Preocupada por los pronósticos, me apresuré al supermercado a comprar alimentos enlatados y velones, ya que una tormenta es en nuestro país sinónimo de largos apagones, debido a la fragilidad del circuito eléctrico.

Por supuesto, también me detuve en la ferretería a comprar una cinta pegante lo suficientemente fuerte para sostener los cristales de mis ventanas, ya que las ráfagas de viento esperadas tenían todo el potencial de romperlas.

Eludí mis compromisos y reuniones laborales, exhorté a mis compañeros a suspender nuestras grabaciones, les pedí a mis familiares y allegados que no salieran de sus casas e insistí con el público televidente de mi programa en tomar extremas precauciones por el “paso inminente de Emily por el centro de la República Dominicana”.

Esa madrugada no pasó nada, pero asumí que se trataba de un retraso de lo inevitable.  Por ello me preocupé mucho cuando mi esposo tuvo que salir a una diligencia y le pedí que retornara pronto, a pesar de la brillantez del sol y la escasez de nubes que indicasen venideros aguaceros.

Muchas personas me consultaban, no sólo por mi trabajo en los medios de comunicación, sino por mi conocida obsesión con el “Weather Channel” y la página Web del Centro Nacional de Huracanes de Miami, por lo que algunos amigos hasta cancelaron conciertos y grandes eventos que habían organizado para esos días debido a mi afirmación de que no cabía la menor duda de que Emily, aunque fuese tarde, venía seguro y con alto impacto.

Dos de la tarde y aún nada, pero de repente escucho un sonido tipo tornado y exclamo: “¡Antonio, ahí viene la tormenta, escucha la brisa!”, a lo que él entre risas respondió: “Leila, no es la brisa, es la greca porque está subiendo el café”.

Y así, casi como Leonel en el “voy/no voy” que nos mantuvo con la reelección,  me “allantó” Emily.  Pero eso no mermó mi nueva preocupación con el anunciado huracán “Irene” y de nuevo mis advertencias públicas sobre su “paso inminente” por el mismo medio del territorio nacional. 

Como la historia fue parecida, he perdido credibilidad entre mis conocidos con el tema de las tormentas, quienes me llaman para escuchar mis predicciones y asumir que ocurrirá todo lo contrario.

Estoy contenta, porque obviamente es mejor celebrar que una tormenta o huracán que venía nunca llegó en lugar de lamentarse por la llegada de alguno sin preaviso, pero aprendí tres cosas importantes: primero, que los fenómenos atmosféricos se están haciendo cada vez más impredecibles; segundo, que este país sigue siendo un consentido de Dios, y tercero, que debo descartar desde ya cualquier posibilidad futura de perseguir una carrera en meteorología.
Leila Mejía es abogada y comunicadora

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