Y ganaron los terroristas…

No hay dudas acerca del triunfo de los que han sembrado el terror, como método extremo de lucha, epidemia que afecta todo el planeta. Solo hay que viajar al exterior para entender la dimensión de la transformación que ha sufrido nuestro espacio…

Ganaron los terroristas

César Nicolás Penson [email protected] hay dudas acerca del triunfo de los que han sembrado el terror, como método extremo de lucha, epidemia que afecta todo el planeta. Solo hay que viajar al exterior para entender la dimensión…

Ganaron los terroristas

No hay dudas acerca del triunfo de los que han sembrado el terror, como método extremo de lucha, epidemia que afecta todo el planeta. Solo hay que viajar al exterior para entender la dimensión de la transformación que ha sufrido nuestro espacio…

Ganaron los terroristas

No hay dudas acerca del triunfo de los que han sembrado el terror, como método extremo de lucha, epidemia que afecta todo el planeta. Solo hay que viajar al exterior para entender la dimensión de la transformación que ha sufrido nuestro espacio…

No hay dudas acerca del triunfo de los que han sembrado el terror, como método extremo de lucha, epidemia que afecta todo el planeta. Solo hay que viajar al exterior para entender la dimensión de la transformación que ha sufrido nuestro espacio de vida y como se perdió el romanticismo de abordar un vuelo.

Más que objetivos de producir dolor individual, terror colectivo y aprehensión general, han logrado reacciones de prevención que aplastan al ciudadano común, al que no le interesa más que usar la ruta que le lleva al destino escogido. El denigrante sistema de “cateo”, en el que te “soban” el cuerpo entero, “ por “alante y por atrá”, en busca de un arma escondida u objeto cualquiera calificado de peligroso.

Es la versión artesanal criolla de la seguridad. “Desafórrese”, quítese los zapatos, la correa, “saque to lo que tenga en lo bolsillo” e introduzca el equipaje de mano en una cámara en la que le verán hasta las “entretelas” a lo que lleva encima, previamente colocado en una bandeja plástica.

Esa pesadilla simple, donde personal de seguridad que actúa con caras de perdonavidas y sensación de poder infinito sobre el pasajero, es el éxito de los triunfantes extremistas que le han destruido la vida a unos y dañaron la existencia al resto de los mortales, esparciendo una paranoia colectiva que todo lo complica. Lo que hoy nos parece “normal” no es más que la reacción contra, en ocasiones desmedidas, de los despropósitos suicidas, perversos, dañinos del extremismo desquiciado, con disfraces religiosos.

Ni sepa, qué van a hacer con su equipaje: esa maleta va a ser sometida a “jamaqueos, zangulutiones, revisiones y ata rayo equi y sonografía”. Un “especialita” con guantes “le va’regitrá to, a ve si jalla, arguna vaina rara”. Más fácil aparece media banda de un chivo “liniero” o un salami de mallita, que una bomba.

La propia cultura del criollo lo imposibilita para acciones terroristas: va donde un brujo y “le’plica, pa consultá como va’resultá la vaina”; tiene por obligación que “contale a lo tíguere en lo que tá”; “la jeva tiene que sabelo” y “eso, sin un selfi y sin subilo a feibu no da guto”. Que no le hablen de que se va a inmolar para que le garanticen “que se va’tirá 12 señoritas”, donde Mahoma le tiene reservado. Prefiere “bucásela por su cuenta” y quedarse vivo y entero que reventar en pedazos, volado por una bomba amarrada a su cuerpo, con una promesa, de la que como “hombre chivo”, desconfía, “poque no sabe si le van a cumplí”.

Aun así el revisor con uniforme azul, lo considerará como el más extremista de los “fedayines” de la fe extraviada, capaz de las aberrantes acciones por la causa del absurdo, aún con “pinta” de hombre serio y edad madura. Ganaron los terroristas, poniendo al mundo patas arriba, subyugándonos a una cultura paranoica que rinde tributo al miedo colectivo, al temor generalizado y al terror individual. l

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César Nicolás Penson Paulus
[email protected]
No hay dudas acerca del triunfo de los que han sembrado el terror, como método extremo de lucha, epidemia que afecta todo el planeta. Solo hay que viajar al exterior para entender la dimensión de la transformación que ha sufrido nuestro espacio de vida y como se perdió el romanticismo de abordar un vuelo. Más que objetivos de producir dolor individual, terror colectivo y aprehensión general, han logrado reacciones de prevención que aplastan al ciudadano común, al que no le interesa más que usar la ruta que le lleva al destino escogido. El denigrante sistema de “cateo”, en el que te “soban” el cuerpo entero, por “alante y por atrá”, en busca de un arma escondida u objeto cualquiera calificado de peligroso. Es la versión artesanal criolla de la seguridad. “Desármese”, quítese los zapatos, la correa, “saque tó lo que tenga en lo bolsillo” e introduzca el equipaje de mano en una cámara en la que le verán hasta las “entretelas” a lo que lleva encima, previamente colocado en una bandeja plástica. Esa pesadilla simple, donde personal de seguridad que actúa con caras de perdonavidas y sensación de poder infinito sobre el pasajero, es el éxito de los triunfantes extremistas que le han destruido la vida a unos y dañaron la existencia al resto de los mortales, esparciendo una paranoia colectiva que todo lo complica. Lo que hoy nos parece “normal” no es más que la reacción contra, en ocasiones desmedidas, de los despropósitos suicidas, perversos, dañinos del extremismo desquiciado, con disfraces religiosos.
Ni sepa, qué van a hacer con su equipaje: esa maleta va a ser sometida a “jamaqueos, zangulutiones, revisiones y ata rayo equi y sonografía”. Un “especialita” con guantes “le va’regitrá to, a ve si jalla, arguna vaina rara”. Más fácil aparece media banda de un chivo “liniero” o un salami de mallita, que una bomba. La propia cultura del criollo lo imposibilita para acciones terroristas: va donde un brujo y “le’plica, pa consultá como va’resultá la vaina”; tiene por obligación que “contale a lo tíguere en lo que tá”; “la jeva tiene que sabelo” y “eso, sin un selfi y sin subilo a facebook no da guto”. Que no le hablen de que se va a inmolar para que le garanticen “que se va’tirá 12 señoritas”, donde Mahoma le tiene reservado. Prefiere “bucásela por su cuenta” y quedarse vivo y entero que reventar en pedazos, volado por una bomba amarrada a su cuerpo, con una promesa, de la que como “hombre chivo” desconfía, “poque no sabe si le van a cumplí”. Aun así el revisor con uniforme azul, lo considerará como el más extremista de los “fedayines” de la fe extraviada, capaz de las aberrantes acciones por la causa del absurdo, aún con “pinta” de hombre serio y edad madura. Ganaron los terroristas, poniendo al mundo patas arriba, subyugándonos a una cultura paranoica que rinde tributo al miedo colectivo, al temor generalizado y al terror individual. l

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No hay dudas acerca del triunfo de los que han sembrado el terror, como método extremo de lucha, epidemia que afecta todo el planeta. Solo hay que viajar al exterior para entender la dimensión de la transformación que ha sufrido nuestro espacio de vida y como se perdió el romanticismo de abordar un vuelo.

Más que objetivos de producir dolor individual, terror colectivo y aprehensión general, han logrado reacciones de prevención que aplastan al ciudadano común, al que no le interesa más que usar la ruta que le lleva al destino escogido. El denigrante sistema de “cateo”, en el que te “soban” el cuerpo entero, por “alante y por atrá”, en busca de un arma escondida u objeto cualquiera calificado de peligroso.

Es la versión artesanal criolla de la seguridad. “Desármese”, quítese los zapatos, la correa, “saque tó lo que tenga en lo bolsillo” e introduzca el equipaje de mano en una cámara en la que le verán hasta las “entretelas” a lo que lleva encima, previamente colocado en una bandeja plástica.

Esa pesadilla simple, donde personal de seguridad que actúa con caras de perdonavidas y sensación de poder infinito sobre el pasajero, es el éxito de los triunfantes extremistas que le han destruido la vida a unos y dañaron la existencia al resto de los mortales, esparciendo una paranoia colectiva que todo lo complica.

Lo que hoy nos parece “normal” no es más que la reacción contra, en ocasiones desmedidas, de los despropósitos suicidas, perversos, dañinos del extremismo desquiciado, con disfraces religiosos.

Ni sepa, qué van a hacer con su equipaje: esa maleta va a ser sometida a “jamaqueos, zangulutiones, revisiones y ata rayo equi y sonografía”. Un “especialita” con guantes “le va’regitrá to, a ve si jalla, arguna vaina rara”. Más fácil aparece media banda de un chivo “liniero” o un salami de mallita, que una bomba.

La propia cultura del criollo lo imposibilita para acciones terroristas: va donde un brujo y “le’plica, pa consultá como va’resultá la vaina”; tiene por obligación que “contale a lo tíguere en lo que tá”; “la jeva tiene que sabelo” y “eso, sin un selfi y sin subilo a facebook no da guto”. Que no le hablen de que se va a inmolar para que le garanticen “que se va’tirá 12 señoritas”, donde Mahoma le tiene reservado.

Prefiere “bucásela por su cuenta” y quedarse vivo y entero que reventar en pedazos, volado por una bomba amarrada a su cuerpo, con una promesa, de la que como “hombre chivo” desconfía, “poque no sabe si le van a cumplí”. Aun así el revisor con uniforme azul, lo considerará como el más extremista de los “fedayines” de la fe extraviada, capaz de las aberrantes acciones por la causa del absurdo, aún con “pinta” de hombre serio y edad madura. Ganaron los terroristas, poniendo al mundo patas arriba, subyugándonos a una cultura paranoica que rinde tributo al miedo colectivo, al temor generalizado y al terror individual. l

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No hay dudas acerca del triunfo de los que han sembrado el terror, como método extremo de lucha, epidemia que afecta todo el planeta. Solo hay que viajar al exterior para entender la dimensión de la transformación que ha sufrido nuestro espacio de vida y como se perdió el romanticismo de abordar un vuelo. Más que objetivos de producir dolor individual, terror colectivo y aprehensión general, han logrado reacciones de prevención que aplastan al ciudadano común, al que no le interesa más que usar la ruta que le lleva al destino escogido.

El denigrante sistema de “cateo”, en el que te “soban” el cuerpo entero, por “alante y por atrá”, en busca de un arma escondida u objeto cualquiera calificado de peligroso. Es la versión artesanal criolla de la seguridad. “Desármese”, quítese los zapatos, la correa, “saque tó lo que tenga en lo bolsillo” e introduzca el equipaje de mano en una cámara en la que le verán hasta las “entretelas” a lo que lleva encima, previamente colocado en una bandeja plástica.

Esa pesadilla simple, donde personal de seguridad que actúa con caras de perdonavidas y sensación de poder infinito sobre el pasajero, es el éxito de los triunfantes extremistas que le han destruido la vida a unos y dañaron la existencia al resto de los mortales, esparciendo una paranoia colectiva que todo lo complica.

Lo que hoy nos parece “normal” no es más que la reacción contra, en ocasiones desmedidas, de los despropósitos suicidas, perversos, dañinos del extremismo desquiciado, con disfraces religiosos.

Ni sepa, qué van a hacer con su equipaje: esa maleta va a ser sometida a “jamaqueos, zangulutiones, revisiones y ata rayo equi y sonografía”. Un “especialita” con guantes “le va’regitrá to, a ve si jalla, arguna vaina rara”. Más fácil aparece media banda de un chivo “liniero” o un salami de mallita, que una bomba.

La propia cultura del criollo lo imposibilita para acciones terroristas: va donde un brujo y “le’plica, pa consultá como va’resultá la vaina”; tiene por obligación que “contale a lo tíguere en lo que tá”; “la jeva tiene que sabelo” y “eso, sin un selfi y sin subilo a facebook no da guto”. Que no le hablen de que se va a inmolar para que le garanticen “que se va’tirá 12 señoritas”, donde Mahoma le tiene reservado. Prefiere “bucásela por su cuenta” y quedarse vivo y entero que reventar en pedazos, volado por una bomba amarrada a su cuerpo, con una promesa, de la que como “hombre chivo” desconfía, “poque no sabe si le van a cumplí”.

Aun así el revisor con uniforme azul, lo considerará como el más extremista de los “fedayines” de la fe extraviada, capaz de las aberrantes acciones por la causa del absurdo, aún con “pinta” de hombre serio y edad madura. Ganaron los terroristas, poniendo al mundo patas arriba, subyugándonos a una cultura paranoica que rinde tributo al miedo colectivo, al temor generalizado y al terror individual. l

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