Según los resultados de la última encuesta Gallup-Hoy, el 80% de la población  entiende que el país va por mal camino.  Incluso un 50% piensa que el país está estancado y  que la situación empeorará.

Este resultado debería llamar a reflexión no solo al Gobierno que se acerca a su final, sino a todo el liderazgo político  y principalmente a los tres partidos mayoritarios que han gobernado nuestro país en las últimas décadas. Pero el problema no es sólo que el país va mal encaminado, sino que no se perciben señales que auguren un cambio de rumbo.

Resulta paradójico que luego de todas las reformas que se han realizado  en la última década bajo gobiernos  del PLD y el PRD, el país no haya sido transformado como se esperaba, lo que demuestra que las reformas legislativas se quedan en el papel y que la cultura política sigue siendo la misma.

Y es que a pesar de la reforma financiera del Estado, de la aprobación de las leyes de compras y contrataciones, de las de Reforma de la Empresa Pública, Salud, Educación, Seguridad Social, Electricidad, entre otras, la esencia del modelo político no ha cambiado, el cual sigue siendo  clientelista, poco transparente, corrupto e ineficiente.

El país va mal, pero la mayoría de los ciudadanos es lamentablemente incapaz de entender las verdaderas causas para que esto sea así.  Peor aún, la pobreza, la desesperanza y la falta de conciencia de grupo hacen que cada quien intente buscar soluciones individuales a sus problemas, lo que nuestros políticos alientan mediante medidas asistencialistas que practican con el dinero público para granjearse adhesiones, en vez de que se procuren soluciones colectivas.

Lamentablemente,  gran parte de nuestra sociedad no entiende que el buen político no es aquél que le regaló una vivienda, que le pagó un subsidio o le consiguió un empleo, sino aquél que promueva políticas públicas capaces de transformar nuestro país a través de una visión clara de desarrollo y no como sucede, para satisfacer únicamente intereses particulares y sectoriales.

A pesar de los desgastados clichés de campaña que anuncian nuevos caminos, avances o cambios, la realidad es que los problemas fundamentales de la nación siguen siendo los mismos que hace  4 décadas y que la modernidad que hemos construido con túneles, edificaciones y hasta un metro no es más que una farsa que ha servido de caldo de cultivo al clientelismo y la corrupción. Lo peor es que  nuestros políticos  no se preocupan por esta percepción, seguros como se encuentran algunos,  de que las malas ejecutorias de otro partido en el poder bastan para hacerlos emerger nuevamente.

Por eso, la transformación del país va de la mano de la transformación de nuestro modelo político, lo que no va a ocurrir mientras la actual estructura  rentista y personalista no reciba las debidas sanciones, no sólo judiciales, sino también morales.
Marisol Vicens es abogada

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