A mí hay que respetarme

Durante los últimos días ha salido a relucir con insistencia la célebre frase “a mí hay que respetarme en este país”. Esta expresión, junto a la de ¿usted sabe quién soy yo?,  forma parte del conjunto de manifestaciones que…

Durante los últimos días ha salido a relucir con insistencia la célebre frase “a mí hay que respetarme en este país”.

Esta expresión, junto a la de ¿usted sabe quién soy yo?,  forma parte del conjunto de manifestaciones que ponen en evidencia la cultura profundamente autoritaria que predomina en la sociedad dominicana.

En una nación de desiguales, con un débil estado de derecho, algunos grupos exigen un trato privilegiado en relación con los demás. Así, el “sabe quién soy yo” es empleado por aquellos que se escudan tras las relaciones con el poder para granjearse impunidad, mientras que  el respeto parece reservado a las élites económicas, políticas y eclesiales del país.

Esta visión tradicional que entiende que el respeto se gana por el abolengo, por el cargo que se ocupa o por las riquezas que se posee, termina excluyendo al resto de la sociedad. Estos sectores olvidan que en un Estado social y democrático de derechos, todos sus ciudadanos merecen respeto sin importar su condición social.

El respeto a la dignidad humana es el principal fundamento del Estado dominicano. La propia Constitución establece que la dignidad del ser humano es sagrada, innata e inviolable y que su respeto y protección constituyen una responsabilidad esencial de los poderes públicos (art. 38).

Al trabajador, a las mujeres, a los dominicanos de ascendencia haitiana, al campesino, al desempleado, a las personas de la tercera edad, a los que tienen algún tipo de discapacidad, a los de preferencias sexuales distintas, en fin, a todos hay que respetarlos en este país. 

Cuando esto se comprenda, se avanzará en la constitución de uno de los cimientos fundamentales de la democracia. Esto es, que las relaciones entre las personas y entre éstas y el Estado, debe darse sobre la base de que todos son iguales en dignidad y derechos. Esto es esencial para eliminar los privilegios de determinados grupos y para terminar con la sumisión y la reverencia al poder y al dinero, que tanto daño han hecho en esta sociedad.

Es más grave aún, cuando se usa el “a mí hay que respetarme” como una forma de descalificar al otro y de pretender su silencio. Esto muestra la acentuada intolerancia frente a la opinión distinta. Otro de los grandes males de nuestra democracia.

Ojalá que se erradiquen de una vez y por todas este tipo de visiones autoritarias y se dé paso a valores y actitudes verdaderamente democráticos. Esto supone la constitución de una sociedad inclusiva, en la que no una, sino todas las personas merezcan respeto en este país. l

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