Más sobre cultura, con José Bobadilla

En la primera entrega, visto y sabido quien es José Bobadilla y lo que conoce y piensa en términos de una definición sobre Cultura, un Ministerio para la misma, y el perfil ideal de su Incumbente de Estado, continuamos con el tema para un renglón&#823

En la primera entrega, visto y sabido quien es José Bobadilla y lo que conoce y piensa en términos de una definición sobre Cultura, un Ministerio para la misma, y el perfil ideal de su Incumbente de Estado, continuamos con el tema para un renglón estratégico crucial y que por lo mismo no quisimos tratar a la ligera, pues es la espina dorsal de una agenda básica a desarrollarse en una propuesta múltiple, orientada a ser seguida a partir de una visión cuya trascendencia es imposible ignorar.

 Y José Bobadilla, el artista de la palabra, el político y funcionario público, nos dijo:

 MB –   Pensando en el nivel más común, podríamos estar de acuerdo o no con la agenda actual del Gobierno en materia de Cultura. Por lo pronto nos llega a la memoria lo dicho por el Sr. Presidente en un acto de campaña donde se declaraba que nunca un agregado cultural a una embajada dominicana sería designado por nadie que no fuera el Ministerio de Cultura. Por desgracia, hay demasiadas cosas que se anuncian y hasta se prometen y que realidades muy duras simplemente dejan en el aire. Pero hay mucho más. La presencia que debería tener un ministerio así, cuya impronta social es básica, por alguna razón no se siente, lo que genera dudas legítimas de si se trabaja en el área, de si Cultura como Ministerio realiza sus deberes. Habría que ver cuales, al fin y al cabo, son las prioridades que deben acometerse para que lo dicho pierda solidez gracias a una alentadora realidad.

 JB –    Bueno, creo entender que usted hace un planteamiento. Me atengo a reclamarle una precisión. ¿Cuál es su pregunta?

 MB –   En la actual Gestión la gente se queja de que nada ha sido cuantificable, peor aún; relevante. ¿Podría Usted ponernos al tanto de alguna agenda?

 JB –    Una agenda es aquello que está pautado con antelación para que, según un orden, sea realizado. Sobre la dirección de su pregunta no creo,

responsablemente, que tenga alguna utilidad enfocarnos en lo que no se hizo, sean cuales fueran las razones. Me gustaría contestarle con lo que entiendo que hay que hacer, con las tareas pendientes.

 Para ello, lo idóneo siempre es comenzar por lo básico, entiéndase que por lo más rudimentario. Y me viene a la cabeza el término de Recuperar. Demasiadas cosas muy buenas simplemente se disiparon en la nada de la incuria, las mismas se dejaron de hacer, y nada más. Muy común ¿verdad? en medios de tan acusado subdesarrollo. Para quien llega a la jefatura de un área, lo anterior no existe, siendo que cualquiera colocado en un cargo, entiende que su nuevo rango lo autoriza a hacer lo que le venga en gana, pues la cultura de la continuidad del Estado es una simpleza, una molesta traba que interrumpe o achica la majestad que debe rodear la imagen de cualquier incumbente recién estrenado en el cargo, más o únicamente preocupado en su “gloria” particular que en imponerse la meta de lograr pasos significativos hacia delante en el capítulo que debe honrar.

 Lo primero siempre debe ser dejar bien establecido sobre lo hecho qué ha sido realmente extraordinario, lo que sólo es bueno, lo que es mediocre y lo que es fuera de toda duda malo y muy malo. Y aún así hay temas que son de seguimiento estructural, imposibles de variar aunque no se entienda de esta manera. Hay compromisos que se hacen ley inexorable y lo único que cabe sobre ellos es optimizarlos enrumbándolos hacia horizontes de mira que los superen a partir de un logro y su práctica. Podemos amar la danza y ser indiferentes a la plástica. Podemos darlo todo por la literatura y hacer caso omiso a la música. ¿Y qué? La cultura es holística, y cada una de sus partes debe ser respetada íntegramente por igual. Ninguna vertiente es en esencia superior a las otras, todas deben gozar de una rigurosa igualdad.

 Retomando la lógica de lo que debo decir, una respuesta, la que sea, sobre el punto de las Orquestas Sinfónicas Infantiles y Juveniles, se queda en la más cerrada oscuridad del misterio. Tal iniciativa, puesta en marcha en el cuatrienio 1996-2000, se quedó en la vaguedad de un recuerdo remoto que se ha convertido en una gravosa frustración para los niños de entonces que jamás vieron la realización de un sueño que los hizo regodearse en la esperanza de una gran posibilidad, hoy hecha escombros.

Algo quedó, pero languideciendo, sin que jamás haya sido atendido como se concibió, con un apoyo decidido que se hubiese multiplicado en nuestra juventud con la sanidad de un ejemplo exultante, como sucedió en Venezuela, por citar, y hoy disponen de una población comprometida con los plácemes y el deleite de la mejor de las músicas, y nada menos que la realidad de una orquesta puntera de categoría mundial.

Entonces, de Venezuela se trajeron a los maestros para reproducir un hecho que le ha dado a su juventud un sólido asidero para la vida y la realización de un arte tan bello como fundamental.

 ¿Qué decir de las bibliotecas móviles? Siempre pensamos que era mejor hacer centros de lectura e información fijas, ubicadas de manera estratégica, donde se pudieran hacer múltiples cosas. Pero tales bibliotecas, muy costosas, es cierto, dan  un beneficio directo demasiado bueno para pasarlo por alto, para dejarlo pura y simplemente morir.

Me atengo a estos dos casos de relevante importancia, pues de haberlos seguido hasta hoy, casi una generación después, ahora tuviésemos un resultado concreto en la población, si como entonces, se hubiese dado continuidad a la pauta de un manejo correcto y una acertada divulgación que mantuviera su presencia en el interés creciente de la gente.

 Es una gran mentira, una afirmación insuflada de perversidad, que la cultura humanística escapa al interés general. Lo que pasa es que para el común la misma no existe, es un vacío groseramente impuesto y constantemente alimentado, donde confluyen los peores sucedáneos con los cuales se anula cualquier asomo de calidad en la sed de belleza y conocimiento común a toda la especie humana.

 Hablábamos de recuperar. Otro término clave es Mejorar mientras se Sostiene lo que hay. Por ejemplo, nuestra red de museos es una aspiración cuya realidad se debate haciendo crisis de sobrevivencia en la desidia de un caos absoluto. Nadie sabe nada de la materia o simplemente se resiste a encarar tal asunto. Nuestros museos son panteones literales, escombreras, donde el polvo y la podredumbre que crece con los años va devorando las migajas de un pasado que debería cuidarse, pues ese pasado es lo que fue, lo que fuimos como pueblo, y nos aporta la calidad que los retos y las esperanzas construyeron en nosotros y para nosotros y lo que nos sobrevivirá en todo el después. Un país sin pasado es un cuerpo en blanco, un cuerpo sin alma, una entelequia sin la dimensión vital de un camino agotado que aporte la riqueza entrañable de la memoria y con ello el tesoro de una forma de ser, el hábito y la huella de una identidad. Lo que pueda hacerse para que los dominicanos sepan y respeten el recuerdo colectivo siempre será bien poco si nos atenemos al resultado que tal cosa trasiegue a la conciencia de aquello que nos define y que por razones de vida con nuestras propias vidas debemos superar.

 Se le han dado paso a iniciativas que se plantearon originalmente como instituciones. Pero las mismas se quedaron en su cascarón, en el suntuoso estuche que debió contener un acervo que le diera algún contenido, sentido y realidad a lo que formulaba un enunciado ceremonial. ¿Qué es el Museo del Hombre Dominicano o el Museo de Arte Moderno? Ni siquiera su nomenclatura le hace honor a un corolario dotado de un soporte que explique con justicia un patrimonio, un legado.

 Entonces, tales cascarones, así los llamamos, deben reorientarse comenzando por dotarlos de un contenido ajustado a la visión y a las misiones actuales, a la realidad y los retos del presente. Cito, por ejemplo, el bodrio resultante del Museo de Las Casas Reales. ¿Qué diablos es eso? Y peor todavía: ¿puede alguien explicar, atenido a los rigores más raseros del sentido común, ¿qué pasó con el museo de Las Atarazanas?

 Con lo primero, cuando el edificio se restauró, quizás como una disculpa elegante, podríamos decir que no había otro alojamiento posible y se podía inventar lo que al fin permaneció como inamovible. Un disparate horrendo. Allí, fuera de un reservorio sin pie ni cabeza, no hay nada, nada cuenta nada, siendo que el edificio que alojó al Gobierno Colonial por siglos, y sirvió en ocasiones a nuestra historia republicana, se haya quedado mudo, forzado a un silencio obra de los encargados tan ignorantes como incapaces, que se han negado a hacerlo hablar, mientras se pudren en el más patético de los abandonos las reliquias arrojadas a un basurero que alguna vez se llamó Museo de Historia y Geografía.

Me expreso con radical dureza, pero realmente es indignación, que entiendo por legítima. Nadie ha entendido ni le importa un comino qué guardan tantas cajas podridas, apolilladas. Y con un ápice de sentido común, se hubiesen dado los pasos correctos para preservar un patrimonio tan singular, exhibirlo atenidos a un buen guion, y a la vez de educar a los de aquí mostrarle lo que fuimos a los de allá, con el reporte de beneficios contantes y sonantes, pues quien llega hasta nosotros lo menos que espera o debía esperar es ver aquello que sólo es dominicano y no va a repetirse en ningún otro lugar.

 ¿Tiene nadie alguna idea de lo que se guarda en los anaqueles de rescate subacuático? Tal cosa da ganas de llorar. Y de seguir por este tristísimo camino, ni esta ni ninguna entrevista va a brindar espacios suficientes para expresar lo que ya debería estarse haciendo. Para concluir de empezar, en el monumento a Montesinos cabe una planta con la escenificación completa de aquel hecho trascendental por la dignidad y las libertades del hombre. Y a su vez, colocar en el segundo nivel un restaurante de gastronomía dominicana con los estándares más exquisitos de elaboración, que sirva de ventana al mundo para que los visitantes y los mismos dominicanos sepan de cómo en el país se ha creado una enjundiosa noción del sabor, que, por supuesto, con tanta honra nos identifica. De paso se aprovecharía al máximo el escenario de un litoral cuya ambientación sería muy atractiva conectando a la ciudad intramuros con el mar, el que no existe fuera del malecón.

 MB.-   También en el interior.

 JB.-    Desde luego, también y mucho, en el interior. Un Ministerio no es para un sector o una ciudad sino para todo el espectro cultural, para todo un país. Dirijo mi enfoque a La Vega, a Azua, Puerto Plata, Santiago de los Caballeros, Montecristi, San Juan de la Maguana, Higüey. Tampoco, imposible, nuestros horizontes terminan aquí. Nuestra visión es nacional.

 MB.-   Cada instancia cultural debe poseer un prontuario operativo, una agenda cultural.

 JB.-    En este sentido es clave que cada institución u organismo, sobre la base de un programa bien meditado y realista, sepa qué hacer y contar con el apoyo decidido, para una vez aprobado un plan, a este se le dé curso sin perder de vista la saludable agresividad que debe primar en cualquier gestión, por simple que la misma nos pudiera parecer.

 Una vez identificados los destinatarios, es fundamental atraerlos para completar el círculo de la Acción del Estado. Para lo mismo, es fundamental dar a conocer las agendas trimestrales, semestrales o anuales de las Instituciones que forman parte del cuerpo administrativo del Ministerio. Pero no se trata de una titulación crasa, la enumeración, digamos que ritual, de un prontuario de posibilidades en el aire que más que la presentación de propósitos no es otra cosa que la habitual excusa disfrazada de agenda con la cual dar fe de una meta que nadie puede ni podría cumplir.

 El referido programa debe mostrar tanto una VISIÓN, por demás clara, substancial y realista, definitoria en sí misma de la Institución que la emana; como de su MISIÓN, que es la bitácora que se establece como todas

las bitácoras anunciadas, esto es: un cuaderno de ruta acordada que se debe, que se debería cumplir.

 Así, cuando desde un comienzo no cabe la menor duda de hacia dónde se va, se establece un compromiso que los mismos destinatarios honrarían con su interés traducido en uso, en el consumo de una oferta que le confiere un sentido de oficio al ente ejecutor y una solución de crecimiento y de vida en la individualidad del ciudadano que recibe el esfuerzo y lo justifica con su aceptación.

  Con ello se relanzarían todas las instancias culturales, las dependencias de un Ministerio que con firmeza debe dar la batalla en buena lid por una prelacía que debe situarlo en la cumbre más alta de todo interés social. Y desde una declaración estamentaria (institucional), de propósitos y de acciones, veríamos con el sentido propio de la misma resurgir de tantas escombreras, de tanto polvo y ceniza, a los organismos que debieron cumplir el rol para el que fueron creados o tal vez el que las necesidades y puntos de mira actuales exijan con sobrada, con justificada razón.

 MB.-   El espinoso tema de la reevaluación y la calificación de un personal es aterrador para toda una empleomanía.

 JB.-    ¿Y qué?… Estamos de acuerdo en que hay que actualizar el tema justipreciando el rango y valor de cada puesto de trabajo. Pero si te pago lo que es justo dentro de un escalafón aceptado y establecido, o discutido y por establecer, debes corresponder con entregar no sólo un esfuerzo, sino que el mismo vaya acompañado de la debida, de la esperada, de una convenida calidad.

 Un Gobierno no es para pagar deudas políticas personales. Un Gobierno es para optimizar la función pública con lo todo aquello que le corresponda hacer. Entiendo que desde un Ministerio, con el peso ominoso de siglos de pésimas prácticas, venir con un rebenque en una mano y un garrote en la otra es en absoluto contraproducente. Por lo mismo y en consecuencia debe plantearse un pacto, una oportunidad en la que se entienda y respete el punto de vista del empleado y a su vez se  entienda y respete el del empleador. Si bien el empleado tiene todo el derecho a recibir un salario justo y realista con lo que deba hacer; el empleador tiene todo el derecho a recibir la más alta calidad por el servicio que paga, si lo paga a tiempo y si lo paga bien.

Y todavía más, el completivo de un salario justo, atenido a un principio general de equidad, debe añadírsele un verdadero plan interno de

prestaciones y seguridad social.

Jamás debe quedar nadie fuera de una protección que es un deber primario, fundamental del Estado. Se ha avanzado bastante para lo que había hace apenas algo más de una década. Y sin embargo es demasiado lo que todavía hay que hacer. Y aún firmes en que la meta deseable debe cumplirse es oportuno dejar bien claro que esa protección debe ser merecida, ganada con la realización cabal de un servicio cuyo primer rango sea el de la excelencia. Si ambas cosas no caben las dudas, es absurdo abrigar recelos. El todo, legítima aspiración democrática, es el universo de quienes responden con la obligación. La diferencia puede parecer cruel, pero es justísima y absolutamente necesaria. Usted merece según su respuesta a un perfil y a su deber.

MB.-   Sería una verdadera primicia, aunque algunas entidades, bancarias y castrenses, se hayan ido delante.

JB.-    Entonces, y perdone, no es primicia. Reforzaríamos, con nuestra acción y sus peculiaridades, lo que entiendo que debe ser la norma, lo general.

MB.-   Su planteamiento es soñar. Es creencia aceptada de que en el Estado nunca los presupuestos alcanzan. El Ministerio de Cultura es un patético ejemplo de eso.

JB.-    Con mayor razón. Lo propuesto por nosotros jamás debe entenderse como un molesto elemento de presión al Jefe del Estado, máxime si sabemos que apenas se comienza una lucha a muerte hacia la institucionalización nacional. Mi pensamiento va en la línea de que se exija lo que presupuestariamente le pertenece al Ministerio de Cultura. Pero esta entidad debe saber cómo agenciárselas para cubrir esa acuciante parte deficitaria y así dar la mejor de las respuestas a los programas, necesidades y urgencias de un área amplísima cuyo desempeño es desde cualquier ángulo increíblemente caro. La cultura es costosísima, un lujo ante las necesidades primarias en exceso difícil ni siquiera de considerar. Pero lo que se invierta en ella va a redituar beneficios que marcan nada menos que la diferencia absoluta de todo un país, de toda una nación.

Para este propósito se ha acuñado el término de Industrias Culturales. Se trata de montar, hacer funcionar y obtener los mejores resultados de una estructura diversa que produzca bienes culturales cuya utilidad vaya desde lo más básico, por cierto de gran demanda interna y foránea (artesanía) hasta el complejo mundo de lo conceptual (el arte y las humanidades como tales, en la plenitud del horizonte de lo abstracto).

 El libro, las grabaciones, las reproducciones, la filmografía, así como un agresivo impulso a la actividad artesanal de calidad y a la vez un no menos audaz renglón que acapare y dé vida y substancia al espectáculo, por decir; son los campos de batalla sobre los cuales debe llevarse a cabo la tarea de producir bienes definitivamente culturales con marcado hincapié en el compromiso de cubrir un mercado que debe organizarse en función de las necesidades creadas y alimentadas gracias a una correcta política orientada en esa dirección.

La cultura tiene como valor intrínseco, digamos que sustantivo, su inherente bondad. Podrás inclinarte o no hacia la música, la pintura o la literatura de la más alta calificación; pero nadie discute ni la índole ni los alcances de su calidad. Es claro que el resabio ancestral que deja en lo más cimero el acervo milenario de nuestra civilización no es materia de duda, aunque sí de consumo, y desde luego de aceptación, en lo cotidiano de la gente común. Pero ese es otro tema sobre el que me gustaría también responder.

Hagamos las cosas. Produzcamos las mismas para que exista en los hechos el bien cultural. Este, ya lo dijimos, tiene perfiles como usos diversos. No es lo mismo leer una novela que usar zarcillos, escuchar al maestro Ravelo o a José Dolores Cerón que exhibir una camisa o colocar una hermosa vajilla en la mesa. Un lienzo tiene un primer destino funcional que se confunde con lo decorativo, pero como planteamiento de alta dimensión estética, es la ventana obligada a un rico universo interior. Cada sentido dispone de un paraíso propio. Por lo mismo, es impensable dejar de lado a la comida que proporciona la contundencia de una inmediatez sensorial. ¿Quién se atreve a dudar de las calidades de lo culinario, con todo derecho también estético, y en el sentido de lo humanístico, también cultural?… ¡Y tan rentable!… Más, si la República Dominicana es productor de materias primas tan apreciadas como el cacao y el café. De eso se ha hablado tanto y tan bien, pero aún hace falta recorrer el largo camino que nos espera para dar respuestas adecuadas a las exigencias de un mercado de gustos más versados en sutilezas que debemos incorporar dando nuestra propia versión nacional.

 Este lindero es increíblemente amplio hasta convertirse en abrumador. Comencemos por saber que el Ministerio de Cultura es dueño de hecho y derecho de los más prestigiosos escenarios del país. ¿Qué hacemos con eso?

El Ministerio de Cultura dispone de los mecanismos para hacer de nuestros recursos minerales, por cierto únicos en el mundo, toda una joyería de primera con pretensiones de lograr instituirse como sello internacional. Pero al tocar el tema de la artesanía vamos del papel (su uso artístico y fabricación) al metal, a la madera, al cuero, al cristal, a la cerámica, a la tela y no sé qué más, pues se puede reciclar hasta elementos considerados como franca basura con éxito harto notable por el camino de lo incuestionablemente bello y de lo que se puede vender muy bien.

Nuestra visión no deja de ser descarnada. Podría parecer una traición hacia los ideales tradicionales tal énfasis en lo pecuniario. ¿Con qué diablos vamos a comprar la paz y las condiciones adecuadas para pagar la belleza ansiada con la que alimentaremos el alma que debemos rescatar? La República Dominicana carece de padres ricos, pero sí tiene a un pueblo robusto y muy capaz. Nadie insista en decirme que los dominicanos no podemos. Sólo hay que vernos en otros escenarios para saber lo que somos, a lo que somos capaces de atrevernos, y el gran nivel de respuesta que un dominicano está en la más abnegada decisión de rendir. Es una oportunidad, encauzar, dirigir las acciones correctas que nos impulsen a la tarea que nos situará en un pináculo que debe ser el reto nacional.

¿Por qué tendría que ser fácil?… Mejor si nos da lucha, como sin duda la va a dar. En ello hay un mérito y una recompensa mayúscula que coloca en su sitio a lo bien hecho, que es el único camino que debemos tomar.

Si algo faltara, hay otras opciones marginales, pero de notable importancia, en términos de responder a la empleomanía del sector con la creación de un gran bazar, en principio en la capital y Santiago, que sirviendo al público general con precios de abierta competencia, le dé a los suyos un trato harto preferencial. Si tengo problemas para aumentar tu salario, lo que sin ser brujo o mago sé que va a suceder, te pongo la comida, las medicinas, la ropa, los enseres y hasta vehículos y servicios diversos a un precio que hará valer significativamente el poder de compra de tu dinero ganado día a día, y todo ello, insisto, lo que busques y adquieras, de la mayor calidad.

  No es asunto de discutir lo que sabemos que es decididamente bueno, sino de hacerlo, de poner las mejores ideas a funcionar. Por lo mismo me he referido al desarrollo de las industrias que lograrán una marca-país, como concomitantemente a la instalación de puertos de socorro que sirviéndole a todos hacen lo propio para garantizar un bienestar directo a quienes dependen como asalariados de un Ministerio hasta ahora penosamente deficitario, por no decir andrajoso, lo cual jamás debería ser.

 Así veremos, a partir de Cultura, editoras y librerías, joyerías y expendios artesanales en esa cantera que son los puntos de alta incidencia turística, restaurantes especializados en dar a conocer con la más alta excelencia nuestra culinaria nacional; salas y galerías de arte; una actividad ininterrumpida en teatro, danza, música y artes visuales; y desde luego, el reforzamiento de una actividad cinematográfica a la que hay que poner especial cuidado para que dé un paso firme y logre repuntar. Y todo a partir del aprovechamiento exhaustivo de nuestras materias primas nacionales. ¿Qué hacemos con los desperdicios del coco, del plátano, de la caña, por decir? Hay toda una gama de formas, muy rentable por cierto, para aprovechar eso y mucho más. ¿Por qué siempre nos quedamos en hablar lo que tan bien otros saben cuándo lo que hay que hacer es disponerse a trabajar?… Y dar con el acierto de los mercados, buscándolos y también creándolos. Por ejemplo, ¿quiere usted un disparate mayor, vale puntualizar como monumental, el disponer de una editora sin una distribuidora nacional?

Entonces, en función de las utilidades y beneficios, estamos hablando sino del trabajo en común sí de una bien entendida “complicidad” interinstitucional. El trabajo y el interés de Cultura se relacionan íntimamente con Educación, con Turismo, con Relaciones Exteriores y con la Municipalidad.

 Sabemos que por tradición existe el valladar de los protagonismos de los incumbentes. ¿Y qué puede importarle a Cultura llevarse palmos de nada si lo que resulta apremiante es hacer caminar la rueda de un acontecimiento que va a colocar en su justa dimensión cada aspecto de una necesidad satisfecha? Hay un celo de cada ministerio que denuncia una defectuosa salud mental. Al diablo con tal tara. Siempre que se haga lo que hace falta, que los demás se regodeen en la enfermiza convicción de su propia importancia. Lo nuestro es hacer valer lo que corresponda en su momento y lugar.

 

MB.-   Usted habla con demasiada alegría de lo que cabe llamarse como una revolución radical. Haciendo gracia con una broma del doctor Balaguer: ¿y los suizos, dónde están?

JB.-    Los suizos del cuento del viejo caudillo somos los dominicanos de hoy, los únicos deudos y actores legítimos de este propósito, los únicos a quienes por lógica podemos referirnos y a los únicos que podemos llamar a la acción. La tarea de un Ministerio, ya se dijo y se explicó, es preservar y divulgar (promover) un patrimonio así como incentivar la creatividad de más patrimonio en lo que se llama acervo nacional. ¿Pero y qué de la educación?

 Nuestra edad social es la de la educación básica e integral. No hay escapatoria. Todos los responsables de las políticas culturas se han basado en el espectáculo puso y simple. Quizás les aterra encarar la cuestión por su magnitud y responden, como salida, con la escogencia de soluciones fáciles que no son más que trivialidades, a pesar de la importancia que en otras circunstancias podrían tener. Si no nos orientamos con énfasis denodado en el esfuerzo de crear al consumidor de los bienes culturales, podemos seguir colgados de los mismísimos cuernos de la luna al insistir en dar vueltas y más vueltas alrededor de aquello que nadie es capaz de entender, y por ende valorar, para ser integrado en la vida de cada uno enriqueciéndola al darle calidad a la misma y calidad a cualquier respuesta del ciudadano común. Un niño generalmente no discute y si lo hace es muy poco. La adolescencia, con el descubrimiento y desarrollo de la personalidad, se hace contestataria, de una rebeldía fundamental que es su ornamento y definición. Y ello es muy bueno. Pero siempre será mejor si cualquier planteamiento o discusión se hace sobre las bases más sólidas de una cultura asumida gracias a la riqueza de las mejores canteras, con el cuidado de no coartar el sentido radical, entrañable, de una libertad bien entendida para que la misma, a la vez de servirnos, sirva a los demás.

La fuente primordial, en países como el dominicano, es la niñez. Hablo del niño de tres o cuatro años al preadolescente de once a trece. No hay opción con lo básico, con lo fundamental. El mayor grueso de cualquier esfuerzo debe ser orientado allí.

 Con los adolescentes habrá mucho qué hacer, por supuesto. Pero hay que tomar muy en cuenta de que alguien con trece años, imbuido en una cultura de lo fácil, ya es un elemento con carencias irrecuperables. Siempre se consigue mucho, quizás bastante, pero es un ser condenado a una indigencia que inevitablemente ya lo marcó. Peor es el caso de la juventud, ya hecha para responderle a un medio que lo ha signado definiéndole una mentalidad precisable en sus usos y valores. Y también, muy a pesar de lo expresado, hay tareas que pueden resultar.

Con el niño se ejerce una saludable coerción inducida. Pues para decidir luego, como será y debe ser, primero hay que aprender comprendiendo y asumiendo la presencia incontrastable de un legado que origina el mundo anterior del cual se proviene, y parezca lo que nos parezca, no hay discusión. Con el adolescente y el joven se trabaja en la divulgación intensiva de un acervo para que su elección disponga de cauces tan diversos como amplios que lo ayuden significativamente a vivir. Educar es construir en la conciencia y su memoria una realidad ideal que va reajustándose con aquello que se entiende como avances gracias al aporte de cada generación.

 Después de la juventud es poquísimo lo que se pueda lograr. Siempre se gana algo, pero la persona adulta, íntegramente formada, sólo es carne para el zafacón.

 Sé que es terrible, pero es la verdad. Y siempre la verdad es la mejor opción. Ver las cosas con el mayor realismo será la mejor base para decidir qué hacer. Cambiar e incluso “mejorar” el modo de ver y de dar uso a los elementos de la vida que conforman una cultura es una de las cosas más dolorosas que nadie pueda sufrir. ¿Qué es lo que se mejora, cuando intrínsecamente, es punto de acalorados debates si una cultura es mejor que otra? Los elementos culturales cumplen con el rol de dar respuesta a una necesidad que puede ser básica o superflua; pero es una respuesta que responde (y satisface) a una elección. Realizada su función, si colma las expectativas de quien la reclama, reforzará una visión y un uso, reforzará una dependencia. No señalo esto al azar, sino que es de una importancia capital para que se entienda qué es aquello que se pretende y qué es lo que es factible (deseable y justo) hacer.

Siempre lo que se impone sin más fracasa al propiciar lo que se identifica como su oposición. Por lo mismo, educar es imponer pero a un mismo tiempo convencer, un convencimiento que conlleva una aceptación que nos faculta tanto para el disfrute como para el aporte, para nuestro turno de dar.

Decir imponer es horrible. Convencer es mejor. Pero atenidos a la realidad que es hecho y misión, no hay otra manera de calificar al tema. Por mucho que lo adorne, un bisturí es un bisturí, una jeringa termina en aguja que va a herir. Hay métodos para hacer muy dulce lo que conviene para sanar un uso y una visión. Eso lo saben de sobra los que nos venden valores chatarras. ¿Cree nadie, en su sano juicio, que las masas son literalmente estúpidas porque lo deseen? Nada de eso. La imbecilidad social es un estado inducido a mansalva en las clases desposeídas para su sometimiento más efectivo y radical. Si controlo la mente controlo la vida. Todo lo que hacemos tiene su origen en la necesidad que crea el deseo prevalido en la forma de las ideas. La vida en el mundo se organiza así. Sólo hay que encender una televisión o abrir un periódico dominicano, y pongámonos francamente a llorar.

 Siento que me fui del tema.

 MB.-   Para nada. Es muy oportuna su precisión.

JB.-    ¿Usted cree?

MB.-   Desde luego.

JB.-    Pues bien. Que así sea.

Debería haber, por lo expuesto, un programa básico muy general que compete a la formación integral de los niños, ya se trate de para quienes se queden como simples entusiastas, lo que es mucho y muy bueno; o a quienes tengan madera y vocación para un ejercicio profesional.

De esta guisa el programa que corresponda a los jóvenes debe aprovechar a conciencia el espacio formidable que significa la Tanda Extendida para que allí pueda desarrollarse todo un amplio esquema de difusión y capacitación cultural bien sujeto a las perspectivas de la escuela que nos hemos empeñado en materializar.

 El canal del Estado debe confeccionar una ventana permanente para la OMSA y el Metro, por decir, donde quepa algo de todo y el límite sea simplemente la calidad. No se puede amar jamás aquello que se ignora, que no se conoce. Lo primero es hacer saber que el mundo clásico existe. Y de una cohabitación accidental se pase a una cohabitación circunstancial que debe convertirse en cohabitación existencial. Aclarar el concepto es decir cómo se vería primero y terminaría siendo después. Accidental, por el hecho de que es algo que, quiérase o no, llega a todos de una nada en apariencia repentina. Circunstancial, porque la insistencia sostenida de lo que allí se escuche y se diga se queda, permanece. Y existencial, cuando al fin prende primero en la curiosidad para convertirse en deleite profundo después.

 Si se logra situar a las humanidades en un escalafón de prestigio concreto, bien publicitado, al punto de que la excelencia de lo conceptual, de lo intelectual, del pensamiento en la vida que es el humanismo, es la ciencia y el arte, y de manos de nuestros talentos definitivos, que los hay, marcado para la atención más general como los paradigmas que la gente respete y quiera copiar, es mejor decir seguir; la aceptación social es automática, arrastrando a la gente a un consumo que tomará su tiempo, hablo de una generación. No importa. Es indefectible comenzar. Ahora esta es la tarea y si es deseable un gran resultado todo tiene que hacerse muy bien.

Hablo de una omnipresente, de una machacona, de una infaltable, de una insistente presencia cultural de gran calidad. El primer paso es el único verdaderamente difícil porque le va a dar una desafiante patada a un molde robusto, a un esquema establecido valiéndose de las peores artimañas de un comercio espúreo tenido por bueno y que se ha hecho tradicional. Ni siquiera nos importa un bledo el castellano cuando la lengua es la más verdadera de todas las patrias, a favor de usos lingüísticos que nos alejan, hacen añicos los soportes de una identidad nacional, que por cierto, sin dejar de ser dominicana, es una riqueza continental.

Hay muchos y sobrados canales. Es importante que cualquier usuario de internet, vale acotar, encuentre siempre visible la opción cultural. Lo mismo que el televidente o el radioescucha. Así, en un espacio razonable de tiempo, comenzará a verse un saldo y podremos sonreír de satisfacción. Pues tal opción debe, bien orientada, generar una determinada curiosidad y con ella atrapar al observador con la red maravillosa de su encanto, pues nadie ve un cuadro de Velázquez o de Veermer, lee una novela de Balzac, de Mulk Raj Anand o de Lin Yu Tang;  escucha una suite de Jorge Federico Händel o de Juan Sebastián Bach, o mira un film de Akira Kurosawa, para sufrir. Sufre, padece quien por estar muy lejos de ese mundo y sus valores no entiende, no ha desarrollado capacidad alguna para entender; nunca jamás nadie cuyo apego a estos bienes lo lleva a un deleite que potencia al máximo la vida con el don siempre inefable de su altísima calidad.

MB.-   ¿Y lo que existe, institucionalmente, es suficiente?

JB.-    No. Es sensato no soñar con imposibles. Ya sería un logro resucitar lo muy bueno que se dejó morir, y desde luego, hacer caminar lo que ha sobrevivido en la más larga y apalastradora de todas las miserias. Pero sin duda hay que instituir capítulos que simplemente quedaron truncos, cortados por la mitad. Hablo, por ejemplo,  de una Distribuidora Nacional de Libros así como de muchas otras cosas, la agencia de promoción, distribución y venta que se encargue del mercadeo de lo que produzcan las Industrias Culturales que debe ser suficiente y de gran calidad.

 MB.-   Cabe decir mucho más.

JB.-    Por supuesto, hay que decir mucho, muchísimo más. Pero hagamos provecho con lo que ya tenemos. ¿Cree Usted que hay muchos países con la camisa de fuerza de nuestro subdesarrollo con dos teatros nacionales y un Bellas Artes? ¿cree Usted que hay muchos países como el nuestro con una Plaza de la Cultura, con las primicias de una zona colonial como la que tenemos aquí? Búsquelos y si los encuentra, por favor, hágamelo saber.

 Lo que sí creo es en mi país, también el suyo. Podemos si queremos. Hay una tarea, un deber y disponemos de un gran presidente empeñado en hacer un precedente trascendental con el esfuerzo de todos. Lo demás son nuestros propios pasos sobre el camino que nos impone el futuro por alcanzar en el cual se vislumbra de cualquier manera una gran nación.

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