La herencia de mi padre

Las cualidades de un padre se miran de muchas formas; el mío nació en el campo. Allí creció sin darse cuenta camino al…

Las cualidades de un padre se miran de muchas formas; el mío nació en el campo. Allí creció sin darse cuenta camino al conuco junto a sus hermanos.

Desde niño, con un machete a la cintura, aprendió a desmontar las lomas.

Cuando estaba crecidito, al poco tiempo de mudar los dientes, lo mandaban “prestado” a trabajar la tierra de algún patrón terrateniente, que por 25 centavos le pagaba una jornada de sol a sol. Así fue creciendo el muchacho con el machete en el cinto y el pachuché que aprendió a fumar escondido.

Ya un adolescente, seguía con el mismo machete, ¡ah! y el pachuché, camino a las lomas, allá en Atabalero, donde no había luz más que la que daba el día, se dieron cuenta sus padres que el tiempo se le iba encima y no sabía leer.

Con el machete al cinto lo mandaron a la escuela. Aprendió a escribir su nombre y a leer unas cuentas letras. Era lo normal de la época, cuando el puño de Trujillo era el terror en la tierra. Eran 10 hermanos y todos pasaron lo mismo, exceptuando las dos hembras que no cogieron el machete para desnudar la tierra y se quedaban en casa ayudando en las faenas. Moliendo arroz, fregando trastes, cocinando y lavando ropas en el río, las suyas y las ajenas.

Pero, ¿qué sabía mi padre que yo pueda contar a mis amigos y amigas?

En los campos hacían juntas para preparar la tierra, una semana en su finca y otra semana en la ajena. Con el machete en su diestra y un gancho de palo en la otra sabía desnudar la tierra para sembrar en su vientre los víveres que al poco tiempo le quitarían el hambre a él y a toda su gente.

En medio de la jornada improvisaban las décimas que se conocen en los campos. Era una especie de competencia de la improvisación y mi padre en esas lides, según me cuenta mi madre, era un campeón.

No había quien le ganara ni con la rima ni con el son. Ese era su talento pero nunca se expandió. Era ignorante mi padre, pues no tuvo educación, actuaba como pensaba teniendo o sin razón.

Así lo criaron sus padres y eso de ellos heredó. Creo que de él aprendí a escribir estas letras, aunque nunca me enseñó, pero las llevo en la sangre y es sangre de él, sí señor. A la memoria de don Ceferino Vargas Mendoza.

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