Los últimos aletazos del tiburón que agoniza

La pasión por la noticia era la fuerza motriz de su dilatada carrera. Fue un comunicador auténtico, intenso. Aquel veterano y experimentado hombre de prensa marcó la vida de muchos profesionales del periodismo que compartieron con él grandes experienc

La pasión por la noticia era la fuerza motriz de su dilatada carrera. Fue un comunicador auténtico, intenso. Aquel veterano y experimentado hombre de prensa marcó la vida de muchos profesionales del periodismo que compartieron con él grandes experiencias detrás de la noticia. Compartimos en una época muy difícil. Finales de los fatídicos primeros doce años de Joaquín Balaguer, en 1978. El ejercicio del periodismo comportaba riesgos reales en el marco de un régimen que cargaba a cuesta la muerte de dos comunicadores: Orlando Martínez y Gregorio García Castro. El equipo de Radio Popular, bajo la conducción de Radhamés Gómez Pepín, desafiaba el odioso régimen en las calles todos los días.

Había que enfrentarse a continuos desafíos frente a la guardia y la policía, alineadas con el gobernante, en una militancia política grosera y descarada. En ese contexto, y frente a la constante de que Balaguer ganaba elecciones con fraude, asistimos al torneo electoral de 1978, donde un bloque opositor desafió al ya anciano gobernante, con el hacendado Antonio Guzmán Fernández como candidato. Mayo 19 y todavía nadie sabía quién había sido el ganador, y la Junta Central Electoral virtualmente militarizada. Frente a ese cuadro tétrico y oscuro, Gómez Pepín hizo galas de su sabiduría cuando escribió un editorial desafiante, que adquiría matices muy penetrantes al escucharse en aquella voz de trueno del memorable locutor don Pedro Pérez Vargas.

Con el expresidente Jimmy Carter en el país, reunido en la casa de Balaguer para persuadir al gobernante de que entregara el poder que había perdido, el ambiente era tenso, y con un apagón nacional de varios días, escuchar a Radio Popular era como respirar un poco de aire puro. “Estos son los últimos aletazos del tiburón que agoniza”, terminaba el editorial, que recogía el más recóndito espíritu del sentimiento nacional. A los pocos minutos la guardia carapintada, con fusiles en manos, entraba a tomar control de la emisora.

Aprendimos entonces el tremendo riesgo y la responsabilidad que comporta el periodismo. Enfermo con la búsqueda incesante de la noticia, y sabio en el análisis certero, Gómez Pepín tenía un olfato exquisito para darle seguimiento a los acontecimientos y saciar la sed de información del oyente o el lector. Y llegaba a la redacción todos los días, en sandalias y chacabana, con el mismo espíritu de combate, con la misma guerra detrás de la noticia, nunca bajaba la guardia. De personalidad recia, fogueado en mil batallas en la conducción certera de medios, Gómez Pepín no sólo era el jefe exigente, estricto, sino también el amigo leal y solidario, el sabio consejero familiar. Ya siendo Guzmán presidente, una tarde llega al teletipo de Radio Popular la noticia de que el grupo guerrillero M-19 había secuestrado la embajada dominicana en Colombia.

Radhamés me ordena que busque la reacción de Guzmán. Me dirigí al malecón donde el mandatario encabezaba un acto oficial. Rompí el cercó militar y me acerqué a él, grabadora en manos. Guzmán ordenó a la guardia que me dejaran tranquilo. Me dio la respuesta apropiada, y salí corriendo a transmitir mi noticia desde la unidad móvil. Aquello hizo saltar de alegría a Radhamés, con quien siempre celebré mis grandes palos periodísticos en mi época inicial de reportero. Paz a los restos del amigo, eterno reportero y director magnífico Radhamés Gómez Pepín.

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