La fiesta brava de Hemingway (y 5)

Fiesta” es una obra ejemplar en muchos sentidos: la revelación de un joven escritor que  había alcanzado casi en pleno la madurez, extremadamente consciente de su oficio, incisivo en el estilo, finísimo en el manejo de las más intrincadas situacion

Fiesta” es una obra ejemplar en muchos sentidos: la revelación de un joven escritor que  había alcanzado casi en pleno la madurez, extremadamente consciente de su oficio, incisivo en el estilo, finísimo en el manejo de las más intrincadas situaciones narrativas. El tema tocaba sus fibras más íntimas, lo apasionaba, y Hemingway se sumergió espontáneamente, felizmente en sus aguas. Si “Fiesta” no es la obra maestra de Hemingway, posiblemente es la más lúcida y sincera, sobre todo sincera, y quizás la más hondamente vital. Las líneas de desarrollo de sus ideas son todas visibles. Está todo Hemingway aquí dentro. En cuerpo y alma. Incluso, se podría decir que en aquella época de fiesta tenía más espíritu, más sentido del humor del que manifestaría en otras narraciones. Era, sin duda, un escritor penetrante y al mismo tiempo sutil, agudo.

Hemingway escribiría otro libro más sólido  arquitectónicamente, pero menos espontáneo y vivencial. Escribiría libros comprometidos con las mejores causas y de gran aliento social, pero también retóricamente ambiguos, programados para “servir”.

“Fiesta” es una obra rebosante de humor y fina ironía,  cuando no de sarcasmo. Algunos diálogos entre Jake y Cohn y entre Jake y Bill son ejemplares en este sentido. Por otro lado, el retrato sicológico y la descripción de las relaciones humanas es impecable. Quizás en ningún otro libro Hemingway  logró crear  personajes tan auténticos, sustanciosos, insignificantes y a la vez conmovedores en su desgarramiento existencial.

Aparte de la representación de los norteamericanos y los ingleses (es decir, la gente suya, cuya idiosincrasia conoce), le bastan poquísimos trazos para elaborar un perfecto retrato ético-moral del español Montoya, poquísimos trazos para hacer entender, sin necesidad de ulteriores mediaciones descriptivas, el  peligro que éste corre en compañía de gente disoluta que podría corromperlo, arruinarlo moralmente.

La importancia de este hecho hay que ponerla de relieve enfáticamente. Más tarde Hemingway abandonará, junto a otras cosas, su  cautela para construir personajes ajenos a su cultura, y debido a ello desfilarán por sus libros algunas figuras caricaturescas y no personajes como, por ejemplo, ciertos macarrónicos italianos en “Adiós a las Armas”, los españoles estereotipados de “¿Por quién doblan las campanas?” o los esmirriados cubanos de “Tener o no tener”.

Es notable, por otra parte, la habilidad con la cual el autor logra evitar en “Fiesta” la fácil trampa del sentimentalismo. Aquí todos se separan con un ligero asomo de pesar, pero sin dramatizar más allá de lo necesario, sin melodrama ni manifestaciones semejantes.

La escena en que Jakes Barnes se separa del querido amigo Bill tiene una solución más bien poética: “Pasó la puerta y se dirigió al tren. El maletero iba adelante con el equipaje. Yo miraba el tren que se ponía en marcha, Bill demoraba en la ventanilla. La ventanilla se alejó, el resto del tren se alejó y los rieles quedaron vacíos.”

El análisis de este libro no pretende ni puede ser exhaustivo, sobre todo tratándose de una historia “tan fluida, tan sugestiva”. Sin embargo hay que hacer hincapié en la figura del torero. No es difícil darse cuenta de que el torero representa un animal simbólico, representa un punto firme de referencia para establecer la distancia con el grupo de disolutos exilados  turistas.

Carlos Pujol, considera que “El personaje del torero introduce otro elemento mítico en la novela. Para Hemingway los toros son un misterio, en el sentido antiguo de la expresión, sólo para iniciados, un misterio que salva, que libera y purifica, y que está  íntimamente ligado a la vida sexual. El torero, de acuerdo con la creencia de muchos pueblos primitivos, se apropia de la fuerza de los animales que mata y desafiar continuamente a la muerte se hace inmortal.” (“Yo nunca moriré”, dice el matador).

Mágicamente hablando, el torero es pues un superhombre, o, mejor, un supermacho por el que Brett se sentirá inmediatamente atraída. En la simbología de la novela, él es el toro en la plenitud de sus facultades, en contraposición a Jakes Barnes cuya deficiencia le asimila al papel de buey. Esta idea está acentuada en muchos diálogos y por el hecho mismo de que Jake se presta a favorecer los amores del torero con la lady, así como los mansos conducen a los toros a la plaza”. Pujol identifica a Jake Barnes “con la figura mítica del Rey Pescador, según la interpretación de Jessy Weston, proyectando todo este conjunto de elementos (impotencia, leyenda) en una cierta visión filosófica del mundo”. Naturalmente saldrá a relucir el nombre de Eliott, sacando a colación los fantasmas simbólicos de su “Waste land” (“Tierra baldía”, en una limitativa traducción), “Jake será un nuevo Rey Pescador, un rey impotente de una tierra estéril, de ese yermo, esa tierra baldía que es el mundo en que vive, el mundo moderno”.  El mismo Pujol identifica a lady Ashley “con una inconfundible deidad pagana, casi de ídolo, de fetiche. Brett es la diosa que amor que preside la fiesta de Pamplona. En un momento dado (capítulo quince), se baila a su alrededor como en torno a un ídolo, la adornan con una ristra de ajos, la entronizan sobre un tonel de vino. Es el símbolo de la Vida, de la Fecundidad, deseable e inalcanzable para el héroe, necesariamente frustrado.”

Muchas otras interpretaciones más o menos curiosas, pero siempre bastante impresionistas, se encuentran en páginas de famosos críticos ingleses y norteamericanos. A título de ejemplo, cito a Edmund Wilson. A su juicio “el comportamiento de los personajes de ‘The Sun Also Rises’ no es típico sólo de una pequeña y particular categoría de expatriados americanos e ingleses”.

Wilson sostiene que es “más bien típico de todo el mundo occidental contemporáneo.” Mark Spilka, por su parte, pretender reducir a “Fiesta” a una novela cuyo tema fundamental es “la muerte del amor en la primera guerra mundial”.

De cualquier manera el arte puede ser interpretado libremente dentro de ciertos límites e infinitas pueden ser las interpretaciones de una obra cualquiera.

Mi intención, por otra parte, ha sido desmontar este libro, sacudirle el polvo, desmitificarlo si es posible, hacerlo accesible, en fin, a lecturas no conformistas.

Nada en contrario con lecturas en clave simbólica, siempre que se produzca el enganche con la historicidad de la obra en cuestión. El mismo Hemingway definió a “Fiesta” con estas palabras: “no una sátira, sino una tragedia que tiene como héroe a la tierra”. Para algunos esta definición podría bastar. Pero de tierra y de tragedia en realidad se ha visto poca. Y la sátira, en cambio, es feroz. El hecho es que, incluso sin prescindir de lo que había querido decir Hemingway, era necesario establecer lo que en verdad había dicho Hemingway, quizás a su pesar.

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