Una característica común a las grandes ciudades europeas, norteamericanas y latinoamericanas que conozco es la abundante presencia de personas caminando en sus calles y plazas. La semana pasada en París y Roma volví a vivir esa reiterada sensación de la muchedumbre a pie, actuando como dueña de los espacios públicos.

Da gusto pasear por el centro histórico de Roma y presenciar miles de turistas caminar. Con la manía de cuantificar todo heredada de las clases de estadísticas del profesor Achecar, me senté en un café de la Plaza Navona frente a la Iglesia de Santa Inés, y conté las personas que pasaron frente a mi mesa. Muy rápidamente el conteo llegó a 76 y paré. Ocho días antes, en París, en un café detrás de La Opera Garnier, próxima a la calle Lafayette, permanecí un buen rato observando la disciplina de los parisinos y sus visitantes esperando los cambios del semáforo para pasar al otro lado sólo cuando la señal autorizaba a caminar a los peatones. En cada parada se juntaban más de 50 personas. Las anchas aceras se empequeñecían ante la gran cantidad de personas que caminaban por ellas.

En Santo Domingo, en cambio, las principales calles, parecen vacías. El Conde y el Parque Independencia son áreas tomadas por pedigüeños, vagos, busca vida, vendedores, etc. El Malecón da pena. Tanto mar desperdiciado sin ojos para deleitarse. Lo mismo con las avenidas Winston Churchill, 27 de Febrero, la Lincoln, Lope de Vega, Máximo Gómez…

Lo de la Churchill lo he cuantificado. Para descansar suelo pararme ante la ventana de mi oficina que da a la avenida y contar a los caminantes. A veces no cuento ninguna y nunca he llegado a más de cinco. Periódicamente a diferentes horas, cuando voy con otro conductor al volante, cuento a los caminantes desde la Mejía Ricart hasta la avenida Independencia. Nunca he llegado al centenar y a veces no llego a 20 en el trayecto hasta la 27 de Febrero. ¿La explicación? Esto puede tener muchas explicaciones, pero una de ellas es que el desarrollo urbano que impulsa el Ayuntamiento expulsa a la gente de la calles para entregarla a los automóviles y comerciantes.

Santo Domingo es una ciudad hostil, ruidosa, sucia, maloliente, con estrechas calzadas hechas por autoridades y constructores mezquinos, sin parques, sin plazas, oscura,  sin parqueos, con las aceras rotas. Nuestro Ayuntamiento permite que los padres de familia, los vendedores callejeros, los comerciantes, mecánicos y choferes se apropien de lo poco que queda para los peatones. En París, Madrid, Berlín, Londres y Roma, sucede todo lo contrario. Continuamente se crean nuevos espacios para la gente.
El autor es periodista
[email protected]

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas