Los estadios más críticos del ser humano son la niñez y la vejez, períodos en que se requiere una atención especial. Protección para un crecimiento equilibrado que habrá de definir la personalidad del adulto del mañana, cuando hablamos de la infancia, y protección para garantizar que al final de los días, cuando haya llegado la vejez, la vida resulte llevadera, adecuada a esa etapa.
Pero no siempre se cumple ese ciclo como debe ser. La desatención o el abandono se tornan epidémicos, lo que suele estar relacionado a las tendencias al rompimiento del núcleo fundamental de la sociedad que es la familia, en algunos casos; o en otros, a la falta de políticas públicas que garanticen la vida de los ancianos en condiciones mínimamente decorosas.
Para contribuir a evitar ese tipo de abandono, la Organización de las Naciones Unidas ha formulado estrategias llamadas a estimular una atención especial hacia los adultos mayores. En efecto, la Asamblea General designó el 15 de junio como Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez.
No sólo se incumple el deber de proteger que incumbe a la familia, sino que a ello se agrega el doloroso cuadro del abuso y maltrato a los ancianos, que es lo peor, y sin embargo ocurre rutinariamente.
Y es más preocupante si se tiene en cuenta que cada vez tendremos más ancianos, con riesgo de abandono o maltrato. Naciones Unidas estima que para el 2025 la humanidad contará con 1,200 millones de personas mayores de 60 años, el doble de los ancianos al final del siglo pasado.
Estamos ante un problema de alcance global, del cual no somos ausentes. Y a propósito de la conmemoración del Día Mundial de la Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez, ayer, 15 de junio, es oportuno recordar a la familia, a todos, los deberes que nos obligan a proteger a quienes en sus mejores días hicieron lo que correspondía por sus descendientes y la sociedad.
