El Roblito declara fiesta por el inicio de las clases

Azua. Los 62 niños de la comunidad El Roblito, de la zona montañosa de Padre Las Casas, que perdieron dos años de clases por falta de un maestro, ya reiniciaron  la docencia, luego de la llegada al lugar de un docente nombrado por el Ministerio de Edu

Azua. Los 62 niños de la comunidad El Roblito, de la zona montañosa de Padre Las Casas, que perdieron dos años de clases por falta de un maestro, ya reiniciaron  la docencia, luego de la llegada al lugar de un docente nombrado por el Ministerio de Educación.

El maestro designado es Wilkin Soto, de Padre Las Casas, quien empezó sus labores educativas este miércoles.

La comunidad El Roblito llamó la atención de la opinión pública luego que se diera a conocer, a través de una crónica del periodista Vianco Martínez, que 62 niños de ese lugar habían perdido dos años de clases y estaban a punto de perder el tercero por falta de un maestro.

En su primer día de clases, Soto aseguró que concentrará todo su interés en poner al día a los alumnos por el tiempo perdido en esa escuela, y dijo que en sus manos el deseo de superación de los niños de El Roblito no sucumbirá.

“He llegado a El Roblito con mucho entusiasmo y sé que el reinicio de las clases aquí ha sido el resultado de un gran esfuerzo”, sostuvo.
Cristian Ferreras, residente en la comunidad, afirmó que los habitantes de El Roblito declararon el miércoles como día de fiesta por la llegada del educador, y que sus habitantes darán todo su apoyo al nuevo maestro para que tenga éxito en su labor.

Pidió  al Ministerio de Educación un programa de alfabetización de adultos para seguir educando a los padres que una vez iniciaron el aprendizaje.

Las clases en la zona alta de Padre Las Casas no habían iniciado debido a la destrucción del puente sobre el río La Cueva, que se produjo con el paso del huracán Irene.

El profesor Wilkin Soto explicó que para llegar a la escuela de El Roblito, su nuevo lugar de trabajo, tuvo que atravesar el río La Cueva montado en una pala mecánica, junto a otros profesores de la zona.

Según la crónica de Martínez, a falta de una escuela, las monjas de la Congregación del Cristo Crucificado habilitaron una pequeña iglesia y pagaron por varios años una maestra, hasta que se le agotaron los fondos. Los residentes en la comunidad enviaron cartas, visitaron funcionario y prendieron velas para conseguir el nombramiento de un maestro.

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