Excúseme, no creo su excusa

Parece que en el cuerpo humano existe un extraño gen el cual provoca que puerilmente justifiquemos nuestras acciones y expliquemos nuestros…

Parece que en el cuerpo humano existe un extraño gen el cual provoca que puerilmente justifiquemos nuestras acciones y expliquemos nuestros errores de las más pintorescas maneras.

No hay área que escape al imperio de este fragmento de ADN. En el ajedrez, por ejemplo, muchos cuando pierden la partida buscan consuelo y dicen: “qué cosa, caramba, y yo que estaba ganao”; entonces el receptor de ese torpe lamento piensa: “sí, claro, ganao son vacas”.  
Las excusas que damos generalmente  son más ridículas que la verdad misma.

Nos fascina disfrazar nuestros reveses, cuando es la careta y no nuestro fracaso lo que provoca risa o pena, o ambas cositas a la vez. Lo jocoso es que quienes más se burlan de las excusas de los demás son los primeros en recurrir a ellas.

Si fuésemos sinceros, las conductas que se pretenden excusar se perdonarían y hasta con gracia y ternura se recibirían.

Aquí hay auténticos fanáticos de las excusas, personas que para todo tienen una explicación. Por ejemplo, alguien no sabe bailar porque no lo brincaron ni un “chin” cuando chiquito, pero expresa en la fiesta que es insuperable en la pista y que no hace galas de su talento porque le duele la cabeza. O el manganzón, que al no poder conquistar a su Dulcinea, jura frente a todos que la botó, como si ya la hubiera tenido, algo que ni en sueños ocurrió.

Y del estudiante que asiste todas las tardes a la universidad y afirma que está haciendo la tesis o la monografía, cuando la realidad es que tiene tres semestres o ciclos expulsado de la academia, asunto que saben hasta los perros de Agripino, las vacas de Príamo y los guardaespaldas de Abinader.

También está el cómico en el restaurante, que luego de “jartarse” como un elefante y de beber como una ballena se disculpa al momento de pagar la cuenta bajo el alegato de que la noche anterior gastó miles de pesos con una chica despampanante. ¡Embuste!
Cambiando un poco el tema, desde hace tiempo quiero hacer ejercicios: trotar como un keniano, brincar como Sotomayor y levantar pesas como un ruso. Ya compré mis tenis, carísimos, y un primo de los países me regaló un par de medias blancas y gruesas. Materialmente estoy preparado; pero mi problema, en serio, es que no tengo tiempo. Tengo mucho trabajo, además necesito lentes especiales para ejercitarme. Cuando mis amigos me reclaman el cumplimiento de mis planes atléticos y ya hasta imprescindibles para mi salud, respondo siempre lo mismo y nadie me cree: “el lunes empiezo”, aunque no sepa de qué semana, mes o año. Eso sí, el lunes empiezo y no es excusa. l

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