¡Evitemos y reprochemos a los extremistas!

Evitemos a los extremistas, sin distinción, a los que carecen de iniciativas y no influyen ni en ellos mismos, a los que aparecen en la prensa creando opiniones y trazando pautas aquí y en el mundo… Evitémoslos a todos, y ahí seamos extremistas.

Evitemos a los extremistas, sin distinción, a los que carecen de iniciativas y no influyen ni en ellos mismos, a los que aparecen en la prensa creando opiniones y trazando pautas aquí y en el mundo… Evitémoslos a todos, y ahí seamos extremistas.

Los extremistas no suelen andar solos, pues se sienten débiles, como un bigañuelo rodeado de hurones. Lo hacen en grupo, así se encuentran como tilapia en el agua, entre iguales, abrazados de cobardes que no se atreven a trillar su propio camino. Además, es más sencillo convencer a mil personas reunidas que a un individuo. La masa arrastra, la euforia la contagia, hace que el conglomerado baile como autómata el mismo ritmo del que dirige la orquesta.

Los extremistas odian y aman sin comprender los límites de ambas palabras, que mal asumidas pueden ser fatales para el buen juicio de quienes las practican. Sus ideas son las correctas y punto, sus sentencias no permiten apelación, y desdichado el que las enfrente, que por eso hasta su vida peligra.
Evitemos a los extremistas políticos, a los que discuten con pasión sobre temas banales; a los que defienden con rabia su ideología sin apreciar las bondades de otras; a los que no ven nada bueno en el contrario, pues la verdad solo la tienen ellos.

Evitemos a los extremistas religiosos, que todo lo justifican en nombre de Dios, como si el Creador se adaptara a los caprichos de alguien que creó. Nos dijo el papa Francisco que el fanatismo es un monstruo que osa decirse hijo de la religión. La religión no es fanatismo, es fe, bondad, comprensión, perdón y servicio al prójimo. Escudarse en ella para cometer actos de barbaries es propio de cobardes.

Evitemos a los extremistas nacionalistas, a esos que solo ven lo bueno en su terruño; que aborrecen naciones hermanas porque las consideran inferiores; que en nombre de la raza o de una alegada superioridad, humillan, maltratan, condenan y asesinan. No saben que los extranjeros no existen y que las fronteras son un mundano invento, pues todos somos iguales.

Evitemos a los extremistas que solo piensan en lo material, que justifican y provocan guerras, bombardeos y crímenes para proteger sus intereses particulares o del poder que representan; también alejémonos de quienes solo se alimentan con dinero, esos infelices que en sus estómagos prefieren las monedas al agua que refresca el espíritu.

En fin, evitemos a todos los extremistas, sin limitaciones, que los hay de muchas más categorías. Y reprochemos a esos intolerantes radicales, poderosos o no, ateos o creyentes, educados o analfabetos, pobres o millonarios, pues sus conductas no ayudan a construir un mundo mejor.

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