Manuel cuando ya es tiempo (2 de 3)

Hay un libro de Manuel del Cabral que, sin ser cronológicamente el primero, lo es de alguna manera -incluso de muchas maneras- como punto de…

Hay un libro de Manuel del Cabral que, sin ser cronológicamente el primero, lo es de alguna manera -incluso de muchas maneras- como punto de partida para el mejor entendimiento de su obra. Es el libro de Manuel por excelencia: “Manuel cuando no es tiempo” (1941).

Es un libro confesional, desnudo (casi en pelotas), alegre y espumante, aunque no exento de tonos graves (la gravedad -se entiende- de un poeta festivo que evoca la muerte cantando). Pero el libro también es una mina, una cantera de curiosidades, una caja de sorpresas, con grandes logros y ciertas zonas erráticas, es decir, un libro perfectamente representativo de su poética y de la experiencia histórica que condiciona su manera de hacer poesía.

Algunos de los poemas que componen este volumen son memorables, incluso dignos de antología. Dos de ellos recrean el drama familiar del estudiante que abandona la carrera de derecho para dedicarse a la poesía: el afirmarse de su vocación a contrapelo de las presiones familiares. El drama es, desde luego -por su naturaleza cabraliana-, ingenuo y tragicómico, rico de humor y devoción paterna.

“Carta a mi padre” recoge, por cierto, una parte bien substanciosa de su poesía y constituye un modelo de desparpajo, de buena y noble “alfarería”:
¿Qué más quieres de mí? ¿Qué otras cosas mejores? / Padre mío, / lo que me diste en carne te lo devuelvo en flores. / Estas cosas, comprende, ya no puedo callarte./ Yo, como el alfarero con su arcilla en la mano, / lo que me diste en barro te lo devuelto en arte.

Creo ya, que ves claro, por qué levantar puedo / este lodo animal -espeso de pensar-./ ¡Siempre habrá un alfarero con su sueño en los dedos! / Padre mío, ya ves, / el agua que me diste, venía de una oscura / profundidad de vida, pero como los días / primeros de la tierra, aquel goterón mío / se me llenó de altura…
Qué más quieres, no pudo / hacerse licenciado mi corazón desnudo. / Era mucho / pedirle, padre mío, ¡no sabes / lo grave que es a veces / un hombre que en el pecho le entierran viva un ave!
Quizás, por eso, aquello / que me dieron horrible, preferí darlo bello. / Diáfano, para el trino; para negocios, bruto, / este es el fruto: / con un poco de ti, y un poco del destino / que me puso en la mano / lo divino / con lo humano, / todo lo que en la carne hay de oscuro y perverso / te lo devuelvo en verso.
Qué más quiero, ¿mi herencia? Para qué, padre mío. / Por mi herida de hombre sale un niño cantando. / ¡Lo que la tierra piensa, se hace voz en el río!
En “Algo mas de Manuel”, el tema adquiere ribetes sombríos. Hay que ganarse el pan, y la poesía no deja. Van pasando los años y Manuel no produce, no crece, pierde el tiempo y ahora está “acorralado de cosas transitorias/ pero de terribles presencias”. La voz de la sensatez familiar le aconseja:  
Tienes ahora / que ponerte a crecer como cualquiera. /Porque, Manuel / treinta años de infancia / para poder hacer algunos versos / esto es tener edad.
La noche, incierta, lo acorrala: no hay futuro en la poesía. El niño Manuel se debate entre la necesidad del arte y el arte de la necesidad. Intuye la gravedad de la noche, pero también -homo ludens- intuye la necesidad del juguete. El juguete es el arte, la música, la poesía que lo puebla y lo posee. Entre el juguete y la noche media el niño que, definitivamente, seguirá siendo niño. He aquí, condensado, en unos de sus versos mas profundos y sentidos este principio del arte y del artista:
Ya ves, Manuel, que grave es el juguete. / Esta es la noche… pero el niño existe.
A pesar de su desinterés por los asuntos económicos, Del Cabral ha sido siempre muy previsor en materia de espíritu. A los treinta y pico de años, por ejemplo, escribió su panegírico, que es uno de los mayores actos de lucidez cometidos en toda su existencia: “Manuel y su cadáver” reza el título. El poeta pasa revista en esta pieza a los hechos y opiniones que se producen durante su propio velorio (véase, no más, que previsor). Así, a manera de entrada, preparando el escenario luctuoso, el poeta ensaya una definición de si mismo. Mejor aun, la pone “objetivamente” en boca de los demás, en boca de gente seria, que no miente:
Sé que no estoy durmiendo, porque comienzo a oir: / -Pobre Cabral, / murió sin una gota de veneno; / era haragán, ruidoso, cerebral; / intranquilo de faldas; siempre haciéndose el hondo… / pero en el fondo: / bueno-
El rumor público señala claramente que “el peso de las alas no lo dejó ser gente”. Manuel estuvo ausente, casi fuera de este mundo: por eso no pudo crecer ni envejecer:
No sabes que Manuel /  siempre vivió tan lejos… /que siempre tuvo infancia…
El humor de esta pieza, que es cuando menos lúgubre (un humor del otro mundo), se deposita a veces en pensamientos de macabra densidad:
Oigo ya que me llama el zacateca, /  porque sueltan sus labios, / cada vez que le toca enterrar sabios / en un gusano cabe, cabe esta biblioteca.
Ante el cadáver de Manuel desfilan doctos y simples: desfilan el político, el cura, el prestamista, las novias, el borracho y el abogado, y para todos tiene Manuel su gota de miel o de veneno.
Al prestamista, que lo atosiga hasta en la muerte, le responde vitriólico pero como verás, viejo perverso, / no te puede deber quien siempre escribió versos.
Más ingeniosa, lúcida, sarcástica, y sobre todo realista, es la respuesta que recibe el politicastro, el político de profesión, el mismo que hace proselitismo entre los muertos:
Y tú terco político,/ ¿qué le podrás decir a este difunto, / si en tu mejor momento nunca estuvimos juntos? / Ya me parece oirte: / Pronto en mis elecciones votará este difunto
La “diatriba” contra el Cura, que es su presa más codiciada, contiene una mayor dosis de rencor y es aun más incisiva y urticante, por no decir, virulenta…Fiel y merecido testimonio, en suma, de sus primeros resabios anticlericales y de su radicalismo verbal:
Tú que bajo sotana das en latines misa; / curandero del alma, curandero / que me quitas pecados… si hay dinero. / ¡Qué le diré a San Pedro si por no darte un cobre, / subo al cielo sin misa, sin bendición y entero, / llego entonces con todos mis pecados de pobre! (1995). l

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