Dice Pedro Mir en la primera estrofa del conocido poema del mismo nombre, “Hay un país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol”… y pudiéramos añadir: y de los ciclones. El 31 de agosto del 1979, se soltaron los demonios huracanados sobre República Dominicana, especialmente encima de Santo Domingo, siendo don Antonio Guzmán Fernández, presidente, con apenas un año en el poder. El 4to huracán de la temporada ciclónica, denominado David, siendo esta la primera temporada donde se incluían nombres de hombres y mujeres, alternados. Precedida por Claudette y seguida de otras inocuas sin nombrar, le siguió la tormenta Federico, de nefasto paso por nuestro país, “remachando el clavo” de muerte y destrucción que en su ruta causaron estos dos descomunales fenómenos de la naturaleza. David aterrizó en territorio americano el fin de semana del Día del Trabajo e hizo movilizar cerca de 400,000 personas. Federico fue en su momento el huracán más costoso para los Estados Unidos. En su historia meteorológica señala que apenas el 25 de ese fatídico mes de agosto, el Centro de Huracanes de los Estados Unidos (NHC) anunciaba la formación de una depresión tropical dentro de un “área de clima perturbado” a unos 1400 km de las islas de Cabo Verde. Potenciado por una serie de factores, alcanzó clasificación de categoría 5 en pocos días. Ya el 27 era definido como Tormenta Tropical y el 28 alcanzaba vientos de 240 km/hora con los que azotó la isla de Dominica el día 29, donde se contabilizaron 56 muertos y graves daños a su capital, Roseau. Aunque no entró a territorio puertorriqueño ocasionó daños y muertes (6) causando inundaciones con más de 20 pulgadas de lluvias en Mayagüez. Continuó intensificando sus monstruosos vientos hasta llegar a los 280 km/h con los que hizo presencia frente a Haina, adentrándose sobre la capital dominicana a inicios de la tarde del último día de agosto. Descargó toda la ira de la naturaleza perturbada, sobre la capital dominicana que ya sobrepasaba el millón de habitantes, cruzando la isla en diagonal y saliendo por el norte de Haití, como un huracán débil, tras dejar más de 2000 muertos, “mal contaos”, ocasionando en territorio nacional infinidad de daños mayores, traumas colectivos e individuales, más del 70% de las cosechas dañadas, pérdidas materiales más allá de la capacidad nacional de inventario de perjuicios. En Padre Las Casas, la inundación arrasó la iglesia que servía de refugio. Se estimó que los daños sobrepasaron los US$1,000 millones de dólares, al valor de esa época, representando hoy una montaña de dinero. La más penosa secuela, es la tremenda capacidad de olvido que dejó este brutal fenómeno natural, que aunque cambió límites oficiales de diseño estructural, no alteró el principio filosófico de vida, de que “to se puede”, de nuestra población más susceptible a daños de este tipo, que construye y transforma con simples criterios de “ingeniería popular”.

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