Carmelo Pérez: “Lo más importante en este oficio es respetar tu trabajo”

Desde que hace más de cinco décadas aprendió el arte de cómo poner la mesa, la disposición de la cubertería, las copas, los platos, las servilletas, el mantel, Carmelo Pérez no ha hecho otra cosa.

Desde que hace más de cinco décadas aprendió el arte de cómo poner la mesa, la disposición de la cubertería, las copas, los platos, las servilletas, el mantel, Carmelo Pérez no ha hecho otra cosa.Su respeto por el oficio que realiza, su disciplina, su vocación de servicio y de dejar a invitados y anfitriones satisfechos con su desempeño, le han merecido estar presente en los grandes eventos nacionales y codearse con la élite política y social del país y del mundo.

Carmelo proviene de una familia humilde, en el seno de la cual vivió una infancia dura, con muchas carencias, pero con una educación firme, convencido de que las cosas se conseguían trabajando y que lo ajeno se respeta.

Después de medio siglo, Carmelo Pérez asegura que lo más importante de su labor es respetar y conocer el trabajo que realiza.

1. De Los Llanos
Nací en una sección de San Pedro de Macorís llamada San José de los Llanos. Cuando tuve uso de razón, como a los cinco años, en vez de ponerme un lápiz en la mano, me pusieron un machete para cortar caña. Éramos nueve hermanos. Yo era el número cinco. Éramos tres varones y seis hembras. En eso pasé mi infancia hasta los 15 años. Mi padre se llamaba Pedro de los Santos y mi mamá Juana Pérez, llevo un solo apellido, porque en ese tiempo reconocer los niños no era algo importante. Adapté el apellido materno porque mi padre no nos reconoció.

2. Infancia dura
Viví una infancia muy dura. Lo más difícil fue la separación de mis padres. Cuando yo tenía 12 años, ya mi papá no vivía con mi mamá. Entonces me tocó el rol de hombre, siendo un niño. Tenía que trabajar para ayudar a mi mamá. En ese momento, ya dos estaban en la ciudad y en la casa quedábamos siete, los tres varones asumimos el rol de hombres de la casa. Es decir que no podíamos ni jugar beisbol, que nos encantaba. Mi papá nos sacaba del play y nos ponía a cortar caña. No tuvimos una niñez como los otros niños.

3. A la capital
Llegué a Santo Domingo en el 1965, en plena revolución. Una hermana me trajo del campo. Ella trabajaba como doméstica en una casa de familia. Llegué a la capital a trabajar como jardinero en una casa de familia. Es ahí donde aprendo el oficio de camarero. Recuerdo que mi salario en esa casa era de 15 pesos. En esa casa, la señora me dijo: “viniste aquí como jardinero, pero a mi marido le gusta que le sirvan la mesa y yo quiero que aprendas a poner una mesa”. Yo acababa de llegar del campo y cuando veía esa gente tan elegante, sudaba frío. Ella me dijo unas palabras que resultaron proféticas, me dijo: “Tú no sabes de lo que vas a vivir. Aprende esto, que quizás vivas de esto después”. Desde que comencé a hacer este oficio he vivido de él. Ahí estuve un año. No cuadré mucho y regresé al campo de nuevo. Me sentía mejor cortando caña que cuidando las plantas. Estuve en el campo un año más.

4. De vuelta al campo
Después de haberme devuelto al campo y estar allá un año, entré a trabajar con la familia Pellerano Peña, los propietarios de Bancrédito y la Compañía Nacional de Seguros. Con ellos trabajé 37 años. Entré a trabajar con ellos en el año 1968 hasta el 2003. Ahí fue donde realmente me di a conocer en esta labor, que llevo realizando desde hace ya 51 años. Comencé a trabajar muy joven. Con la familia Pellerano entré como jardinero y mayordomo de la casa. Ahí fue donde aprendí lo que era valorar el servicio de camarería. Había que tener un comportamiento impecable, porque el dueño de la casa había sido diplomático y sabía mucho de eso. Ahí conocí muchas personas, las conocí jóvenes y ahora son abuelos y les sigo sirviendo.

5. Conocer mucha gente
En este trabajo he tenido la oportunidad de conocer mucha gente, desde presidentes, diplomáticos y políticos internacionales. Cuando yo tenía que servirle a un presidente sudaba, porque eso era algo muy grande para mí. Ese miedo lo fui perdiendo a través del tiempo. He sido el que más le ha servido a los presidentes. Cuando hay alguna cena o actividad importante es difícil que no me llamen. Siempre me llaman para atender a esa gente. Comencé a servirle a Balaguer, después a don Antonio Guzmán, lo conocí desde que era candidato, y después siendo presidente tuve la oportunidad de servirle, tanto en el Palacio, como en actividades fuera del Palacio, también al presidente Jorge Blanco. Con el Presidente Fernández tengo varias fotos. Con el presidente actual me sucedió algo y fue en tiempos de campaña. En una actividad que coincidimos, alguien me dijo: “Conócelo y dile ahora lo que quieras decirle, porque después se te va a hacer difícil llegar donde él”. Le respondí que lo único que me gustaría es que cuando lo viera, me llame por mi nombre. Pero no ha pasado. Mi meta no es estar cerca del que tiene poder, para que me dé algo, sino servir y darme a conocer como una persona decente, que es lo que uno ha luchado por ser. Uno de los personajes, a nivel de presidente, que en lo personal es muy agradable, es Leonel Fernández. Yo le hice su boda, que era una reunión íntima de 30 personas. Es una persona que donde quiera que me ve me distingue, es cálido y cercano. Una persona que yo estoy seguro que si te ve en alguna situación, tú puedes decirle algo, ese es el Presidente Fernández. Él es accesible y escucha.

6. Respeto por el trabajo
Lo más importante en este oficio es conocer tu trabajo, saber lo que le gusta al anfitrión, servirle con decencia y tener serenidad, porque si no dominas los nervios corres el riego de que se te caiga una copa o cometer algún error. Debes estar atento a los invitados, si a las copas se les está acabando el agua o el vino. Tienes que saber cuál es el lugar que te corresponde, desde donde puedas observar a los invitados, estar pendiente de cualquier seña que te haga el invitado o el anfitrión. En este trabajo uno se maneja por señas, porque no se puede hablar o llamar al otro en voz alta. Esos son detalles que si no lo sabes muy difícil te tomen en cuenta. El que sabe estos detalles es más valorado, el dueño de la actividad o de la casa se siente más seguro con una persona que sabe hacer el trabajo. El respeto a los demás es algo sumamente importante. Eso me ha favorecido mucho. A este trabajo le agradezco la estabilidad, de esto vivo, y pienso que cada día aprendo algo más. Siento un gran respeto por mi trabajo, pienso que lo que he hecho en tanto tiempo no lo quiero venir a destruir con una mala acción. Actúo como si cada día fuera mi primer día en el trabajo. La responsabilidad de que los eventos salgan bien es de nosotros.

7. Ventajas
Este oficio, quienes lo realizamos somos afortunados, porque aparte de que disfrutamos los mejores espectáculos, nos pagan por eso. Mientras otros pagan y quisieran estar ahí aunque sea de lejos para saber lo que está pasando, a nosotros nos pagan por estar ahí y nos pagan bien. Lo mejor es hacer el trabajo bien para que te sigan buscando. Creo que yo tener tanto tiempo en esto y seguirle sirviendo a la misma gente es porque parece que lo he hecho bien. En estos años, hemos reunido un grupo de compañeros que nos manejamos con la misma disciplina. Nos apoyamos, nos ayudamos y hacemos eventos juntos. Hemos organizado eventos de hasta 200 camareros o mozos.

8. Eventos y personalidades
Una vez, Peña Gómez estaba en el comedor en la empresa donde yo trabajaba y parece que él estaba hablando un tema que no quería que nadie escuchara, y cada vez que yo abría la puerta para servir la mesa (yo estaba haciendo mi trabajo) él miraba y paraba de hablar. Como a la tercera ocasión, se paró de la silla y me dijo: “Déjeme terminar”. Trabajar ese proyecto fue lo más difícil que me ha tocado. Cuando se organizó el famoso torneo del PGA, asistieron miles de personas. Allí conocí al presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump. Se trabajó mucho, pero me sirvió de experiencia para manejar grandes eventos.

9. Agradecido
Me ha ido bien. El Señor me ha dado la habilidad de guardar para la vejez, aunque me doy mis gustos, porque uno trabaja mucho. De este oficio se puede vivir si se hace con respeto y responsabilidad. Tuve la suerte de que cuando comencé a trabajar me metí en el Evaristo Morales, ahí conseguí un solarcito y construí una casita y la fui arreglando. Hoy tiene cuatro niveles y la tengo alquilada. No le he dado mucha cabida a las cosas negativas. Mi vida no ha sido mala, el solo hecho de estar casi con 70 años en las condiciones en que Dios me tiene, es motivo para dar gracias. Mi vida, tanto en la intimidad como en el trabajo, puedo decir como el Rey Salomón, que dijo algo que a todos les hubiera gustado, aunque no necesariamente haciendo cosas malas, y es que no hubo cosa que sus ojos quisieran que no tuviera. El rey Salomón en su nivel y yo en el mío. La vida para mí ha sido buena.

10. Tres hijos
Somos una familia de cinco miembros, mi esposa Ramona Ureña de Pérez, mis tres hijos y yo. Tenemos dos varones y una hembra. Todos estudiaron en APEC. El mayor vive en Bávaro. Todos están trabajando bien gracias a Dios. Mi trabajo me permite un tiempo con la familia que difícilmente se le permita a otra persona que realice otro trabajo. Me habría gustado que mis hijos fueran mi relevo. Pero a ellos los preparé para otra cosa. He enseñado a otros el oficio que dé en muchos eventos que me llaman y no puedo ir, los llamo a ellos para que vayan.

Situaciones difíciles

“En una ocasión estaba sirviéndole al Presidente Jorge Blanco, él andaba con su seguridad, y en esa cena estaba el secretario de las Fuerzas Armadas, que era Manuel Antonio Cuervo Gómez, y recuerdo que puse unos quesos muy duros y no se podían partir con la espátula que le pusieron. Entonces decidí ir a la cocina a buscar un cuchillo más filoso, y como yo entendía que se veía feo pasar por el medio de los invitados con el cuchillo en la mano, cogí el cuchillo y lo envolví en una servilleta. En eso, el general Cuervo Gómez me vio y me preguntó: “¿qué usted lleva ahí”. Le expliqué y me dijo: “démelo”. Me desarmó. En otra ocasión, yo estaba sirviendo un cerdo asado y el Presidente Jorge Blanco quería un cuerito, pero no había forma de cortarlo con un cuchillo y lo que hice fue ponerme los guantes para cortarlo con la mano, él estaba muy cerca de mí y cuando halé el cuerito se me resbaló y le di con el codo en el costado. Él no me miró muy bien. También me pasó algo con un embajador. Sucede que la actividad comenzó con pocas personas y después se fue ampliando, en la medida que iban llegando personas, íbamos poniendo más sillas, y en un momento yo moví la silla de él y él no se dio cuenta  y cuando se fue a sentar, no se cayó porque su secretaria intervino. Él se enojó conmigo. Una semana después vi ese mismo personaje en una recepción y me dijo: “ey, ey, no te pegues de mí, que no me vas a volver a tumbar”. Después lo cogió a relajo. Balaguer tenía una seguridad muy celosa. En una recepción yo tenía una botella de champagne para servirle a él y en eso se me acercó el jefe de seguridad de Balaguer y me preguntó que si esa era la botella de la cual yo le iba a servir a Presidente, y le dije que sí. Me indicó que yo no podía abrirla, que era él que tenía que abrir la botella delante de todos los invitados. Él me dijo: “Lleva las copas, que el champagne lo llevo yo”. Cuando él abrió la botella, eso sonó como un disparo, y ya tú sabes… el avispero. La gente se asustó. Suerte que fue a él y no a mí”.

Previsor
“Me ha ido bien. El Señor me ha dado la habilidad de guardar para la vejez, aunque me doy mis gustos, porque uno trabaja mucho”.

Foto
Mi primera fotografía me la tomé a los 16 años, para sacar mi cédula, es decir, que no tengo ni idea de cómo yo era cuando tenía cinco, diez o 15 años”.

Pelas
“Mi madre siempre estaba intercediendo para evitar que papá nos diera pelas, aunque ella nos dio más pelas que él, pero las pelas de ella no dolían”.

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