El insulto como expresión de derrota y falta de argumentos

Benito Juárez decía: “El insulto es el último recurso de aquél que se ha quedado sin argumentos, pues se siente derrotado”. Cuánta razón tenía. Indudablemente, yo agregaría que el insulto es el recurso de quienes carecen de talento…

Benito Juárez decía: “El insulto es el último recurso de aquél que se ha quedado sin argumentos, pues se siente derrotado”. Cuánta razón tenía.
Indudablemente, yo agregaría que el insulto es el recurso de quienes carecen de talento y tratan, mediante el miedo y el temor, de procurar importantes recursos frente a las respuestas tibias de aquellos que agravian y prefieren no ser mencionados.

El insulto tiene connotación negativa y en muchos casos llega a constituir un delito de injurias y calumnias, cuando son referencias mentirosas y descalificaciones a la víctima a la cual se intenta descalificar sin motivo real, agrediendo el honor y la dignidad humana del injuriado.

Recuerdo, ya hace muchos años, un taller en el que participé en los Estados Unidos sobre el lenguaje corporal y los insultos. El instructor nos decía que a las personas inseguras les gusta dirigir la atención hacia los defectos de los demás, aún sin ser ciertos, para cubrir los suyos y que mientras mayores son su inseguridad y sus debilidades, más grandes serán las imputaciones a quienes pretende agraviar.

Cuando me cuentan sobre la conducta de ciertos comunicadores, porque realmente no pierdo mi tiempo en oírlos y “cambio la emisora”, no dejo de pensar en los ejemplos de ese curso. Hacen alusión a raza, sexualidad, condiciones físicas, pero siempre acompañadas de palabras obscenas o de groserías impublicables, por lo menos entre personas que respetan a los demás.

En el citado curso no tocamos el tema de los insultos que en nuestro país se han convertido en un medio de enriquecimiento para personas sin talento; que sirven a tantos amos, que incluso llegan a tener conflictos de interés. Por eso es dable pensar que, en lugar de estar frente a comunicadores, nos colocamos frente a locos encerrados en una habitación insultando a todo el que le pase por la mente. Sin darse cuenta, la pueden emprender contra algunos de los que han sucumbido a su chantaje o les han pagado para lograr fines inconfesables.
Estos fines bien podrían ser atacar la fama bien ganada de empresarios para favorecer su competencia o de políticos para evitar que ganen elecciones o que sean nominados en el tren administrativo. De igual manera, se paga para alabar personas con o sin talento, que sucumben fácilmente al chantaje del bravucón.

Siempre me ha llamado la atención la indiferencia de los dueños de esos medios, pues aún cuando, como me decía un publicista “el morbo parece que vende más que las buenas acciones”, es cierto que estos propietarios tienen familiares que no les gustaría ser víctimas del bajo y sucio lenguaje del que no tiene reparo en decir cualquier cosa que le venga a la mente torva y calenturienta, siempre acompañada de obscenidades.

Dentro de mis experiencias con personas inseguras, que insultan como medio de vida y para encubrir sus enormes defectos, en una oportunidad le expresé a alguien que eran tantas las mentiras y las ofensas que en su vida había hecho contra tantas personas que el día que el Señor lo llamara sería necesario disponer de dos ataúdes: “Uno para la lengua y otro para el cuerpo”. Le sugerí que pidiera a Dios el perdón de sus ofensas para que en el momento que le tocase rendir cuentas pudiera decir que en algún momento se arrepintió.

Pero como tengo que respetar el espacio, no extenderme mucho como cada miércoles me permite este prestigioso diario sin cortapisas y con mucho respeto, para expresar lo que pienso como un aporte sano al país, sin necesidad de mentir ni de insultar. Recuerdo al terminar el curso en Estados Unidos, que el profesor decía: “La ronda de insultos terminará cuando otros se unan frente al bravucón, ya que tendrá que buscar presas más fáciles, y al no tener apoyo eso aumenta su preocupación, porque por un lado corre el riesgo de perder sus ingresos y, por el otro, de enfrentar una demanda colectiva por daño a la sociedad.

El hombre con su accionar en la vida se crece o se reduce en la forma y manera como actúa. No somos los humanos ni los jueces quienes finalmente juzgaremos los hechos de cada cual. Será la voluntad divina de Dios quien en su momento pedirá rendición de cuentas sobre la forma en cómo utilizamos los talentos que nos concedió durante la vida terrenal.

No me puedo explicar por qué en una sociedad como la nuestra, básicamente sana, con medios de comunicación y comunicadores serios, es a los deshonestos, sin valores y profanadores de la verdad, a los que beneficiamos con anuncios, como si la maldad, la mentira y la obscenidad es lo que vende.

Estamos a tiempo de revertir esta situación. No apoyemos a los que insultan, a los que para hacer valer posiciones, reales o no, necesitan degradar a los demás. No seamos cómplices de sus debilidades ni de sus inseguridades. No seamos cómplices de que dañen las mentes de nuestros niños; no permitamos que con sus perversidades afecten la paz y la convivencia pacífica que merecemos los dominicanos. 

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