Identidad, nación

Habitualmente recelo de individuos o grupos que comienzan a hablar de la “identidad” de un conglomerado o país. Nada bueno sale de eso.

Habitualmente recelo de individuos o grupos que comienzan a hablar de la “identidad” de un conglomerado o país. Nada bueno sale de eso. Están por construir barreras o poner agua de por medio y colocar la mano en el pecho al otro para alejarlo. Igual ocurre casi siempre con el concepto nación. Ambos cuestionan al individuo y privilegian al grupo.

Obviamente, una dosis controlada y con conocimiento de ambas nociones no es mala. Es el modo en que el grupo construye un lugar común y es lo que aprovecha el aparato jurídico que surge y organiza ese grupo, le da un nombre, nación y coordina su desempeño. A todo esto sirven los símbolos y el ceremonial de la vida pública que coordina el Estado. En esta noción, provista por Michael Walzer, en su Tratado sobre la Tolerancia, está lo necesario para sustentar la organización social de cualquier conglomerado que el Estado constituye.

Igualmente, nada malo hay que en el concierto de naciones, se pretenda fisonomía propia en el ámbito de la cultura (arte, lengua, etc.) con miras a exhibir contribuciones peculiares que enriquezcan el total. La idea es pro: por un lado dar coherencia al grupo asentado, que necesariamente no tiene que ser uniforme y por tanto no excluyente, y por el otro, contribuir exhibiendo diferencias enriquecedoras.

Lo que despierta sospecha es cuando con posterioridad a su creación, algunos sujetos comienzan a insistir en establecer la esencia de la nación, saltan hacia atrás y se centran en los orígenes. Allá encuentran características que los hacen únicos, y heridas colectivas que cultivan con esmero; y al final, el balance más que en la construcción se centra en la exclusión; por eso el nacionalismo es agrio y agresivo.

Como foco de lealtad colectiva, el nacionalismo no existió en el mundo clásico antiguo, como dice Isaiah Berlin, surge a final de la Edad Media, primero en Francia como defensa de localismos y privilegios, que poco después con la Ilustración y su aspiración de universalismo lo deja de lado y es Alemania, a final del siglo XVIII e inicio del XIX, con el romanticismo, quien construye una doctrina coherente en respuesta a aquel y exaltación de lo local. La nación es posterior al estado, es este constructo teórico – jurídico el que afinca y diseña la nación, pero aunque la nación es posterior, los nacionalistas, como señalé más arriba, hacen un bucle y regresan a un pasado más remoto donde inflaman causas y heridas colectivas. (*)

El énfasis extremo en los conceptos de nación e identidad afecta la democracia y la libertad porque daña la interacción y la coexistencia, lleva al irrespeto de los derechos de las minorías. El nacionalismo es una fe ofensiva divorciada de la tolerancia y que adquiere matices lúgubres y peligrosos cuando enarbola la sangre o el color como signos de cohesión y de separación. Tal como afirma Phillip Pullman, es inmoral enfatizar ideas sobre lo que somos y no sobre lo que hacemos: lo que somos no depende de nosotros, lo que hacemos sí, por tanto no es posible juzgarnos por el color o lugar de procedencia. Ver, “Contra la ‘identidad’”, Seix Barral – Únicos, 2010.

Creo que fue Camilo José Cela que dijo algo así como, amar la patria es propio de un buen hijo, con la nación lo mejor es tener cuidado.

(*) “El Fuste Torcido de la Humanidad”, Isaiah Berlin. Ediciones Península. 1995.

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