No había por quien votar

Las últimas elecciones generales están marcando el final de un periodo político en RD. Una sensación de ilegitimidad se está formando en la opinión general. Es una especie de crisis tanto por el manejo que la JCE dio a todo el proceso electoral,&#82

Las últimas elecciones generales están marcando el final de un periodo político en RD. Una sensación de ilegitimidad se está formando en la opinión general. Es una especie de crisis tanto por el manejo que la JCE dio a todo el proceso electoral, como por la sensación de que no había por quien votar.

El espectáculo de mal gusto que ofreció Danilo Medina con la reforma constitucional para él poder reelegirse; la vergonzosa actuación de Miguel Vargas Maldonado traspasando el PRD al PLD; más la triste larga lista de partidos que llevaron como candidato presidencial al manejador del Presupuesto Nacional no podían dejar más que este clima de ilegitimidad que crece a medida que pasan los días.

El voto hacia David Collado no fue realmente hacia David Collado, fue contra la mala gestión y prepotente actitud de un alcalde sin aptitud como Roberto Salcedo. De ahí que a David Collado le tocará convencer a los electores que el remedio no será peor que la enfermedad.

La candidatura de Luis Abinader ni él mismo se la creía. Que le haya ganado por tan amplio margen a Hipólito Mejía en una convención del PRM es algo que todavía muchos no se explican, y si hubo chanchullo o no en esa convención lo mejor que hicieron fue “dejar eso así” para que un partido recién hecho no arrancara con tal mancha.

El paquete de candidatos del PLD fue una especie de declaración de “No nos importa la opinión de nadie, ganaremos sí o sí”. En ese paquete estaba casi lo peor de cada casa, liderados por el candidato de San Juan de la Maguana. Ni los mismos peledeístas podían creerse que eso pudiera estar sucediendo, y que ellos tenían que apoyar aquel desaguisado; votar con la nariz tapada.

Ha quedado un ambiente de decepción en la población. El PLD no pudo ni celebrar su “victoria” y hasta uno de sus altos dirigentes marcó esa “no-celebración”. Un sentimiento de derrota moral después de unas elecciones es algo preocupante. El latir del corazón de la nación no se puede oír, aunque algunos dijeran que pondrían su oído para ello. Respiración contenida, porque tampoco hubo una opción convincente para votar en libertad de elección. Hubo resignación ante el avasallamiento prepotente mostrado ad nauseam por el presidente candidato, quien se autodenominó “el montro” en San Juan de la Maguana, lugar ya icónico como productor de especímenes políticos caraduras.
En todos los partidos y sus candidatos se apreció que la única ideología era, independientemente de la retórica de engaño, el poder. El poder por el poder, el poder por el dinero, y el dinero para el poder.

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