Oportuna acción oficial

Comentar sobre tragedias que impliquen pérdidas de vidas humanas, no será nunca una tarea fácil para quienes hacemos opinión pública. Esto así, debido a que el bien más preciado que pueda tener un ser humano es precisamente su vida.

Comentar sobre tragedias que impliquen pérdidas de vidas humanas, no será nunca una tarea fácil para quienes hacemos opinión pública. Esto así, debido a que el bien más preciado que pueda tener un ser humano es precisamente su vida.

Y se hace mucho más difícil, cuando se trata de seres que apenas comienzan a vivir; niños inocentes que terminan pagando el precio de nacer en hogares donde se palpa el ambiente angustiante de la extrema pobreza. Intento aludir con estas palabras las muertes de hermanos dominicanos a quienes el infortunio sorprendió en medio de una tormenta que apenas se sintió con acentuados aguaceros y otras manifestaciones propias de estos eventos meteorológicos. El huracán Matthew se ensañó más contra el vecino pueblo de Haití, por donde pasó con fuerza descomunal dejando un saldo de al menos nueve personas muertas. En República Dominicana, dos niñas murieron en el barrio Capotillo de la capital, uno de cinco años en el capitalino sector La Puya, mientras un hombre fue aplastado por una pared en Manoguayabo. Esto justifica la introducción de esta reflexión que comparto con ustedes, amables lectores. Nunca he sido partidaria de comparar con cifras situaciones funestas como las que involucran pérdidas humanas, porque lo único que diferencia una tragedia de otra son los actores y circunstancias.

Pero es de justicia decir que hemos avanzado en la tarea de prevenir para luego evitar lamentos que en nada contribuyen a subsanar lo ocurrido, como solía ocurrir en nuestro país. Los estragos de Matthew dejaron un saldo, además de esas cuatro muertes, de 32 comunidades incomunicadas y 22,745 desplazados, de acuerdo al reporte del Centro de Operaciones de Emergencias (COE).
Estos números son igualmente preocupantes, porque son familias ahora perturbadas por haber perdido propiedades y engrosar la lista de desplazados y refugiados.

En medio de esta calamidad para estos buenos dominicanos, reconforta saber que miles de voluntarios trabajan aún día y noche, para darle fiel cumplimiento a un plan de auxilio para situaciones de emergencias estratégicamente concebido por las autoridades. Esos mismos voluntarios se afanaron de forma extraordinaria para obligar incluso a miles de familias a salir de zonas de alto riesgo y evitar que estas cifras nefastas fueran mayores. Los fenómenos atmosféricos suelen destapar las miserias escondidas y recrudecer las consabidas. Por esta razón, vale reconocer que a diferencia de otros años el Gobierno se adelantó a los acontecimientos e impidió que fueran muchos más los pobres que sufrieran los efectos de esta tormenta. El Gobierno presidido por Danilo Medina ha trazado directrices claras y contundentes en este sentido: Hacer todo cuanto sea posible para no permitir que en cada temporada ciclónica volvamos a contar muertos y compararlos con decesos de fechas anteriores.

La sociedad debe también colaborar con este esfuerzo. Es racionalmente inaceptable que sea menester la intervención militar para hacer entender a una familia que está en zona de peligro.

Todos juntos podemos reducir al mínimo estas desgracias, muchas veces ocurridas por falta de conciencia sobre la importancia de prevenir y actuar a tiempo.

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