Diez años después (1)

Al cumplirse diez años del deceso de Joaquín Balaguer, diferentes medios de comunicación presentaron programaciones especiales…

Al cumplirse diez años del deceso de Joaquín Balaguer, diferentes medios de comunicación presentaron programaciones especiales interactivas a través de las cuales entusiasmados participantes desplegaron sus apoyos y rechazos a la controversial figura con expresiones cargadas más de emotividad que de objetividad histórica, con apreciaciones que van desde asesino de la gente y del futuro, hasta la consideración de padre de la democracia dominicana. No escuché, sin embargo, referencias al Balaguer asimilado del FBI de que habla Tim Weiner en “Enemies: A History of the FBI”, resultante de la búsqueda de un líder dominicano por Lyndon Johnson para sustituir el liderazgo popular de Juan Bosch.

En Washington, a las 9:35 a.m. del 24/04/1965, LBJ llamó al diplomático norteamericano de su mayor confianza, Thomas Mann, texano como él, quien fungía como subsecretario de Estado.  “Vamos a tener que montar aquel gobierno allá y dirigirlo y estabilizarlo de una u otra forma”, dijo LBJ a Mann.

“Este Bosch no es bueno”. El problema era que casi nadie del gobierno norteamericano sabía lo que sucedía en Santo Domingo: el jefe de la estación de la CIA estaba fuera de comisión con su espalda adolorida, el embajador  visitaba su madre en Georgia, mientras sus oficiales pronto solo esquivarían balas.

Pero J. Edgar Hoover y su hombre de San Juan sí tenían la sartén por el mango. La posición de agente especial encargado era la más alta que podría sustentarse en el FBI fuera de la Oficina Central -“El asiento del gobierno”- como la llamaba Hoover. Era el príncipe de la ciudad, fuera ésta Nueva York o Butte. Entre tales rangos, Wallace F. Estill era único. Era el agente especial encargado de Puerto Rico. No muchos en el FBI de Hoover eran tan mundanos.

Nacido en 1917, Estill ingresó al FBI en 1941. Había investigado contrabandistas de platino nazi en Uruguay, recolectado inteligencia sobre Rusia de esquimales en Alaska, servido como enlace oficial con la Policía Montada en Canadá, y lo había logrado todo manteniendo su sangre fría.

Wally Estill había estado vigilando estrechamente a Juan Bosch, escuchando sus conversaciones telefónicas desde San Juan mientras complotaba su retorno al poder en la República Dominicana. La base legal de la vigilancia técnica (“tech”) era dudosa cuando menos. “No tenemos evidencia de que Bosch haya violado o conspirado para violar ley alguna de los EstadosUnidos”, había escrito Thomas Mann solo dos meses antes. “Lo que ha hecho es ejercer su derecho a la libre expresión.”

Pero Hoover y el FBI le habían puesto dedo acusador señalándolo como comunista desde 1961, y la acusación, una vez hecha, es indeleble.
(Continuará)

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