Formado en el más riguroso protestantismo dominicano, Juan Mejía Rijo vivió una crisis espiritual parecida a la del alemán del siglo XIX Friedrich Nietzsche, hijo de pastor protestante que terminó sentenciando “la muerte de Dios”. De su experiencia adquirió una nueva concepción de la vida que procura compartir con sus conciudadanos.
En su libro Dios no es como lo pintan, el autor hace una crítica severa al cristianismo que se ha predicado en Occidente, particularmente al que ha imperado en la República Dominicana. Dice estar convencido de que la “religión cristiana ha castrado las facultades creativas del ser humano, le ha hecho reñirse consigo mismo y ha desviado su atención de las cosas que son de verdadero interés al distraerle en pos de una vana ilusión”.
De manera despiadada, como lo hizo el autor de Así habló Zaratustra, plantea que en vez de vivir en lo que entiende la incertidumbre del miedo al castigo divino o la espera de una recompensa en el otro mundo, lo que sí debe hacer el hombre es “moldear su conducta y corregir sus bajos instintos mediante el uso del raciocinio y la educación”, con el entendido de que “es la educación y no la religión lo único que produce un verdadero cambio en el ser humano”.
Mejía Rijo, residente en la hoy turística pero siempre religiosa provincia de La Altagracia, ha producido una obra polémica y acusadora que mal hiciera la comunidad cristiana, sobre todo la protestante, si le impone lo que se conoce entre nosotros como “la conspiración del silencio”.
Una lectura minuciosa, demostraría que las propuestas del libro no contradicen lo esencial del mensaje de Jesús, en lo que respecta a su ética social, basada en justicia, paz, amor, libertad, sana convivencia y respeto al derecho ajeno.
Se trata de una rebeldía contra la escatología apocalíptica, que no rechaza al Jesús presente en cada persona justa y solidaria.
