Introducción:

Prometí poner por escrito mi Homilía en ocasión del Tedeum por el 199 aniversario del natalicio de Juan Pablo Duarte, padre de la Patria, en Santiago de los Caballeros.

Está centrada en “Duarte como sal y luz”. Son los dos puntos centrales. Los preceden dos reflexiones. Una sobre mi relación personal con la celebración del natalicio de Duarte el 26 de enero y  otra sobre el tema de retornar a la práctica de que el feriado de este día sea inamovible, que se mantenga el mismo 26 y no se traslade a otro día.

He aquí la primera reflexión y el tema de Duarte como sal. En una segunda entrega hablaremos sobre Duarte como luz y sobre la permanencia del feriado el mismo día de su fiesta de nacimiento.

1.- Desde niño celebro el 26 de enero

Yo quisiera para comenzar, aunque parezca un poco nostálgico, recordar algunos momentos de mi vida ligados a esta fiesta del 26 de enero. Recuerdo que mi primera intervención pública relacionada a este día fue un pequeño discurso que pronuncié con motivo del día de Duarte, a la edad de 14 años. Cursaba, entonces, el primero de bachillerato. Al entrar hoy en esta  celebración y ver a tantos jóvenes aquí presentes, recordé mis años de estudiante.

Cuando yo era igual que ustedes, queridos jóvenes,  me tocó tener el discurso en la celebración de la fiesta que había en el Liceo Gerardo Jansen, de Higüey. Nunca lo podré olvidar, porque para un joven de 14 años era significativo poder tener el discurso del día de Duarte. Esta experiencia, sin lugar a dudas, me marcó profundamente.

En esa época celebrábamos el día de Duarte todos los años en la escuela. Había un acto. Después del acto teníamos un desfile por la ciudad, y después los estudiantes quedábamos libres por el resto del día.

Me tocó tener una segunda intervención, esta vez ya como sacerdote en la Basílica de Higüey. Fue el 26 de enero de 1977. Monseñor Polanco Brito, que era el obispo y era el que presidía siempre la celebración no pudo ir,  me pidió a mí, que era el Rector de la Basílica, que presidiera esa celebración. Recuerdo que el tema de mi homilía de ese día fue “la fe en Duarte”. Siempre me ha impresionado la fe que Duarte tenía, y sobre ese tema he vuelto una y otra vez.

Después, mi tercera intervención en público relacionada con el día de Duarte fue en 1992, como obispo auxiliar, en Santo Domingo. El cardenal López Rodríguez no pudo presidir la celebración, que se tiene en Santo Domingo cada 26 de enero, pero no en la Catedral, curiosamente, sino en la iglesia de Santa Bárbara, que fue la parroquia de Duarte y de su familia. En esa parroquia muy antigua de Santa Bárbara fue bautizado Duarte. Y yo tuve la dicha de tener en ese momento la homilía.

Luego, como obispo, tanto en Higüey como en Santiago, he tenido todos los años esta celebración. Muy raras veces después de todos estos años no me he referido a Duarte. Y he tocado muchos temas con relación a él. Por ejemplo: la fe en Duarte, Duarte político, Duarte patriota, Duarte católico.

Hoy precisamente el Listín Diario publica un pequeño artículo que titulo “Duarte y Cristo”, en mi columna cotidiana “Un momento”. Todos los años algo he tenido que escribir o decir algo referente a Duarte, lo cual indica cómo su figura me ha marcado a mí, así como a todo el pueblo dominicano.

2.- Duarte: sal

Este es un día que nosotros no podemos dejar pasar por alto. Entre las muchas temáticas que quisiera proponerles, me quiero fijar en el texto evangélico que hemos proclamado. Jesús nos dice “Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo” (Cfr. Mt 5,13-14). Eso que Jesús dice a sus discípulos podemos referirlo a Duarte. Podemos decir que Duarte es sal de la tierra y luz del mundo.

Debo confesarles a ustedes con toda sinceridad que relacionar a Duarte con el Evangelio siempre me ha sido fácil. No es difícil que uno pueda relacionar a Duarte con Jesucristo, con el cristianismo y los valores que encarna, puesto que cuando uno revisa la vida de Duarte: sus hechos, sus dichos, sus enseñanzas, uno ve que ese hombre vivía del Evangelio. Duarte no sólo bebió del Evangelio, sino que lo puso también en práctica sobre todo en política.

Duarte fue cristiano católico, bautizado, confirmado, comulgaba. Se formó en las fuentes del cristianismo. Entonces era sal, como todos nosotros que estamos llamados a ser sal. La sal es un símbolo que usa Jesucristo para indicar la vida humana, lo que nosotros hemos de ser. Cada ser humano debe ser sal.

La sal da sabor y  cuando uno de nosotros está en un lugar o en un ambiente, cualquiera que sea, debe dar sabor. Por otra parte, la sal sirve también para evitar que los alimentos se dañen. La sal, pues, evita la corrupción. Aquél que vive la sal del cristianismo, es decir, los valores del cristianismo, da un sabor distinto donde quiera que se encuentre, y esta sal hace que esa persona no se corrompa. Duarte fue sal en su época. Pensemos, por ejemplo, en la invasión haitiana.

Hubo muchos dominicanos que apoyaron esa invasión, y lo hicieron porque habían perdido el sabor de la dominicanidad. Habían perdido el sabor de la libertad, habían perdido el sabor de la autonomía. Duarte, en cambio, sí lo conservó, gracias a Dios, y por eso nosotros lo recordamos hoy: porque fue sal que, además de dar sabor, se preservó, no se corrompió. Hoy podríamos aplicar a nuestra realidad actual esto que acabamos de decir de Duarte.

Un tema que está constantemente entre nosotros, y que ustedes, comunicadores que están aquí presentes se hacen eco diariamente, es el tema de la corrupción y de la violencia. ¿Por qué hay corrupción? Hay corrupción porque se ha perdido el sabor de la sal. Entonces necesitamos hombres y mujeres como Duarte que en la República Dominicana, que sean sal, que no se corrompan. ¿Qué le pasa al alimento corrompido? ¿Qué le pasa a la sal que se daña? Lo dice el Evangelio: se coge y se tira afuera para que sea pisoteada (Cfr. Mt 5,13). Mis queridos hermanos y hermanas: eso es así, no  sólo porque lo diga el Evangelio, sino porque esa es la realidad de la vida.

Ustedes saben que la persona que se corrompe, en el sentido que sea: corrupción económica, corrupción sexual, corrupción religiosa, etc., se le coge y se le echa fuera. Mis queridos jóvenes aquí presentes: quiero invitarles a fijarse en la realidad de la vida. Cuando van pasando los años uno va descubriendo que muchos hombres, que tenían una buena posición económica o que ocupaban una posición socialmente reconocida, se corrompieron y ahora no son más que basura de la vida, olvidados, dejados. Ahí se ha cumplido lo que dice el Evangelio: “han sido tirados para que la gente los pisotee”. Pudiéramos pensar que Dios los ha castigado. Pero no es así, mis queridos jóvenes: ¡Esa es la ley de la vida! Duarte, gracias a Dios, no fue así.

Por eso nosotros celebramos el nacimiento de esta vida: una vida que fue sal, una sal que no se corrompió y que ayudó a que los dominicanos no se corrompieran. Por eso Duarte sigue siendo sal, por eso Duarte sigue siendo motivo de integración para nosotros. Es la figura de Duarte la que, precisamente, hoy nos reúne a todos aquí.

En estos días los medios de comunicación se han hecho eco de una expresión muy significativa. Se ha hablado del “alma nacional”. ¿Qué es el alma nacional? El alma nacional es lo que nosotros somos. Pensemos, por ejemplo, en la bandera. La bandera nos representa a nosotros como Nación, y por eso hoy esta celebración se ve engalanada por muchas banderas llevadas por jóvenes hermosamente uniformados. Y lo hacen así porque la bandera nos representa, porque es el alma nacional. ¿Qué es el alma nacional? nos preguntamos nuevamente. Son nuestros valores, lo que nosotros queremos ser.

En el fondo, los dominicanos queremos ser como Duarte: ¡Queremos ser sal! No nos queremos corromper. No queremos caer en la violencia, porque perdemos todo ese sentido. Les invito, hermanos y hermanas, a que pensemos en Duarte como sal, pero también en nosotros como sal de nuestro tiempo, de nuestro presente y futuro.

CONCLUSIÓN:

CERTIFICO: Que, para mi homilía del 26 de enero 2012, me basé como otras veces, en un esquema previamente preparado, que la transcripción por escrito de la misma la agradezco al padre Carlos Santana, Responsable de la Oficina Arquidiocesana de Ceremonias del Arzobispo Metropolitano (OCAM) y que dicha transcripción responde fielmente al texto verbal.

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, el quince de febrero del año del Señor dos mil doce.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas