Hablar, hablar, hablar…

Decía Winston Churchill que una buena conversación debe agotar el tema, no a los interlocutores. Nosotros, los dominicanos, agotamos los temas y a quienes nos escuchan. Somos un pueblo agradable, aunque algo parlanchín, lo que tiene su gracia y…

Decía Winston Churchill que una buena conversación debe agotar el tema, no a los interlocutores. Nosotros, los dominicanos, agotamos los temas y a quienes nos escuchan. Somos un pueblo agradable, aunque algo parlanchín, lo que tiene su gracia y en ocasiones su desgracia.

Muchos han perdido el éxito personal y/o profesional por no callar a tiempo. ¡Cuántos, siendo excelentes trabajadores, no alcanzan triunfos importantes por ser, sencillamente, unos deslenguados!

¡Ay de los que incluso con innumerables oportunidades para avanzar, pierden esos momentos clave del destino por soltar frases imprudentes o algún monosílabo inapropiado!

¡Pobres de los que aparentaron cualidades que no poseían, saliendo a relucir su ignorancia en el mismo momento en que abrieron la boca! Si hubiesen cerrado la boca todavía los considerarían sabios.

Nos fascina la bulla, hasta el punto de que somos uno de los países más ruidosos del mundo. Se nos dificulta el silencio, lo consideramos triste, melancólico, propio de personas con problemas. Incluso, cuando alguien es muy callado, juramos que algo esconde, que su espíritu guarda una cosita rara.
Generalmente, le huimos a quien no dice ni esta boca es mía, a diferencia de los parlanchines, que los buscamos como salvadores, brindándoles toda la bebida y comida que quieran para que hagan el ambiente. Son nuestros bufones modernos.

Cuando me visitan extranjeros, les pido su impresión al respecto. Usualmente recibo las mismas respuestas. “No entiendo cómo ustedes hablan todos al mismo tiempo, y apenas se escuchan a sí mismos. Si hay diez personas reunidas nadie le presta atención al de al lado, eso es habla y habla, y si alguien dura algunos segundos conversando, lo interrumpen de inmediato. Eso es increíble”.

“Algo sorprendente es que cuando ustedes platican tienen la manía de tocar con el dedo índice el hombro o la rodilla de quien supuestamente los escucha. En otras palabras, ustedes se expresan dándose golpecitos, lo que es entendible porque cada cual solo está atento a lo que va a decir”.

“Para ustedes pronunciarse en voz alta es creer que se tiene la razón. Cuando lo hacen parece que pelean y nosotros, que no entendemos bien lo que ocurre, nos asustamos y pensamos que estamos al borde de una tragedia. Pero no es así. Luego del alboroto cada uno sale tranquilito, y quizá los contrincantes hasta sus traguitos comparten después”.

Cuando le comenté a un amigo dominicano la experiencia, se incomodó un poco y me contestó: “Eso no es así. Y lo voy a discutir con los muchachos, si es que me dejan hablar, y si no me lo permiten gritaré, y si no me hacen caso, no importa, hablaré solo, no me quedaré callado. Les demostraré a los extranjeros que sabemos guardar silencio”. 

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