A las madres, siempre

La vertiginosa vida moderna nos hace percibir que la celebración del Día de las Madres como tal, siempre ha existido. Así, porque siendo el amor materno infinita fuente de inspiración, poesía, pensamientos, proverbios, fortaleza vital del recién&#82

La vertiginosa vida moderna nos hace percibir que la celebración del Día de las Madres como tal, siempre ha existido. Así, porque siendo el amor materno infinita fuente de inspiración, poesía, pensamientos, proverbios, fortaleza vital del recién nacido, vínculo indisoluble, ha debido tener una fiesta consagrada desde el génesis de la sociedad.

Las primeras celebraciones que conocemos, se remontan a la antigua Grecia, donde se le rendían honores a Rea, madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades. Los romanos bautizaron esta celebración como Hilaria, cuando la heredaron de los griegos.

Se celebraba, en lo que corresponde al 15 de marzo, en el templo de Cibeles y durante tres días se realizaban ofrendas. Los católicos transformaron estas celebraciones para honrar a la Virgen María. Realmente, como conocemos, la celebración comienza apenas a partir del 1914, cuando se establece “en lo paíse”, el segundo domingo de mayo.

Se celebra en 23 diferentes fechas, según el país y en el nuestro, el último domingo de mayo que correspondió al día de ayer. En esa fecha el dominicano “se bota” y procura llevar a su progenitora un buen regalo, aunque ello signifique un sacrificio o compromiso económico mayor, pero a “la vieja, ai que regalale”. Maternidad, maravilloso privilegio de la mujer.

Un día para honrar a las que nos cobijaron en sus vientres, mientras la naturaleza nos formaba; que con dolor nos iniciaron en el tránsito a la vida. Aquellas que llenaron su corazón de gozo y esperanzas con el alumbramiento y trasmiten vida con su seno y ternuras con su corazón, a un ser desvalido y dependiente en extremo. En mi madre, a todas las madres del universo, a las que serán, a las vivas, a las que no están. Palabras que no necesitaron palabras para tener sentido.

Lejos los días en que jugaba con tu aún negra cabellera, cuando las energías brotaban en todas tus acciones, porque todo lo podías, y yo sin poder percibir siquiera, que eras capaz de enterrar tus propias miserias para que la vida fuera hermosa a mis ojos. Cuando repetías orgullosa mis primeras palabras, con los brazos siempre dispuestos al abrazo y tus dulces labios, al beso; con la sonrisa sincera y la carcajada espontánea que por tu sensibilidad infinita llenaban de lágrimas tus negros ojos. Primera maestra de vida, cuyas enseñanzas con el ejemplo, fueron testimonios de amor, ternuras, cariños, bondad, solidaridad, justicia.

Al pensar en ti me siento niño porque evocan los momentos más dulces de esa protección infinita que significaba tu existencia. Tu, que además de darme el ser, te atreviste a disciplinar, a corregir, a cultivar y estimular lo mejor de mí, dándome lo mejor de ti en una bella relación de diálogos y silencios que no terminan. Madres que nunca mueren, cuando intentamos ser imágenes de lo que ellas han sido en su paso por la vida y al recordarlas, honramos a todas las madres del mundo. l

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