En memoria de doña Nuris Jacobo (1 de 2)

IntroducciónEs para mí un deber de amistad, gratitud y admiración hacer memoria de Doña Nuris Jacobo, luego de su partida de este mundo al encuentro cara a cara con Dios, en quien siempre creyó y esperó y a quien…

Introducción

Es para mí un deber de amistad, gratitud y admiración hacer memoria de Doña Nuris Jacobo, luego de su partida de este mundo al encuentro cara a cara con Dios, en quien siempre creyó y esperó y a quien siempre amó.

Al llegar yo a Santiago, ya ella era una líder connotada en su familia, en la sociedad santiaguense, en los campos literarios (escribía libros), y religiosos, junto a Doña Elsita y Doña Benillda. Eran como una trinidad, muy unidas entre sí, muy amigas y ejerciendo los mismos liderazgos.

Fueron para mí las tres en todo momento, desde mi entrada a la Arquidiócesis, un gran soporte para las más diversas actividades de mi Ministerio Episcopal. De ahí nace una inmensa gratitud.

Esta labor juntos nos llevó a una estrecha amistad, de tal manera que el encuentro y almuerzo cada año en Navidad en casa de Doña Nuris, junto a su familia, estas amigas y otros amigos, hacía ya parte de mis celebraciones tradicionales en las navidades, igual que con mi familia y otros grupos. Ahí se manifestaba nuestra grande y profunda amistad.

Por otra parte, a mí me correspondió presidir el entierro de su esposo, Don Flavio Darío Espinal Hued. Fue el primer entierro que hice como Arzobispo de Santiago. Por todo esto y mucho más, me siento en la necesidad de hacer memoria también yo de Doña Nuris Jacobo.

Se me ha ocurrido que la mejor manera de hacerlo es reproduciendo en esta página, mediante dos entregas, los hermosos y dicientes testimonios y palabras, en torno a ella, de su hermana Gladys, sus hijos, nietos y el Padre Carlos Santana, a quien no sé si denominar amigo muy cercano o espiritual de ella.

1.- Semblanza, Gladys Jacobo
“Con motivo de su partida a la Casa del Señor, quiero compartir algunas ideas sobre mi querida hermana Nuris.

Recibió su nombre de nuestra abuela Nayibita. Nur significa luz en árabe, y así fue luz para mucha gente, pero sobre todo para la familia. Altagracia, el segundo nombre, proviene de la cercanía de su fecha de nacimiento, el 18 de enero, con la festividad de la Madre y Protectora del pueblo dominicano. Su devoción a la virgen fue exquisita y caminó de la mano de la Altagracia como fiel creyente.

Nuris fue buena en su niñez, en su juventud, en su adultez. Fue buena como hija y como hermana. Fue buena como tía; sus sobrinos fueron como sus hijos. Fue buena como esposa, como madre, como abuela y bisabuela. Fue buena como amiga.

En la escuela, en todos los niveles, tenía buena conducta y era muy querida por sus maestras, maestros y compañeros de clase. Combinó sus estudios con las actividades apostólicas de la Parroquia Nuestra Señora de la Altagracia: fue Hija de María, catequista; y secretaria de la cooperativa La Altagracia, mostrando así su corazón abierto a los demás. Desde los inicios se integró al movimiento de los Cursillos de Cristiandad, y junto al Hermano Rafael, organizó por muchos años la colecta en tiempo navideño para las Hermanas Carmelitas de Clausura. Su compromiso cristiano también se manifestó en comités de ayuda para causas sociales, y cómo dejar de mencionar su vinculación política en aquellos turbulentos años 60.

Su personalidad se configuró como una persona con inclinación al arte en sus distintas vertientes: música, pintura y arquitectura. Con frecuencia hojeaba revistas con diseños de casas, y papá prometió construirle una. En su sencillez no dejó de ser presumida.

Mujer de convicciones y principios morales firmes, de fe inquebrantable y amor a la Iglesia, que perduró con el convencimiento de su catolicidad y apostolicidad. Así la conoció Flavio Darío Espinal Hued y formaron un hogar de principios sólidos, viviéndolos con fe y tesón. Estuvieron unidos por casi medio siglo, según lo prometido ante Dios, en la salud y la enfermedad, en la tristeza y en la alegría.

Sus hijos, Rosario, Juan José y Flavio Darío crecieron rodeados de amor y cuidado. Flavio, de carácter reflexivo y pacífico, proveía todo lo necesario en su hogar. Nuris era de mano recta y firme. Los dos se complementaron y su familia se acercaba a ser como dijo el Beato Juan Pablo II, “un santuario de vida” en la que sobresalía la práctica del respeto. La conciencia social de sus hijos tuvo como base el ambiente familiar donde el amor a Dios y al prójimo es ley fundamental.

Hoy decimos: Nuris, ¡qué bueno fue tenerte como madre, como abuela, como bisabuela, como hermana, como tía, como amiga, como vecina!

Los años no parecieron pasar por ti. Escribiste, dibujaste, organizaste, jugaste, animaste, orientaste, publicaste. En definitiva, fuiste un ser especial para los demás. Quienes te conocimos lo testimoniamos”.

2.- Palabras de los nietos
Cristina, Virginia, Paula Sofía, Flavio José, Carla Beatriz, Terez Alexandra y María Eugenia.

“MamiMó fue hija, madre, esposa, hermana, tía, profesora, amiga, artista, autora, abuela, bisabuela, mujer de muchas facetas y de un espíritu joven e inigualable. Dejó su huella en todos los que la conocieron y siempre estuvo ahí para ellos.

Para nosotros sus nietos, ella es nuestra MamiMo/Momo; el ser que nos enseñó que la vida es para vivirla con alegría, aprendiendo de la misma algo nuevo cada día.
Tendremos mil y una anécdotas para contar a nuestros hijos sobre su bisabuela. Uno en particular que queremos recordar hoy, es tu árbol de dulces. Cada Navidad este árbol era especial y solo para los nietos y sobrinos-nietos, y la carcajada que pronunciabas luego de que todos nos lanzábamos al árbol para comerlos luego de tu conteo. Recordamos esta anécdota en particular porque simbolizaba su amor a la familia y la unión que siempre procuró entre nosotros.

La despedida de hoy es solo física, tu hermoso legado de valor familiar vivirá siempre en nosotros y cuando llegue el momento de juntarnos en la casa del Señor; nos esperarás junto a PapiPó.

Nos dejas con un sinnúmero de valores que siempre honraremos y nuestra meta es vivir la vida como la viviste, alegre y con amor. Te extrañaremos más allá de lo que estas palabras pueden expresar. ¡Te amamos!”.

3.- Palabras de Flavio Darío Espinal Jacobo, su hijo
“En nombre de mis hermanos y del mío propio, deseo agradecer al padre Carlos, al padre Chepe, al padre Juanito y a monseñor Tobías por esta hermosa eucaristía. A ellos los llamamos por sus nombres de pila, pues son personas muy cercanas a nuestra familia, especialmente a nuestra madre.

Deseo partir de un comentario que hizo el padre Chepe sobre la sabiduría de mi madre. Ya lo comentábamos ayer a propósito de una de las lecturas que hicimos. Mi madre era una mujer con una gran sabiduría, la cual se sustentaba en su experiencia, en su inteligencia superior y en su fe en Dios. Hay personas que pueden tener una o dos de estas fuentes, pero tener las tres es algo excepcional, como fue el caso de ella. Nuestra madre fue una fuente de consejos para muchas personas, de todas las edades y medios sociales. Yo mismo, aunque tengo a mi esposa, a mis hijas y a mis hermanos, tenía en ella la fuente última, el punto de cierre cuando tenía que tomar decisiones importantes.
Junto a su sabiduría, mi madre tuvo una extraordinaria fortaleza. Siempre tenía las energías, las fuerzas, para lidiar con las situaciones más disímiles y difíciles, así como para mantenerse en pie y seguir adelante. Nunca caía abatida ni se dejaba rendir. Ella era una verdadera roca, el sostén de muchos, por lo que su partida nos deja sin esa fuente de apoyo que estaba ahí siempre para cada uno de nosotros.

Unido a lo anterior, mi madre tenía una valentía increíble. Nada la amedrentaba. Estoy seguro, segurísimo, que cuando le llegó el instante de la muerte, lo asumió con entereza, con valor y con la valentía que siempre mostraba al decir que estaba preparada para vivir y para morir. Su muerte fue súbita e inesperada. A las 7:35 p.m. del domingo 28 recibí una llamada para decirme que a mi mamá la acaban de ingresar a cuidados intensivos; que la habían llevado con prontitud cuando ella expresó un gran malestar en el estómago y una falta de respiración. Diez minutos después de esa llamada recibí otra en la que me decían que mi madre estaba grave, gravísima. Diez minutos después recibí la llamada que me anunciaba su muerte. Se fue como era ella, sin querer molestar a nadie, sin aspavientos y con discreción.

Mi madre era también una mujer de una generosidad extraordinaria. Siempre estaba al servicio de los demás; se preocupaba por todos.

En estos dos días hemos escuchado tantas palabras lindas especialmente de sus amistades de los diferentes grupos y ambientes en los que se desenvolvía: la familia, el vecindario, la Iglesia, los grupos de música, los proyectos de apoyo a diferentes causas en los que se envolvía. Tocó de una manera especial a todos los que interactuaron con ella.

Igualmente, ella tenía una gran compasión. De ella y de nuestro padre aprendimos el sentido de justicia social. Aprendimos que en cada persona, sin importar su raza, color u origen social, hay un ser dotado de una dignidad que viene de Dios, y que, por tanto, merece respeto, trato justo y consideración.

Su fe en Dios era algo especial y auténtico. Esta era, en último término, el fundamento de todo esto que he dicho sobre ella. Era lo que la inspiraba, la movía, la sostenía. Era lo que le hacía irradiar esa luz que en cada instante provenía de ella. Eso que la hacía un ser tan especial.

Gracias por todo lo que nos diste, por todo lo que hiciste por tanta gente, y por el inmenso orgullo que nos da poder decir que fuimos tus hijos”.

Conclusión

CERTIFICO que siempre admiré a Doña Nuris Jacobo por su amor a la vida y su dinamismo y que murió como ella quería morir: caminando en plena vida, sin guardar cama, como un pajarito, que se acuesta y se muere.

Y DOY FE en Santiago de los Caballeros a los nueve días del mes de octubre del año del Señor 2016, a los cuarenta días de la separación del alma y el cuerpo de Doña Nurys Jacobo viuda Espinal.

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