Me declaro culpable: yo también participé en el robo

César Pina, Enrique Eusebio y yo bautizamos a Santiago Moquete (Chago) con el nombre de Cul-de-Sac. Eso fue por la película homónima de Roman Polanski, que vimos en el cine Marlboro de la avenida Duarte, donde el personaje principal estaba pelado&#8230

César Pina, Enrique Eusebio y yo bautizamos a Santiago Moquete (Chago) con el nombre de Cul-de-Sac. Eso fue por la película homónima de Roman Polanski, que vimos en el cine Marlboro de la avenida Duarte, donde el personaje principal estaba pelado al rape, como sucedía con Chago en aquella ocasión.

Pocos días después, Cul-de-Sac era un vendedor estrella. Uno de los mejores en el negocio de Leonel Almonte, que había dado un palo con las colecciones y enciclopedias Quillet, Grolier y otras. Se vendían por doquier.

Incluso, en los predios de la UASD, donde se entonaba esta consigna:
“De la cárcel a la FED, el Chino Bujosa es”.

Yo soñaba con todas esas publicaciones: “Los clásicos”, la “Historia Universal”, de Pirenne, y las demás. No sólo yo, todos queríamos esas colecciones. Pero, aunque se vendían a crédito, no estaban a nuestro alcance. Y un día de esos enceguecedores de los fatídicos Doce Años, Cul-de-Sac me sorprendió:
-Tengo un plan-me dijo –Vamos a robarnos todas las publicaciones.
-¡Qué…!-
Esta afirmación me dejó frío.
-Pero no es para nosotros…-me tranquilizó –los presos políticos que están en La Victoria, en “El hospital”, tienen muy poco que leer.

Se refería a Fafa Taveras, Cocuyo Báez, Erickson, Julito de Peña Valdez, El Chino Bujosa, Onelio Espaillat, Blanco Peña (El Pai) y muchos otros. En aquellos años terribles, en nuestro país, si uno era consecuente con la historia, sólo podía estar en uno de estos cuatro lugares: huyendo, en la cárcel, en el exilio o en el cementerio. Quien estaba libre, en realidad, debía mantenerse huyendo.
Evadiendo. Escapando. La cárcel era, a menudo, la antesala del infierno. De allí, con suerte, se podía salir al exilio (José Ulises Rutinel). O, más fácilmente, a un lugar desconocido del cual no se regresaba nunca (Henry Segarra). Fue por esto que aprobé el plan de Chago: robarnos las enciclopedias. Y llevarlas a los presos.

En realidad, nunca comprendí bien los detalles de aquella temeridad. Cuando vuelva a ver a Cul-de-Sac le preguntaré. (Ojalá y sea cuando cumpla conmigo, en su paraíso de Jarabacoa, brindándome el locrio de gallina criolla que me ha prometido mil veces).

Lo que recuerdo de aquello es que él me vendería a mí todos los títulos. Luego, haría alguna magia (propia de ciertos auditores y contables modernos) y yo aparecería como habiendo cumplido con todos los pagos. Y, así fue: compré las enciclopedias. No las pagué. ¡Nos la robamos!

Eso sucedía mientras, bajando de Ingeniería, los fragüeros cantaban muy alegres:

“El Chino Bujosa, no es un terrorista, es un combatiente antiimperialista”
A pesar de que, no muy lejos de allí, subiendo del Alma Mater, los pacoredos, no tan alegres, tenían otra versión de ese mismo tema:

“El Chino Bujosa, no es un terrorista, pero lo agarraron con cuatro bombitas”.
En suma, concretamos el plan. Y en la cárcel de La Victoria, en la zona conocida como “El Hospital”, en medio de los momentos difíciles que se vivía entonces, hubo una feliz algarabía: tenían en sus manos los “Diálogos socráticos”, de Platón; “Los 9 libros de la historia”, de Heródoto; “La Divina comedia”, de Dante; “Vidas de los 12 césares”, de Suetonio y todos los demás. Al regresar, en mi casa, yo me sentí mucho más feliz que ellos, releyendo unos paquitos que me devolvieron a mis años felices: “La pequeña Lulú”, “Mandrake el mago”, “El fantasma”, “Dick Tracy” y, especialmente, uno de Walt Disney en donde el tacaño del Tío Rico Mac Pato era engañado por “los chicos malos”.

En la radio de una casa de la Alonzo de Espinosa a esquina Paraguay sonaba una canción de “Los Yorsys”, cuyo enlace copio aquí, para los que quieran volver, en verdad, a esos bellos momentos:
https://www.youtube.com/watch?v=JrTqE-B3Uqw
Y nadie puede discutirme eso. Yo estaba allí.

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