Vale esforzarse por perseguir la alegría. Mi madre solía cantar “no puede estar triste el corazón que alaba a Cristo, no puede estar triste el corazón que alaba a Dios…” y ponderaba lo valioso de conformar una personalidad alegre y esperanzada.

La de mi madre era una posición correcta; está comprobado que las personas alegres son más saludables y felices, en general, que aquellas pesimistas o angustiadas. Empero, también tenemos derecho a estar tristes de vez en cuando.

La sociedad de consumo hace permanente apología de la alegría, lo que induce a muchos a enmascarar la tristeza y fingir. Si sentimos pesar, no hay que esconderlo. Los verdaderos amigos sabrán respetar nuestro estado de ánimo, sin cuestionamientos.

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