La fiebre del oro

Es posible que antes de firmar con Cristóbal Colón las capitulaciones de Santa Fe el 17 de abril de 1492, los reyes católicos…

Es posible que antes de firmar con Cristóbal Colón las capitulaciones de Santa Fe el 17 de abril de 1492, los reyes católicos de Castilla y Aragón negociaran con Roderico de Borja y Borja, electo papa por escasamente su propio voto durante la mañana del 11 de agosto del mismo año, en Roma, mientras la expedición salida de Palos de la Frontera en Huelva, recalaba en las Canarias, desde donde reanudaría su viaje el 6 de septiembre, ya coronado Alejandro VI, tal vez con tiempo insuficiente para que Colón se enterara del evento.

La recepción de los aborígenes de Guanahaní, en las Lucayas, deja fuertes impresiones al aventurero Colón: el oro que usaban como adorno corporal, la desnudez de vestuario, la sonoridad del lenguaje, la mansedumbre del trato, y su disposición para compartir. Nada causó más maravilla que el oro. Así, Colón pregunta a quienes encuentra en su trayecto por la fuente del oro. Todos señalan la isla de Haití como rica en oro y hacia allí se encamina. Es recibido por el cacique Guacanagarix que le regala oro y le ofrece amistad. Regresa a España donde arma nueva expedición con suficientes gentes para hacerse del oro de la isla. Se produce a su regreso la primera fiebre del oro en esta tierra, que ocasiona, por la esclavitud, el genocidio y el maltrato, la desaparición de cinco culturas aborígenes.

Siguen los descubrimientos auríferos en Tierra Firme y surgen leyendas de inconcebibles riquezas y con éstas, se despuebla la incipiente base colonial, y la fiebre del oro contagia la misma enfermedad esclavista y genocida a nuevos españoles en perjuicio de otros pueblos aborígenes, a quienes arrebatan toneladas del amarillo metal, sin que siquiera les sirvieran a España para desarrollarse, ni para conservar la riqueza potencial de su tenencia. Solo sirvió para comprar bagatelas a Holanda, Inglaterra y Francia, del mismo tipo que le habían servido sus cuentas, espejitos y cascabeles para conseguir el oro del aborigen. Desde la despoblación solo hubo explotación rudimentaria, hasta cuando a mediados del siglo XX se redescubrió el oro de Cotuí. Entonces, recibimos nuevos saqueadores que produjeron otra fiebre del oro.

Esta vez, contaminaron a instituciones que administran el Estado dominicano, comprando conciencias para lograr concesiones de exploración o explotación mediante la técnica de dar palos de faitaccompli, que desprotegen parques nacionales, dañan recursos hídricos, envenenan aire, agua y tierra, y reciben el metal, sin retribución justa a la nación.

Son proyectos que matan la vida e impiden su sustento. Hay que identificar para sacar a los traidores de sus puestos, y a los saqueadores de aquí. La razón y la ley nos respaldan.

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