Niños exigiendo ser explotados

A final del año pasado, cientos de niños en Bolivia fueron bombardeados con gases lacrimógenos por la policía de su país. Protestaban ruidosamente para que les dejaran ganarse el sustento. Tan firmes fueron que lograron que Evo Morales…

A final del año pasado, cientos de niños en Bolivia fueron bombardeados con gases lacrimógenos por la policía de su país. Protestaban ruidosamente para que les dejaran ganarse el sustento.

Tan firmes fueron que lograron que Evo Morales postergara la aprobación de una ley que prohibía el trabajo desde los 5 a los 14 años. En toda América Latina, más de 14 millones de niños trabajan en múltiples oficios, muchos de ellos arriesgados. Es la típica desgracia del tercer mundo, con su extrema pobreza y abandono familiar.

Ninguna sociedad levanta la mano para afrontar esta penosa y vergonzosa realidad. Pero la forma de razonar al respecto es peligrosa.

Porque suena bien decir: “qué gran injusticia estos niños trabajando, cuando deberían estar estudiando. Los están explotando y esto hay que prohibirlo”.

Entonces los niños, que supuestamente serían los grandes favorecidos por esta prohibición, lo ven más claro que nadie y dicen: “¡imposible! gracias a ésos que nos explotan podemos comer y sobrevivir y hasta, quién sabe, enriquecernos algún día con lo que estamos aprendiendo”.

Como lo lograron miles de niños españoles cuando emigraron y se convirtieron en los grandes empresarios del Nuevo Mundo. Los conceptos legales actuales hubieran condenado como vil explotación, y no como oportunidad solidaria, lo que hicieron familiares y relacionados al darles trabajo.

Así como condenan ahora a todo aquél que se atreva a dar un empleo doméstico a aquéllos que están rogando por obtenerlo simplemente a cambio de techo y alimento.

Y es que esto que los moralistas llaman “explotación” constituye muchas veces la única esperanza para una juventud desahuciada por el sistema. ¡Qué bonito dictar normas y convertirse en protagonistas altruistas, sin ofrecer alternativas!
Los niños salen a trabajar no porque sea legal, sino porque lo necesitan desesperadamente.

Prohibírselo es un terrible atropello, por justo que parezca. Esas energías propagandísticas deberían canalizarse en idear políticas que funcionen de verdad y hagan que los países sean más prósperos en todos los niveles. Cuando eso ocurre, no hay necesidad de ley que prohíba el trabajo infantil. ¡Sencillamente no se da! Mientras tanto, no queda más remedio. l

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