¿Quién dijo que en Cuba hay una revolución? Lo que existe allí es una auténtica monarquía hereditaria disfrazada, en la que un enfermo y anciano líder, después de 47 años de ejercicio unipersonal del poder, puso en manos de su hermano, casi tan viejo como él y segundo en el mando en aquel momento, las riendas de la nación. ¿A quién consultó Fidel Castro para tomar esa decisión? ¿Al pueblo cubano? ¡Por favor!
Nadie sabe, salvo los integrantes de su círculo íntimo, qué está ocurriendo en realidad y cuál es realmente el estado de salud de Castro. Como en todo régimen cerrado, este tipo de información no sale al público. Más gente en el exterior que cubanos en la isla está al tanto de lo que allí sucede.
Es evidente que la hora final de Castro pudiera estar llegando. Tiene ya casi noventa años, más de la mitad de los cuales los ha pasado al frente de un gobierno sometido a muchas presiones, y a infinidad de problemas derivados de su propia filosofía e incompetencia. Su capacidad para sortear los conflictos y su vecindad con Estados Unidos, país que ha combatido y le combate con furor, ha creado alrededor de su figura una leyenda, convirtiéndole en el más longevo y agresivo de los tiranos, sumiendo a Cuba en una encrucijada, que hace incierto el futuro del país después de su muerte.
No es aventurado predecir que habrán de producirse necesariamente cambios importantes una vez el impacto de su muerte revele el enorme vacío de poder que su hermano Raúl, no será capaz de llenar, aunque en apariencia gobierne por ahora el país. Dos escenarios podrían darse en Cuba. El de un régimen negado a morir, aferrado a sistemas de opresión intolerables que lo alejarán cada vez más de la comunidad internacional, o el de un movimiento liberal que conduzca a una democracia, que tomará muchos años edificar, como ocurrió en países de Europa oriental.
