Merengue, expresión amenazada de la dominicanidad (1)

El merengue, expresión del alma musical dominicana, tiene ritmo que provoca cadencia involuntaria; esencia de la identidad de la dominicanidad desde su tiempo en el vientre materno. Es “marca de fábrica”, símbolo, identidad, género…

El merengue, expresión del alma musical dominicana, tiene ritmo que provoca cadencia involuntaria; esencia de la identidad de la dominicanidad desde su tiempo en el vientre materno.

Es “marca de fábrica”, símbolo, identidad, género musical bailable, del que nadie se sustrae en estas tierras; el pecado original, baila a su ritmo. Produce el ritmo que el africano forzado aportó en el crisol de razas, que componen el compás de nuestra particularidad coreográfica.

Es una de las trilogías que conforman todo lo nuestro: tambora, instrumento de madera con dos tapas de “cuero de chiva señorita”, como aporte del africano que en contra de su voluntad fue “sembrado” en estas tierras; el acordeón que simboliza el europeo a quien la voluptuosidad del trópico, “contaminó” con su naturaleza ardiente y pasional y le imposibilitó para separarse del encantamiento de esta tierra lujuriosa con sabor a paraíso terrenal; la güira, que el taíno y sus mezclas aportaron en el “tuétano” de él que heredó su “zumo”, su “naiboa”, su carácter. El merengue no nació con acordeón, sino interpretado con guitarra o con bandurria, instrumento español, de cuerdas, parecido al laúd.

El acordeón, alemán más sonoro y “contentoso”, de sonido distinto si “jala” o “asopla”, llega por el norte del país hasta el corazón del Cibao, integrándose para siempre. Teorías hay, de dónde nace el merengue y no es este, el espacio más apropiado para análisis sociológicos ni de musicología, pero se trata de un dominicano de amplísima difusión y grandes aportes en Hispanoamérica.

Al merengue típico, ente de ritmo rápido, se le denomina “Perico Ripiao”. En Santiago, capital del Cibao, existía en pleno “Hospedaje”, lugar de dormitorios de campesinos que venían a vender sus frutos, un lugar de diversión muy popular llamado El Perico Ripiao, sitio donde se presentaban intérpretes de ese merengue con sabor original, compuesto de “versos simples, frases poéticas, en ocasiones como décimas” y a veces de rima forzada, que expresan la filosofía del campesino y su marginalidad. Se cuenta que el presidente Ulises Francisco Espaillat, figura ilustre de los 1800, conocido por sus escritos contra el merengue, inició una campaña contra él.

Esfuerzo
inútil, porque el género musical ya era dueño del gusto del cibaeño. Rafael Trujillo, activo amante del merengue y buen “bailador”, lo utilizó como “su música” y tuvo una gran responsabilidad en su “aceptación social”, ya que “enfrentó” el rechazo de las clases altas y se recogen múltiples anécdotas de las reacciones, en clubes sociales y “casinos” de la época. El “pambiche”, merengue lento, se entiende acomodado para los soldados del ejército invasor de los Estados Unidos en el ‘16, incapaces de bailar el ritmo a la velocidad de los criollos. Los europeos de hoy y los propios “gringos” modernos, parecen tener la cintura más adecuada, aunque lo bailan con “brinquitos”. l

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