Miguel, no sólo vulgaridad; también chantaje

El pasado sábado en las páginas de este prestigioso diario, en su habitual columna, el amigo y periodista Miguel Guerrero escribía: “No me cansaré de repetir la fascinación que me produce el que algunos propietarios de medios electrónicos…

El pasado sábado en las páginas de este prestigioso diario, en su habitual columna, el amigo y periodista Miguel Guerrero escribía: “No me cansaré de repetir la fascinación que me produce el que algunos propietarios de medios electrónicos pretendan ignorar que son moralmente responsables de cuanto se diga o haga en sus estaciones de radio y televisión”.

Eso me trajo a la memoria cuando en la Asociación de Industrias de la República Dominicana (AIRD) reconocíamos el talento de periodistas de las secciones económicas que tratan el tema de la industria, el empresario Pepín Corripio decía: “Cuando en mis medios se escribe o se dice algo que molesta a alguien, el primero en recibir una llamada del afectado soy yo; sin embargo, cuando la noticia le agrada quien recibe la llamada de felicitación o agradecimiento es el director”.

Con esto Pepín admitía que si bien el propietario no está enterado de todo, termina enterándose, pero que sin duda el director nunca es ajeno de lo que se dice o se escribe.

La semana pasada en un artículo que titulé “Amparo Medina”, hablaba de la educación sexual en valores. Establecía la diferencia entre “educar o entrenar” en el tema de la sexualidad de nuestros niños y adolescentes.

Lo mismo sucede en el caso de los medios radiales y escritos, que deben estar para informar, para educar, pero no para insultar y, como bien dice Guerrero, no puede la sociedad permanecer callada ante una práctica que si bien mediante una popularidad obscena les genera importantes sumas de dinero, eso tendrá que transformarse más temprano que tarde en descrédito.

Mientras tanto, estas prácticas lucrativas son un antivalor para una sociedad que con niveles educativos bajos, asimila los insultos y el chantaje como un medio de vida que estimula a otros comunicadores a seguir ese estilo, tratando de lograr los niveles de bonanza que en poco tiempo y sin un salario que lo justifique pueden exhibir.

Son tan imaginativos estos fabuladores que cuando se reúnen en la cueva de los micrófonos son capaces de inventar las más inverosímiles historias y como pretenden saber de todo y estar más enterados que los mejores organismos de seguridad, se ufanan de ser fuentes de información oportuna y unos a otros se vanaglorian de su sapiencia.

Por suerte, no todos los comunicadores son iguales. Hay ejemplos de sobra y un buen amigo periodista que me visitaba, a quien le reconozco talento y seriedad, me decía: “Tenemos que cuidarnos de la información que recibimos para no dañar reputaciones por intereses malsanos de otros que nos hacen llegar datos falsos”.

Miguel, no puedo estar más de acuerdo contigo cuando dices: “Es sumamente patético escuchar una cuña de una empresa de prestigio, (y de valores, agrego yo) a continuación de una de esas palabrotas con que en algunos programas se van a comerciales”.

No podemos seguir “llevándonos” los valores. A un gran amigo cuando le reclamé que, teniendo una empresa reconocida tanto local como internacionalmente por sus grandes valores se prestara a que en programas de antivalores tuviese una importante presencia comercial, pero me señalaba: “No puedo permitir que aún cuando sea por chantaje se hable mal de la empresa, porque mis socios internacionales no lo entenderían”.

Los empresarios como el gobierno no deberíamos seguir dándonos el lujo de pagar por callar. Todos recordamos a una emisora que prohibió mencionar el nombre de un candidato en las elecciones pasadas, que hoy es nuestro Presidente. Sin embargo, el gobierno es hoy su mayor anunciante.

Las empresas de comunicación de masa viven de la publicidad. Es un negocio lícito como otro cualquiera, pero lo que no se puede seguir permitiendo o aplaudiendo es el uso de vulgaridades ni las mentiras con las que los falsos profetas de las comunicaciones pretenden erigirse en verdugos de quienes no aceptan pagarles para que callen.

La libertad de expresión es un logro que ningún país puede darse el lujo de perder. Pero cuando profanadores de la verdad pretenden ser comunicadores -y los aupamos por miedo, dejándonos poner contra la pared de esa industria del chantaje- vamos por muy mal camino.

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