)

Quizás ingenuamente, Faulkner creyó que Hemingway había descubierto a Dios en “El viejo y el mar”, pero no era cierto. Ni la religión ni el optimismo convincente fueron parte de su credo. Hemingway no logró asimilar una creencia religiosa…

Quizás ingenuamente, Faulkner creyó que Hemingway había descubierto a Dios en “El viejo y el mar”, pero no era cierto. Ni la religión ni el optimismo convincente fueron parte de su credo. Hemingway no logró asimilar una creencia religiosa que quizás le habría proporcionado paz y consuelo a su permanente crisis existencial.

En la religiosidad de “El viejo y el mar” suda, más bien la fiebre de su decadente vitalidad personal y literaria. De alguna manera, la obra es una declaración de impotencia. De alguna manera, no puede ya reaccionar ni físicamente ni intelectualmente con el vigor de antaño y busca una salida religiosa que no se le da. “El viejo y el mar” será su última obra narrativa de importancia. Su sentido de la nada gana terreno en la medida en que disminuyen sus reflejos y su capacidad de acción e intelectual. La pérdida de sus coetáneos y su vida de aventuras y placeres desmedidos le pasan factura.

“Hemingway se hundió en una depresión, cuando sus amigos literarios comenzaron a fallecer: en 1939 Yeats y Ford Madox Ford; en 1940 Scott Fitzgerald; en 1941 Sherwood Anderson y James Joyce; en 1946 Gertrude Stein; y al año siguiente, en 1947, Max Perkins, durante mucho tiempo el editor y amigo de Hemingway de la editorial Scribner. Durante este período, sufría de fuertes dolores de cabeza, alta presión arterial, problemas de peso, y finalmente de diabetes -gran parte del cual fue el resultado de accidentes anteriores y de muchos años de consumo excesivo de alcohol.” (http://es.wikipedia.org/wiki/Ernest_Hemingway.

Tratando de encontrar una vía de escape, terminará –como se ha sugerido- por abandonar sus principios, traicionar su código, el famoso código que, como explica Agostino Lombardo le permite oponer al caos de la realidad un punto fijo, una barrera, una moral: La grandeza del hombre consiste en esperar, en no huir, en aceptar el destino estoicamente para sucumbir con la dignidad que da la medida de la grandeza e integridad humana del caído.

Es evidente que el suicidio no puede considerarse como “un punto fijo, una barrera” que oponer “al caos de la realidad”. Es una fuga. Ciertamente no es un acto de rebelión como el suicidio del protagonista de “La condición humana” de Malraux. Claramente no es un modo de “aceptar el destino” ni una manera de “no huir”.

Los últimos veinte años de la vida de Hemingway forman parte de una perfecta parábola involucionista. El no parece haber tomado conciencia de sus contradicciones (y tanto menos con la lucidez de su contemporáneo Fitzgerald), se aferra a las ilusiones del pasado, trata de seguir siendo el mismo de siempre.

El epígrafe de Shakespeare en la última novela de César Pavese, “Ripeness il al” (La madurez es todo), así como tantos datos en su biografía y en su obra, permitían anticipar la escena final de su existencia por vía del suicidio. El suicidio de Hemingway, en cambio, a la luz del código, es un acto de aparente incoherencia.

“La grandeza del hombre consiste en esperar, en no huir, en aceptar el destino estoicamente para sucumbir con la dignidad que da la medida de la grandeza e integridad humana del caído.”

Quizás el nudo de la tragedia resida en el hecho de que no se puede sobrevivir impunemente a tantas guerras, fiestas, aventuras y fracasos sentimentales. Quizás Hemingway no estaba verdaderamente convencido de sus convicciones.
Por eso la cosa más triste y sorprendente es que, a pesar de sus múltiples achaques, Hemingway pone fin a su existencia en un momento en que, a juzgar por su famoso código, muchos esperaban verlo bailando la danza de Zorba.

Nota: En boca de la coprotagonista de una reciente película con pretensiones biográficas (“Hemingway & Gellhorn” de HBO), se escuchan unas palabras desconsoladas de Gellhorn (corresponsal de guerra igual que Hemingway), al enterarse del suicidio del triunfante escritor que me llenaron de pesadumbre y asombro:

“Nadie torturó a ese hombre como él se torturó a sí mismo”.

Gellhorn fue una de las varias esposas de Hemingway a las que no trató bien, como de costumbre, porque era un machista consumado y fue un rival taimado y desleal de Gellhorn, la cual le pidió el divorció en malos términos, y aunque no estoy seguro de la veracidad de las palabras que en la película ponen en boca de Gellhorn, pocas dudas me caben de que Hemingway se torturó a sí mismo de alguna manera hasta la muerte en su proceso de autodestrucción, y que tantas aventuras y desaventuras quizás no fueran más que tentativas de escapar a un vacío existencial que nada ni nadie podía colmar.

Tragedia
Es evidente que el suicidio no puede considerarse como “un punto fijo, una barrera” que oponer “al caos de la realidad”. Es una fuga.”

Dignidad
La grandeza del hombre consiste en esperar, en no huir, en aceptar el destino para sucumbir con la dignidad que da lla grandeza humana”.

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