Cualquier acercamiento teórico que podamos hacer sobre la obra de Justo Susana, de manera ineludible tendrá ante todo que enfrentar una explicación que defina su quehacer artístico, el cual se encuentra en una suerte de comportamientos y antinomias que lo sitúan en una posición encontrada y diferenciada del denominado arte académico. El estilo que define a este artista pasa a ser parte del llamado arte popular, también conocido como arte primitivo o naif, con una factura en el modo de representación que lo distingue en el espacio dominicano y caribeño, fundamentalmente por sus colores.
En un proceso de transformación interior, Susana ha buscado la manera de ajustar el mundo a su medida, un mundo diseñado a su naturaleza. Pero además, ha tenido que transformarse a sí mismo, entre una dualidad interior-exterior que a la vez se presenta objetiva y subjetiva. Es justamente el trabajo artístico lo que le ha permitido elevarse sobre la naturaleza objetiva, al crear un mundo de imágenes.
La calidad de sus piezas supera lo cósmico y permiten al receptor penetrar en un mundo mágico, que tiene como escenario el paisaje natural, que bien podría ser parte de cualquier dibujo ingenuo, llevado al lienzo como símbolo expresivo o parte misma del paradigma que nos conduce a una perfecta simbiosis entre color y fantasía, que trae como resultado la visión infantil que representa el artista desde lo onírico.
Estar frente a una de las obras de Susana, revela cierto sentimiento estético que da paso a una emoción pre-proceso. Por consiguiente, tiene una estructura dinámica, no sólo estática, sino también temporal, en la que pueden distinguirse varias fases del artista. Por otro lado, aparece un sentimiento que provoca una reestructuración de los mecanismos psíquicos del sujeto para la percepción de la imagen. De este modo, la contemplación de su arte pasa a ser inmediata, muy en relación con la experiencia anterior, acompañada de la vivencia emocional del placer y la satisfacción que expresan las piezas de este singular artista.
