No nos midan por los kilómetros de nuestra media isla

Hace unos días en una conferencia que daba un exembajador de los Estados Unidos, donde trataba de la política exterior norteamericana y su posicionamiento como la única potencia a nivel mundial luego de la caída de Rusia, expresó una visión…

Hace unos días en una conferencia que daba un exembajador de los Estados Unidos, donde trataba de la política exterior norteamericana y su posicionamiento como la única potencia a nivel mundial luego de la caída de Rusia, expresó una visión con la cual me vi en la necesidad en el momento de preguntas de expresar mi desacuerdo con muchos de sus planteamientos. Tengo que admitir que era minoría entre el público ya que casi todos eran norteamericanos, ingleses y australianos, lo cual hacía todavía más difícil defender nuestros puntos de vista, pero no imposible.

Empezó por dividir el mundo entre buenos y malos, es un concepto que nunca he aceptado y que todo giraba alrededor de los Estados Unidos. Planteó que la guerra de Vietnam había sido un éxito para esa gran nación porque eso había permitido el desarrollo de los países asiáticos.

Empecé por recordarle que la guerra había castrado una generación, donde jóvenes norteamericanos perdieron la vida, muchos cayeron en la droga y otros llegaron mutilados y mentalmente afectados. Luego le recordé que en esa misma semana el secretario de Estado Kerry había utilizado las palabras en español “la unión hace la fuerza” que la época de decisiones unilaterales había cambiado y debíamos buscar soluciones de conjunto. Que pensar como se expresaba el exembajador era precisamente lo que hacía que  muchos países de Latinoamérica estuvieran dando un giro hacia una nueva izquierda. Que no era nuestro caso como país que habíamos permanecido neutrales y que incluso al expresidente Fernández le había tocado intervenir en algunas oportunidades en conflictos entre naciones hermanas. 

Y volviendo a las declaraciones del secretario Kerry le dije que ya la época de las intervenciones tenía que terminar, que para eso existían la Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, que habíamos sido intervenidos por Estados Unidos dos veces en el pasado siglo, una vez porque los precios del azúcar eran tan altos que querían aumentar el número de ingenios azucareros, era el equivalente del petróleo de hoy, con la excusa de que teníamos una enorme deuda, nos convirtieron en un protectorado, asumiendo el control total y cobrando la deuda vía las aduanas. Crearon una policía y promovieron un joven oficial   Rafael Leónidas Trujillo a quien ellos entrenaron y se convirtió en un tirano que nos gobernó por treinta años, para después los mismos norteamericanos proveer las armas con las cuales fue finalmente ajusticiado y liberado nuestro país de una de las dictaduras latinoamericanas más atroces y sanguinarias.

Siempre le advertí que en nuestro país  no existe un sentimiento en contra de los Estados Unidos diferente al de otras naciones latinoamericanas que se han radicalizado contra esta gran nación, que era uno de nuestros principales mercados y que muchos dominicanos vivían y eran residentes de su país.

Me preguntó sobre Venezuela, le aclaré que le debíamos a esta nación el trato de Petrocaribe, lo cual nos había facilitado poder financiar las importaciones de los derivados de petróleo a veinte años y una tasa de interés del dos por ciento, pero que definitivamente no estaba de acuerdo como se estaba destruyendo el aparato productivo y la represión contra todo aquel que no pensara igual que el presidente Maduro o sus seguidores.

Pero dentro de todo lo que más me llamó la atención fue que  en un público con nivel económico alto, la ignorancia sobre el resto del mundo sea tan grande. Por supuesto había excepciones y también intervenciones muy interesantes, muchas de las cuales el exembajador trató de ridiculizar o rechazar ya que en ningún momento aceptó las opiniones diferentes a las de él.

Mi sorpresa mayor fue cuando se me acercó una señora inglesa y me pregunto si era de Brasil, a lo cual con orgullo le dije que no, que era de la República Dominicana, con cierto desdén me contesto “ah sí un país muy pequeño”.

El que me conoce sabe que no me puedo quedar callado y le respondí que los países no se miden por kilómetros cuadrados, lo primero es la gente y que en una encuesta habíamos quedado como el segundo país latinoamericano más alegre. Que nuestro producto interno bruto era el mayor de Centroamérica y el Caribe, que éramos uno de los mayores productores de oro y bauxita a nivel mundial. Tenemos el orgullo de ser de los pocos países en producir joyas de ámbar, el cacao dominicano está calificado como el mejor del mundo al igual que nuestros tabacos.

Como democracia le dije que  aun cuando no éramos perfectos desde el mil novecientos sesenta y seis  estamos eligiendo gobiernos democráticos sin interrupción y que como destino turístico teníamos más número de habitaciones y visitantes que cualquier otro país de Centroamérica y que muchos países latinoamericanos con más kilómetros cuadrados que nosotros.

Que todo el que nos visita quiere repetir porque entre la amabilidad de nuestra gente, el ron, la cerveza, el merengue a pesar de  nuestros escasos cuarenta y ocho mil kilómetros cuadrados   somos una nación orgullosa de nuestras raíces.
Finalmente, terminé diciéndole que  le aseguro que si va no se quiere ir cuando vea playas de verdad, cuando pueda tomar agua de coco recién cortado de la mata y el sol le genere endorfinas suficientes para reír.

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