Difuntos y vivos conviven en muchos de los cementerios

El aposento de doña Agustina Medina colinda literalmente con la pared del cementerio de Cristo Rey.

El aposento de doña Agustina Medina colinda literalmente con la pared del cementerio de Cristo Rey.Su minúscula vivienda construida en la acera, muy cerca de la entrada principal del camposanto, parece un parche pegado al “barrio de los acostados”.Pese a que en torno a estos lugares, concebidos para el descanso eterno, hay infinidad de mitos que los asocian con experiencias sobrenaturales, la octogenaria dice no sentir miedo.

“Qué va mi hija, eso no hace nada, yo no tengo miedo, al contrario, yo le tengo más miedo a los vivos”, afirma.

En menos de 200 metros hay construidas 16 casitas como la de doña Agustina, muchas de las cuales son utilizadas para negocios como salones de belleza, gomeras, floristerías y botánicas.

La anciana dice con cierto orgullo que desde que emigró de su Valverde natal, hace 55 años, construyó con sus propias manos el “ranchito” en el contén del cementerio. Allí nació y crió sola a su hija sola, obviando que sus únicos vecinos fueran difuntos.

Esto queda atestiguado por las decenas de fotografías que cuelgan en la pared de cartón que la devuelven a sus años mozos. “Yo fui la primerita que construí aquí, hice este ranchito trabajando como “chopa” (empleada doméstica) en una casa de familia, ya después, fue llegando más gente y ahora mismo somos 16 familias”.

Joaquín Ramírez vive en condiciones similares en el caserío construido en la acera de la calle respaldo Trina de Moya, que da a la parte posterior del cementerio del sector Los Mina.

El joven, que nació y se crió en el barrio denominado Nueva Esperanza, narra que a veces ha visto “cosas raras”. “Antes le iba a dar vuelta a mis padres muertos a su tumba ahí atrás y algunas veces veía cosas raras que me daban miedo, a veces veo cosas de noche, como sombras y he sentido temblores en la cama, pero no es para que me asuste y salga corriendo”. 

Estas familias viven en condiciones deplorables

A las condiciones de hacinamiento e insalubridad en que viven estas familias, que ocuparon estos insólitos lugares para vivir debido al crecimiento descontrolado de la ciudad, se suma la delincuencia que rodea a los cementerios, de donde desaprensivos sustraen lápidas, tarjas de bronce, puertas, ataúdes, y hasta los propios cadáveres.

Ya en el ocaso de su existencia, doña Agustina sólo aspira a vivir en un lugar digno o por lo menos que se le construya un techo a su humilde casita, pues cuando llueve su cama se moja y tiene que cubrirla con plásticos.

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