La negritud como discurso de rebeldía

Traigo a África en la sangre. El resonar de tambores, la punta afilada de lanzas, las rayas coloreadas realzando la piel y en la boca el gusto…

Traigo a África en la sangre. El resonar de tambores, la punta afilada de lanzas, las rayas coloreadas realzando la piel y en la boca el gusto atávico de los frutos del jardín del Edén. En el alma las cicatrices abiertas de tantos azotes, el grito imperial de los cazadores de gente, los hijos separados de sus padres y los maridos de sus mujeres, el balanceo agónico de la travesía del Atlántico y en los poros la muerte segando cuerpos engullidos por el mar y triturados por los dientes afilados de los peces. Soy hijo de Ogum y Ósala, devoto de Yemanjá, a quien elevo las ofrendas de todos los dolores y colores, lágrimas y sabores, el llanto inconsolable de las cabañas, la carne atada con cuerdas, las muñecas y los tobillos sujetados con hierros, la soledad de la raza, el vientre rasgado y preñado por la feroz pulsión de los señores de la Casa Grande. Me quedan, en el cuenco de madera las sobras del cerdo descarnado y, mientras la mesa colonial saborea el lomo, corto pieles y orejas, rehogo en grasa los frijoles, rebano en forma de salchichón las carnes, frío longanizas y torreznos, sazono con pimienta y condimento, y me harto. En el alambique recojo la savia ardiente de la caña, y me transporto a mis ancestros, a las sabanas y selvas, al tiempo de la inconmensurable libertad. Frei Beto.

Después de los procesos políticos del siglo XIX, en los cuales, como he señalado en artículos anteriores, los poderes imperiales no tuvieron más remedio que aceptar las demandas sociales que le imponían, los clamores y los gritos de libertad que se extendían en el mundo. La abolición de la esclavitud fue la expresión legal más importante, pero no tuvo el impacto social esperado. Aunque los negros eran “oficialmente” libres, la exclusión siguió siendo su signo. Eran ciudadanos de tercera y cuarta categoría.

El siglo XX se caracterizó, en todo el mundo, desde Estados Unidos hasta África, por la negación irracional de los blancos, los poseedores de los privilegios económicos y sociales, de ceder algunos derechos. Se negaban a la igualdad y por supuesto, a la condición de ciudadanía. Para ellos, aquellos hombres y mujeres que les habían servido sin recibir consideración alguna, no podían ser sus iguales. El racismo en contra de los negros, incluso de las segundas y terceras generaciones que habían nacido en América, fue el signo que marcó las relaciones sociales de las sociedades occidentales.

El caso más dramático fue el de África del Sur, en la cual el Apartheid significó la segregación total de los negros y su exclusión de todos los beneficios sociales, económicos y políticos. En Estados Unidos, todavía prevalecían los rezagos de las élites dominantes del sur. Los primeros 50 años del siglo pasado se caracterizaron por luchas abiertas o encubiertas entre blancos contra negros.
No debe de extrañarnos que de las entrañas de la intelectualidad negra, surgiera un movimiento que reivindicara sus raíces. El movimiento de la negritud, nacido en el corazón de las antiguas colonias francesas, africanas y caribeñas, buscaba la reafirmación de lo negro. A través de sus poesías, novelas, ensayos, pinturas, intentaba rehabilitar, autoafirmar  y reivindicar la riqueza en las culturas negras africanas y negras americanas. El movimiento surgió en París en los años 30 del siglo XX. Nació cuando los estudiantes negros que habían llegado a Francia a hacer sus estudios, encontraron la realidad de la exclusión y la discriminación. Dos años después de fundado, en 1932, hicieron público un documento titulado Légitime Défense, (Defensa Legítima), escrito por Jules Monnerat, Etienne Lero y René Menil, tres jóvenes de la Martinica que se oponían al “mundo capitalista, cristiano, burgués”.  Fueron duros al expresar sus sentimientos. No les importó decir crudamente cómo se sentían cuando eran objeto de discriminación en la Francia imperial.

Para ese año, otros hijos del coloniaje francés, quienes tiempo después se convertirían en los principales representantes del movimiento de la negritud y en grandes literatos que impactaron el mundo de la literatura, eran nada más y nada menos que Aimé Césaire, de la Martinica; Léopold Sédar Senghor, de Senegal, y Leon Damas, de la Guyana. Los tres jóvenes publicaron la revista L’Etudiant Noir (El estudiante negro). Sus escritos fueron un canto al reclamo de justicia. Afirmaban que la historia de los negros había sido una tragedia, un drama que contaba con tres actos. Esclavizados, primero; asimilados por obligación después, y, finalmente, en contra de ambas cosas.   Se enfrentaron al orden colonial y concibieron y desarrollaron el concepto de  negritud. Como decía el gran poeta y escritor Césaire: “mi negritud no es una mancha de agua muerta en el ojo / muerto de la tierra / mi negritud no es una torre ni una catedral / se zambulle en la carne roja del suelo / se zambulle en la carne ardiente del cielo” (Cahier d’un retour au pays nata, 1938).

Consideraban los jóvenes entonces, brillantes e importantes intelectuales después, que la negritud era una forma de tomar conciencia de su condición y  de su cultura; y que lo importante no era avergonzarse de ser negro, sino sentir orgullo por esta condición; y, como decía Senghor, la negritud rescataba y emulaba al África siempre herida y siempre golpeada. Defendían que la historia no podía estar dominada por occidente o por el islam, porque África no sólo existía y existe todavía, sino que también tenía, y tiene, su propio marco de valores.

El movimiento tuvo un impacto grande. Movió las fibras del sistema ideológico y político de las naciones imperiales.  Los estudiantes iniciaron y desarrollaron su movimiento desde las propias bases del coloso que los había sometido, esclavizado y colonizado: Francia. Rescataron el nombre de África, no solo del ostracismo del discurso de la historia, sino como tierra de hombres y mujeres con cultura y valores propios. Decían con orgullo que lo negro era bello y no debían avergonzarse de serlo.

El movimiento y sus postulados calaron en la intelectualidad progresista de la época, pero tuvo sus opositores. Criticaban el hecho de que la universalidad de la cultura negra no era lógica ni tenía bases históricas. Se preguntaban ¿Qué tiene que ver un santero negro cubano con un rapero norteamericano? El único punto en común era el color de la piel, pero no había lazos culturales: lengua, religión, gastronomía o música, mucho menos de cosmovisión. Esta crítica, a mi juicio es muy cómoda y atemporal.

Gabriel Andrade, profesor de la Universidad de Zulia en Venezuela, publicó un interesante trabajo sobre el tema. Considera que los promotores de la negritud lo que hicieron fue dar continuidad a una obsesión colonialista impuesta por el hombre blanco a partir del siglo XVIII: la relevancia del color de piel como patrón de identidad entre los seres humanos. La división de la humanidad en razas es un invento europeo que hizo mucho daño, y la “négritude” la continúa.

Los imperios de Etiopía, Mali o Somghai no dedicaban atención a las diferencias en el color de la piel. Fue el colonizador occidental quien impuso esa ideología para oprimir. Difícilmente la continuidad de una ideología como esa pueda ofrecer una genuina liberación (*). A su juicio, la “négritude” impuso una camisa de fuerza a la gente con piel oscura. Era casi una obligación sentirse africanos, pues era lo congruente con su color de piel. Dice Andrade de forma lapidaria, que la négritude es una inmensa pared que no permite a la gente con piel negra, salir de la cultura africana. Pero, ocurre también a la inversa: la négritude es una inmensa pared que no permite a la gente de piel blanca entrar a la cultura africana. (**)

Tiene razón Andrade en muchas de sus críticas. Pero su reflexión fue hecha en este siglo, cuando ya muchas de las barreras raciales han sido superadas. La negritud nació en un momento específico de la historia, cuando ser negro era un estigma, una degradación y casi una vergüenza. Estos jóvenes fueron valientes de enarbolar esta consigna en el corazón de la misma sociedad que los rechazaba y excluía. Fue un canto de libertad y un grito profundo de dolor.
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(*) Crítica a la négritude http://opinionesdegabriel.blogspot.com/2011/12/critica-la-negritude.html
(**) Ibidem.

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