Irán, Corea y lo nuclear

Cuando nos ilusionamos con la proclama de “El Fin de la historia”, de Francis Fukuyama, más bien lo que estábamos dejando ver era nuestro etnocentrismo.

Cuando nos ilusionamos con la proclama de “El Fin de la historia”, de Francis Fukuyama, más bien lo que estábamos dejando ver era nuestro etnocentrismo. Nuestra creencia, falsa, de que Occidente lo es todo y que por fin habíamos ganado. Que esto era el final del juego, falsamente creímos que -the game is over-, pues no, no ha sido así, y lamentablemente parece ser que nunca lo será.

Irán, Corea, Pakistán y otros países de igual madera tienen armas nucleares. O sea tienen la misma capacidad de hacer daño que Estados Unidos, Francia, Rusia, Inglaterra y otros países de igual madera. En el caso de Irán y Pakistán, envenenados por el islamismo extremista, el terror del holocausto nuclear es más próximo, por estar dirigidos por un islamismo con vocación de mártir.

La globalización no ha sido tal, y los particularismos son realidades que ninguna teoría sociológica puede ocultar, y mucho menos hacer desaparecer. Las tradiciones nacionalistas y religiosas son las respuestas de los pueblos marginados a la tábula rasa de la globalización occidental. La modernización no es, para esos pueblos, copiar de forma mimética los usos y costumbres de EEUU o Europa. El gran problema surge con la amenaza nuclear de culturas basadas en dogmas religiosos con vocaciones de mártires. Los musulmanes se consideran víctimas, y las víctimas necesitan de un victimario para justificar su prédica victimista. Los dictadores iraníes y norcoreanos necesitan de un enemigo exterior, de un demonio, para mantenerse como guía de sus pueblos; si no existiera ese demonio, lo inventarían. De ahí sale la fusión entre lo militar y lo religioso, una fusión peor que la nuclear.

La vocación de mártir de los musulmanes, demostrada cruelmente en la inmolación consumada en las torres del World Tarde Center, es el seguro detonador nuclear en cualquier momento. Ese culto al martirio es intrínseco al islamismo chiíta y a muchas religiones, pero a diferencia del Jesús cristiano, todos los mártires chiítas han muerto con las armas en las manos. Reventarse a sí mismo en defensa de su fe, mientras asesinan a millones, es la mayor gloria de sus fieles.

Las bombas nucleares en Hirochima y Nagasaki marcaron la tónica del nuevo orden después de la segunda guerra mundial, y ese nuevo orden ha sido el del terror, el miedo y el posible advenimiento de mártires nucleares. La mirada torva del presidente Ahmadineyad de Irán no anuncia más que las ganas del martirologio. El Islam, hijo bastardo del cristianismo, se ha hecho fuerte en tiempos en que Occidente ha perdido la fe en su Dios y en su iglesia. Irán, Corea y Pakistán son amenazas reales y cercanas para la humanidad.

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