Funciona gracias a la dinámica entre sus personajes envueltos en una historia para público de fe militante, y como tal respeta las convenciones de esa naturaleza de cine conducente explícitamente a la evangelización devota. A un guión corriente en la narrativa y los diálogos, las actuaciones le dan un tono dramático puntual que vigorizan íntegramente la historia, haciéndola verosímil. Aunque de obvio y afanoso corte melodramático, el buen y oportuno sentido de la dirección le da la forma necesaria e imprescindible como cine imprimiendo la atmósfera cinematográfica, única e inigualable, que termina por aplacar esos personajes novelescos, redundantes. La historia transcurre con buen ritmo entre el presente y el pasado de los personajes, el pretérito llega con remembranzas para ir fijando los motivos de cada personaje, pero también para darle evolución–cambios como característica esencial en todo largometraje-. Visualmente, el filme entrelaza una dicotomía entre el paisaje exuberante del valle montañoso de Constanza con el ocaso y angustia que provocan enfermedades catastróficas en una sola familia (Alzheimer y cáncer). Por momentos los personajes aguijonean la realidad socio-económica de Constanza como son las trabas financieras entre productores agrícolas y bancos, así como la irracional encrucijada de la juventud que para sobrevivir emigra hacia otras formas de ganarse la vida -motoconcho- en vez de echar jornales miserables en grandes empresas agrícolas. Pues bien, aunque el resultado del filme es satisfactorio hay una pelea entre la metáfora y el tratamiento tan literal de los problemas presentados que por momentos pierde su relación con la realidad para entrar en el terreno de lo folletinesco como mensaje creyente. Las secuencias estéticamente imponderables son perjudicadas con diálogos que ya quedaban mostrados “entrelineas”. Es por eso que el llamado tercer acto, o escena final, quebranta al prolongarse con un epilogo narrado con voz en off queriendo trasponer la emoción que procuraba y que obviamente justifica el filme. Lo mejor son los movimientos de cámara que conducen las transiciones emocionales, y eso se agradece, pues es lo que habilita espacios para el fabuloso desempeño actoral de Cuquín Victoria y el inquietante rostro de Adalgisa Pantaleón que semeja la máscara afligida y trágica del teatro griego. Me gustó la secuencia con montaje semejante a una excelente secuencia de Requiem para un sueño.
H HH Dirección: Tito Rodríguez. Guión: Carlos Quezada. Género: drama cristiano. Duración: 90 minutos