Las palabras del canto (2 de 2)

Libreto del recital ofrecido en el Teatro Nacional el 25 de abril de 2013, dentro del programa de la XVI Feria Internacional del Libro-Santo Domingo 2013. Voces invitadas: Cecilia García, Maridalia Hernández, Yuyú Ramírez, José Antonio Rodríguez&#82

Libreto del recital ofrecido en el Teatro Nacional el 25 de abril de 2013, dentro del programa de la XVI Feria Internacional del Libro-Santo Domingo 2013. Voces invitadas: Cecilia García, Maridalia Hernández, Yuyú Ramírez, José Antonio Rodríguez y Carlos Luis

Palabras de la quimera

Los vieron salir del bar y caminar, tomados de la mano, por la calle alargada en un trayecto de besos cautelosos y someros. Ella le confiesa su amor, y él sonríe. Se detienen ante cada árbol. Vagan entre las nubes y los resquicios de luz. Caminan sin prisa hasta la orilla de la tarde. El crepúsculo se transforma, así, en un trozo de lumbre, en un juego de soles, en pedazos de frases que se cruzan y hacen volteretas entre las bocas entreabiertas.

Un poeta en Atenas, Platón, soñó que, con un rayo, Zeus partía en dos al Andrógino y asimismo creaba al hombre y a la mujer. Y entonces aquellos seres fragmentados anhelaban encontrar su porción extraviada y estrecharla de nuevo, y en ese abrazo recuperar la fuerza rota y el oficio de ser eternos. Y a ese abrazo, donde los cuerpos se reencuentran y se confunden de nuevo en uno, lo llamaron amor.

Un aeda en Santo Domingo, José Antonio Rodríguez, sueña ahora aquel errante vértigo de atisbos y caricias, de miradas cara a cara, de vestidos desinflados y zapatos a la deriva, de medias enroscadas por ahí en aquella embarcación a contraluz que naufraga en el rumor de emociones confusas, en un aliento de gestos febriles que los devuelve a la ceremonia del reencuentro, al relámpago de Zeus y al abrazo de las mitades escindidas: a la sacralidad del viejo paraíso donde dos, únicamente dos se nombran y se invocan con la inasible palabra que arde en la quimera.

(José Antonio Rodríguez y Carlos Luis cantan su canción ‘Son dos; no hay más’.)

Palabras del deseo

En el crepúsculo existe un afligido esplendor de ocaso. Final de ciclo e inicio del renuevo. Muerte que anuncia la hora ajena y el nuevo cielo. Abril, nuevamente abril, y la pleamar revela, en el parco atardecer, la profesión de sombra de la noche.

Un poeta en Ciudad México, Octavio Paz, sueña: “Dos cuerpos frente a frente son a veces dos olas y la noche es océano. Dos cuerpos frente a frente son a veces raíces en la noche enlazadas. Dos cuerpos frente a frente son a veces navajas y la noche relámpago.”

Un aeda en Santo Domingo, Rafael Solano, sueña con dos cuerpos en un reflejo de crepúsculo, disueltos en la remota sombra de besos descarriados, en la azul simetría de bocas y de flancos desnudos, en el territorio de un desvarío de eternidad oscura e implacable, desde donde el sueño los regresa a los límites de la agonía en un abril de difusos capullos balbuceantes.

Al sereno lirismo de Rafael Solano, a su inspirada emoción, le adeudamos una de las más honrosas pautas de la estética del deseo.

(Cecilia García canta ‘Un atardecer’, de Rafael Solano)

Palabras del fervor

La devoción que asciende hasta las cimas de la entrega. Sólo el que sabe amar. El que arde en el auspicio de la ilusión. El que dilata la mirada hacia el lucero titubeante. Únicamente aquel que se deshace en el sereno albedrío de la renuncia. Sólo de él serán la turbación del goce y la trémula esperanza.

Un poeta en Buenos Aires, Jorge Luis Borges, pensó: “Tú, que ayer sólo eras toda la hermosura, eres también todo el amor, ahora.”

Un poeta en Santo Domingo, Manuel Troncoso, anhela certidumbres de auroras y de estrellas, de vastos universos constelados de quieta poesía. Y su voz próvida se hace himno y oración, canto y plegaria de una entrega deslumbrada y mística. Como en Borges, la admiración del ayer es, ahora, amor transfigurado y jubiloso, impulso abismado, locución fulgurante.

La elocuencia poética y el refinamiento musical de Manuel Troncoso se reúnen para alcanzar, quizás, la más egregia expresión de la canción dominicana de cualquier época.

(Cecilia García canta ‘Darte’, de Manuel Troncoso)

Epílogo

Esos cantos y esos versos que acabamos de escuchar forman parte de la vida corriente, de los recuerdos y de la educación sentimental de nuestro pueblo. Son las imágenes musicales que la gente entona cuando sueña o cuando sufre, y las tonadas que le remueven las entrañas al aproximarse a los enigmas del amor. Cadencias y palabras que han contribuido a entender y a arraigar nuestras emociones y nuestras sensibilidades más preciadas. Fue y será siempre la canción: éxtasis, arrebato, fragancia sonora.

Muchas veces he repetido las palabras de Andrew Fletcher: “Si me dejan escribir todas las baladas de una nación, no me importa quién escriba las leyes.”
En una región poblada de atávicas rudezas, de tosquedades crudas e insalvables, la música ha de encarnar quizás la más honda y valiosa de las tradiciones orales. Pero no es el canto tan sólo un simple ejercicio de ludismo.

No. Habría de verse, más bien, como un apresto de mínima ontología, como un ejercicio del discernimiento, de la intelección de nosotros por nosotros mismos.
Saludo, entonces, a quienes crearon este puñado de estrofas que he tenido el honor de presentar a ustedes. Y abrazo a estos amigos que, con sus voces y sus dones, han traído hasta nosotros la luminosa temporalidad de unos cantos que nos hacen a todos más nobles y más antiguos, más auténticos y mejores.
(Cecilia, Maridalia, Yuyú, José Antonio y Carlos Luis cantan en coro la estrofa final de “Darte”, de Manuel Troncoso).

Octavio Paz
Dos cuerpos frente a frente son a veces dos olas y la noche es océano. Dos cuerpos frente a frente son a veces raíces en la noche enlazadas. Dos cuerpos frente a frente son a veces navajas y la noche relámpago.”

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