El país en que vivo

El país en que vivo, el que me vio nacer y crecer, aquel que fue forjado al precio de sus vidas y con sangre y fuego, por los padres de la nacionalidad…

El país en que vivo, el que me vio nacer y crecer, aquel que fue forjado al precio de sus vidas y con sangre y fuego, por los padres de la nacionalidad dominicana, es muy especial, complejo y difícil.

En la sociedad dominicana de hoy, las clínicas privadas, los hospitales públicos y los consultorios particulares, se mantienen repletos de gente enferma en busca de salud, unos con poder económico y otros sin recursos ni para comprar la receta más barata.

En esta sociedad de mis amores, algunos agentes y militares de diversos rangos, forman parte de bandas de asaltantes, atracadores y narcotraficantes y protagonizan escenas de muerte, ya sea por violencia intrafamiliar o por simple ejercicio del delito y el crimen organizado, sin la sanción debida.

En este país, el transporte público es sinónimo de infierno donde se impone la ley de Juan Hubieres, Antonio Marte, Alfredo (Cambita) Pulinario y otros. No se respeta al pasajero, sus choferes pasan en rojo los semáforos, transitan sin seguro, sin placas, provocan tapones, chocan a los que les caen mal y huyen, sin que autoridad alguna les ponga freno.

En esta sociedad de mis delirios, los presidentes se la pasan paseando, los políticos haciendo promesas que no cumplen y los corruptos encuentran cada vez mejores oportunidades para engrosar sus patrimonios, sin temor a la justicia ni a las demás estructuras del Estado.

En el país en que vivo los agentes de la Amet, cuando llueve se guarecen, cuando hay tapones se esconden a conversar por sus celulares y solo acechan a los hombres de trabajo para colocarles multas, justificadas o no. Su rol preventivo no se cumple.

En el país en que viven los seres más dulces de la tierra, los subsidios a servicios como la electricidad, el gas licuado de petróleo, la tarjeta Solidaridad y otros, se tragan el Presupuesto Nacional y la gente que cumple con sus obligaciones impositivas no recibe compensación. Las becas internacionales y locales se quedan en las mismas manos y la gente común nunca tiene acceso a ellas.

Sin embargo, aunque la autoridad no cumple su rol, sacamos mala nota en todo y la pobreza nos arropa, no perdemos la esperanza. Sobre todo, porque es el país en que nacimos y que amamos.

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