Después de la vergüenza sufrida por la Iglesia católica con las revelaciones sobre el comportamiento lascivo de Józef Wesolowski en la República Dominicana, con el agravante de que más allá de la carne, terminó en la pederastia, mediante el abuso de muchachos de la calle, no quedaba más alternativa que condenarlo.
Lo malo de ese individuo no está sólo en ese perverso proceder, sino en que deshonró a la Iglesia, a la doctrina, el nombre de Dios. Y peor aún, cuando desempeñaba una función tan elevada, de representación del Vaticano ante el Estado dominicano.
Por eso, la condena de exclusión decidida por la Congregación para la Doctrina de la Fe, debe ser apenas un primer paso. No basta con que dimita del estado clerical. Tiene que ser procesado penalmente, en cualquier instancia judicial, más allá de la Iglesia. Él violó la moral católica, pero también las leyes de la República Dominicana y de la justicia universal.
Toda la gente sensata de la Iglesia católica está de acuerdo con ello, y por eso el temperamento de satisfacción que reina entre los obispos y necesariamente entre los feligreses.
El Papa Francisco, que encarna el nuevo liderazgo de la Iglesia,
debe continuar colaborando para que ocurra como hemos venido
insistiendo.
Es la única manera de detener a quienes han jurado seguir las normas religiosas y se han desviado del camino, cometiendo actos aberrantes que violan la ley de Dios y de la Humanidad.
Es oportuna la ocasión para observar que el tal Wesolowski no es el único que se ha salido del carril. La pederastia es un problema global de la Iglesia, que debe ser desentrañado.
La Iglesia católica dominicana, que vivió el escarnio protagonizado por otro sacerdote polaco, Wojciech Gil, o los hechos que involucran al padre Johnny Durán, no puede conformarse con esta medida.
Debe reclamar mayores escarmientos. l
