Las dos enfermedades de la democracia

La corrupción es el trastorno más serio que afecta a la democracia en América Latina, pues la falsedad que le es consubstancial deslegitima el sistema político. La corrupción latinoamericana tiene su contraparte existencial en el populismo,…

La corrupción es el trastorno más serio que afecta a la democracia en América Latina, pues la falsedad que le es consubstancial deslegitima el sistema político.
La corrupción latinoamericana tiene su contraparte existencial en el populismo, que la denuncia para acceder al poder. Y es que de no combatirse y detenerse, la corrupción terminará propagándose por todo el cuerpo político, que una vez deslegitimado, podrá ser atacado de manera frontal, con mucha efectividad.
No obstante, el populismo político comparte una característica esencial con los actores políticos a quienes ataca: una tendencia al engaño.

La agenda populista entraña una serie de promesas difíciles de cumplir, además de una agenda de políticas económicas y sociales, ancladas en el pasado, que ni revelan, ni aclaran. ¿Pues a quiénes van a convencer de la utilidad de imponer un sistema económico a la venezolana? Un sistema que ha empobrecido a un país extraordinariamente rico en recursos naturales, creando una economía de escasez, en medio de serias distorsiones económicas.

Incluso más importante, los populistas dominicanos esconden asuntos aún más graves, pues en la lucha que este pueblo está llevando en defensa de su soberanía, ellos han guardado un sospechoso, pero muy elocuente silencio, pues están del lado de “todos somos Haití,” indiferentes antes los argumentos de que esta inmigración desbordada hunde a la clase más vulnerable y paupérrima del pueblo dominicano en la más profunda indigencia.

Y es que convenientemente enarbolan una respuesta única al problema de la pobreza del pueblo dominicano: la corrupción de la clase política.

Lo que es parcialmente cierto, pues no cabe duda de que el despilfarro de los recursos públicos empobrece a la sociedad como un todo y perjudica particularmente a las capas más vulnerables, pues no reciben la cantidad y calidad de los servicios que requieren.

No obstante es indudable que una avalancha de indigentes, simplemente aumenta el mar de indigencia en nuestro país, que ahoga al pobre dominicano.
Pero semejante realidad no es aceptada por los populistas dominicanos, pues no encaja con su ideología, anclada en el pasado, pues fieles a la lógica fundamental de todas las ideologías ignoran toda realidad que no corresponde con sus postulados.

Y de ahí, el fundamento antidemocrático de los populismos ideológicos, pues son hostiles a todo aquello que los contradiga, incluyendo a la realidad misma.
Nuestro sistema democrático está dando señales de tener graves problemas, pero el populismo no puede ser la respuesta. La mayoría silente que tradicionalmente ha depreciado la actividad política, debe darse cuenta del peligro que corremos, y que ya no basta con observar los hechos a distancia.
La gente moderada y prudente de este país debe unirse en un programa de renovación moral e institucional para salvar nuestro sistema democrático.

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